«No te mueras», dijo para sí. «Tienes que volver conmigo. ¡Tienes que volver!».De pronto, comprendió por qué Nadia había decidido volver a aceptar a Sergio. Comprendió que no importaba si se casaba o no con Pedro, porque siempre tendría miedo cuando él se fuera y siempre esperaría ansiosamente su regreso. Así pues, ¿Por qué permitir que el miedo les costara el tiempo precioso que les fuera concedido? Solo rezaba por tener la oportunidad de decírselo.
Unos minutos después llegó Nadia, junto con un oficial del departamento de bomberos. La señora Alfonso y Sonia se fueron a la cocina y empezaron a preparar la cena. Paula las siguió. Su presencia le daba ánimos. Aquellas dos mujeres, más que nadie en la casa, creían de corazón que todo saldría bien. Deseaba compartir su fe, pero la llegada del oficial la asustó. Temía que hubiera ido a darles malas noticias.
—Siéntate —le ordenó Sonia—. Está pálida como un fantasma.
Paula hizo lo que le decía y aceptó una copa de brandy, aunque casi nunca probaba el alcohol. Tomó un sorbo del líquido ambarino y sintió que su calor se derramaba dentro de ella. Luego dejó la copa a un lado, consciente de que Sonia la observaba con preocupación.
—Estoy bien —le aseguró.
—Claro que sí —dijo la señora Alfonso, tocándole el hombre—. Pero esto ha sido una conmoción para todos.
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Paula.
—¿Y si...?
— Nada de eso —dijo la señora Alfonso enérgicamente—. El teléfono sonará y Sergio nos dirá que Pedro está despierto y quejándose, como siempre.
Salió de la cocina con un plato de sandwiches antes de que Paula pudiera responder. Esta se quedó mirándola con admiración.
—Tiene tanta fe... —le dijo a Sonia—. La envidio. Yo estoy muerta de miedo.
—No te dejes engañar. Mamá también lo está, pero cree en la bondad de Dios. Cuenta con ella para que le devuelva a su hijo sano y salvo.
—Espero que tenga razón —dijo Paula.
—¿Qué harás cuando Pedro vuelva? —le preguntó Sonia, con expresión preocupada—. Veo el amor en tus ojos, pero lo que ha ocurrido hoy ha confirmado tus temores, ¿Verdad?
Paula asintió.
—Pero también me ha demostrado algo más —dijo lentamente, deseando contarle a Sonia la decisión que había tomado
—¿Qué?
—Que no quiero perder ni un solo segundo del tiempo que pueda pasar con él. Nadia también se dio cuenta de eso. Y Juana siempre lo supo respecto a su marido. Yo no las entendí cuando me lo dijeron, pero ahora sí.
Justo entonces, Juana entró en la cocina y su atuendo multicolor fue como un rayo de sol en aquella atmósfera sombría. Abrió los brazos y estrechó a Paula con fuerza.
—Lo he visto en las noticias y he venido enseguida.
—No vamos a perderlo —dijo Paula, en un sorprendente arrebato de convicción—. Tiene muchas cosas por las que vivir.
—¿Sí? —preguntó Juana, observando a Paula con mirada penetrante.
Ésta asintió.
—Tengo una noticia que lo hará volver — dijo, guiñando un ojo a Sonia—. ¿Verdad?
—Desde luego —dijo ésta, justo cuando el teléfono sonaba. Fue ella quien contestó. Su cara se iluminó casi al instante—. Pero si es mi hermanito...
Una sensación de alivio inundó a Paula. Luego, Sonia la abrazó.
—Quiere oír el sonido de tu voz.
Paula se aclaró la garganta.
—Pedro Alfonso, nos has dado un susto de muerte —lo regañó.
Sonia sonrió al oír la respuesta del otro lado de la línea y luego dijo:
—No voy a decirle eso.
—¿Decirme qué?—preguntó Paula.
— Dice que no ha vuelto de entre los muertos solo para que le eches una bronca.
Paula se echó a reír y se puso al teléfono.
—Si crees que esto es una bronca, espera a que te vea en persona —su voz se quebró al darse cuenta de lo cerca que había estado de perderlo—. Te quiero —murmuró—. Por favor, vuelve pronto.
Luego se dió la vuelta, apoyó la cabeza en el hombro de Juana y se echó a llorar.
«Te quiero. Vuelve pronto». Pedro se aferró a las palabras de Paula durante los días siguientes. Impaciente por llegar a casa y verla, tuvo que convencer a los médicos para que le permitieran viajar.
—Estar con mi familia será la mejor medicina —les dijo, en vano.
Estaban decididos a no dejarlo ir hasta que le hubieran hecho una docena de pruebas distintas, las hubieran repetido, analizado los resultados y concluido que no moriría por el camino. Podría haberles dicho que no pensaba morirse de ninguna manera porque Paula lo estaba esperando al otro lado del mundo, pero dudaba de que le hubieran hecho caso. Fue Sergio quien finalmente los persuadió para que lo dejaran marchar, pero solo después de conseguir un vuelo con instalaciones médicas especiales para el viaje de regreso.
—Gracias —le dijo su mejor amigo.
—Eh, nadie tiene más ganas que yo de que regreses a Estados Unidos. No eres un buen paciente. Estoy deseando que vuelvas con tu madre y con Paula.
—¿Tú te quedas?
Sergio asintió.
—Nuestro trabajo aquí todavía no ha acabado. Dale a Nadia un beso de mi parte y dile que volveré pronto para ayudarla a preparar la boda.
Pedro sonrió.
—Podemos hacer una ceremonia doble.
—No entiendo cómo Paula puede querer casarse con un cabezota como tú, pero si te dice que sí, por mí de acuerdo —dijo Sergio—. Tal vez así al menos uno de nosotros recordará los aniversarios y sacará al otro de apuros.
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