miércoles, 23 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 18

—¿Cómo se siente, sabiendo que es padre y sin tener el derecho a criar a su hijo?

Al hacerle la pregunta a su entrevistado, Pedro supo que también se la estaba haciendo a sí mismo. La respuesta era mucho más complicada de lo que se había podido imaginar. De haber sabido que Paula estaba embarazada, se habría quedado en Australia. Y no porque pensar que ella no era capaz de salir adelante sola, sino porque detestaba que tuviera que hacerlo. Se la imaginó embarazada; se imaginó cómo su piel tan delicada debía haber florecido en las mejillas y cómo su figura de modelo debía haber madurado para adquirir una clase distinta de belleza. Ya nunca tendría la oportunidad de verla así, ni de poner la mano sobré su vientre fecundado y sentir el movimiento de su hijo.

Tampoco tendría que pasar por la pérdida de su hijo, pero en el fondo eso lo privaba de la oportunidad de velarlo. De haber estado junto a Paula, podría haberlo tenido en brazos. Podrían haber llorado juntos, sanado juntos. ¿Cómo iba a poder perdonarle que le hubiera negado una oportunidad así?

El hombre que estaba sentado frente a él contenía las lágrimas. Pedro sabía bien cómo debía sentirse. Él también había estado a punto de derrumbarse después de hablar con Paula. De hecho, en aquel momento le estaba costando mucho ocultar la emoción. No tenía sentido agonizar por lo que podría haber sido, pero la idea seguía ardiendo en su interior como una de esas velas de cumpleaños de broma que vuelven a encenderse una vez apagadas. ¿Habría sido su padre biológico víctima de las maquinaciones de su madre, lo mismo que él lo había sido de las de Paula? De haber sabido de su existencia, ¿se habría ocupado de él? ¿Lo habría salvado de aquella lista interminable de casas de acogida que le habían hecho imposible confiar en los demás? Podía ser una ilusión, pero la verdad era que nunca lo sabría. Su madre, la única persona que podría haber dado respuesta a esas preguntas, se había negado a hablar de su padre, diciéndole que estaba mejor sin él. Ahora había fallecido y sus esfuerzos eran inútiles. Tampoco podría saber nunca si las cosas entre Paula y él podrían haber resultado distintas. Se los imaginó juntos, al lado de la cuna de un bebé de cabello oscuro que reía y movía las piernas, y sintió abrirse un abismo en su interior. Había estado más cerca de amar a Paula que a ningún otro ser humano. Por eso su traición le había dolido tanto: porque le había permitido llegar a rincones de su alma que ningún otro ser humano conocía.

—¿Y cómo asimila uno algo así? —le preguntó a su entrevistado frotándose las sienes cuando terminó de hablar.

El hombre lo miró con una gratitud que no se merecía.

—Exacto. Usted lo comprende. Mi mujer decía que no lo iba a entender.

Pedro dió un respingo; menos mal que tenía la grabadora en marcha e iba a compensar aquella falta de concentración.

—¿Pues cómo pensaba su mujer que iba a ser?

El hombre bajó la mirada.

—Pues dice que es demasiado duro y mundano para entender nuestros sentimientos. Los nuestros y los de otros padres cuyos hijos se suponía que habían muerto, pero que fueron vendidos a cambio de dinero. Como usted ha dicho, ¿cómo vamos a vivir así?

Pedro se sintió avergonzado de que le atribuyeran más compasión de la que se merecía, pero decidió callar. La verdad es que no habría comprendido la situación de aquellos padres si Paula no le hubiese hablado de Bautista.

—Nadie tendría que pasar por lo que han pasado ustedes —dijo.

El hombre dió un golpe sobre la mesa.

—Si usted no hubiera empezado a investigar...

—La verdad es que a quien debería darle las gracias es al padre que acudió a mis con las sospechas.

El hombre apretó los puños.

—Sí, pero fue usted el único dispuesto a escucharle. La policía y las autoridades del hospital le dijeron que el dolor por la pérdida de su hijo le hacía imaginar cosas.

Pedro asintió.

—Admito que yo también tuve mis dudas. Pensar que su mujer vuelve al hospital a consulta y se sienta junto a una madre con un bebé en los brazos que le parece que es su hijo muerto...

El hombre se frotó los ojos.

—Es fácil convencerse para ver lo que se quiere ver. Cuando Nadia murió, yo la seguía viendo por todas partes. Me decía que no podía ser, que tenía que ser culpa de mi imaginación, pero puede que no lo fuera.

—La esposa del hombre que vino a verme estaba tan convencida de que aquel bebé era el que ellos habían perdido que al llegar a casa se obligó a examinar una fotografía que su marido había tomado de él y que hasta aquel momento ella no había sido capaz de mirar. Pero cuando la estudió más detenidamente, se quedó horrorizada.

—El bebé de la fotografía no era su hijo, ¿Verdad? —preguntó el hombre, destrozado.

Su estado anímico era comprensible. Las parejas de su lista debían haber pasado mil veces por el infierno desde que él empezase la investigación.

—Dice que no. Jura y perjura que el color del pelo y la forma de los ojos eran distintos a los del bebé que ella dio a luz. Antes de que pudiera moverse o llorar, el partero se lo llevó, al parecer para reanimarlo, aunque aparentemente no había ninguna dificultad.

La imaginación de Pedro transformó a aquel bebé en un niño llamado Bautista, y tuvo que aclararse la garganta.

—Le dijeron que los esfuerzos por reanimarlo habían sido inútiles, y le permitieron tenerlo en brazos un instante para despedirse de él. Solo pudo ver al bebé al que dió a luz unos instantes antes de que se lo llevara el partero, pero está convencida de que el bebé que le trajo después era otro. Parece ser que intentó decírselo a alguien, pero no le prestaron atención por pensar que se trataba de la histeria del momento —respiró hondo—. Sigo investigando, pero parece ser que cambiaron a su hijo por otro que murió casi al mismo tiempo que ella daba a luz.

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