viernes, 25 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 23

—Ya te compraré más. Ahora me estorban.

Así era como le gustaba... dirigiendo la escena. O al menos, aquella escena.

Empezaba a derretirse por dentro con la espera cuando le vió quedarse inmóvil.

—¿Qué?

—Si hacemos esto...

—¿Sí?

Le asustó que pensara que podían parar.

—¿Qué?

—Nada de remordimientos, ni promesas.

Solo había una respuesta adulta posible.

—Nada de remordimientos.

Ojalá pudiera vivir con las consecuencias. Pero por el momento le era imposible pensar en el futuro, ya que estaba totalmente concentrada en el presente.

—Penétrame, Pedro, por favor. Ha pasado mucho tiempo.

—Cuando esté preparado —contestó, usando sus mismas palabras.

Y lo estaba, comprobó cuando se quitó el resto de la ropa. Pero aún no iba a saciar su sed. Había más, mucho más tormento que soportar antes. El sofá era ancho y grande y no cedió bajo el peso de Pedro cuando este apoyó una sola rodilla sobre su superficie para comenzar a acariciarla lentamente y provocar en ella un fuego líquido que la recorría de arriba abajo. Instintivamente Paula arqueó la espalda y él pasó un brazo por debajo para acercarla más a su cuerpo.

—He esperado tanto tiempo —susurró él.

La respiración se le volvió casi dolorosa. Si Pedro no la penetraba pronto, iba a explotar.

—¿Merece la pena la espera?

—Pronto lo averiguaremos.

Colocó un cojín bajo su cabeza y otro bajo sus caderas para dar comienzo después a una experiencia tortuosa, un placer tan extremo que rozaba el dolor y que la obligó a contener el deseo de gritar. Sabía que sus pechos y sus caderas estaban más redondeados que antes del embarazo, pero sabía que aquellas curvas la hacían parecer más voluptuosa y nunca se había sentido más mujer que en aquel momento. Cuando su atención fue descendiendo sintió que las lágrimas le humedecían las mejillas por el puro éxtasis que le estaba haciendo sentir. Iba describiendo círculos lentos por el interior de sus muslos, ascendiendo más y más, hasta que llegó a formar parte de ella. Aunque lo hubiera querido, era imposible resistirse. Sus músculos temblaron y ya no pudo ahogar el grito de puro placer antes de dejarse arrastrar por una riada de sensaciones.

Paula consiguió volver a la realidad con un esfuerzo supremo, consciente de que todo el cuerpo le dolía de placer. Pedro parecía tan sereno que se preguntó si aquella sensación de abandono sería solo suya, pero enseguida vio brillar el tormento en su mirada oscura y supo que estaba librando una batalla suprema consigo mismo para darle tanto a ella sin pedir nada para sí mismo. Aquel aspecto de Pedro era totalmente nuevo para ella y la conmovió más allá de lo explicable.

—¿Qué te pasa? —preguntó él, rozando sus pestañas humedecidas—. ¿Te estoy haciendo daño?

—Nunca —contestó ella con voz ahogada—. Son solo lágrimas de alegría.

—Entonces será mejor que me prepare para una inundación porque apenas hemos empezado —prometió—. Siempre has sido hermosa, pero ahora...

Ella lo miró sorprendida.

—No es normal que te falten las palabras.

—No importa. Hay otras opciones aparte de la palabra. Como las caricias —dijo, y volvió a acariciarla—. Como el olor —hundió la cara en su pelo y respiró hondo—. Como la vista.

Y se incorporó para contemplar su cuerpo. Ver el deseo brillar en la mirada de Zeke y saber que había sido ella quien lo había puesto allí la hizo sentirse débil y poderosa a un tiempo.

—Te olvidas del gusto —dijo ella, y tomando su cara entre las manos, le acarició con la lengua. Sabía a sal, a piel, a hombre.

—Si es sabor lo que quieres —la desafió—, estaré encantado de servirte.

Con una mano apoyada en su abdomen, se dejó llevar. Empezó por sus pezones, y Paula creyó posible morir de placer. Y cuando ya creía que podía volver a respirar, Pedro descendió hasta llegar entre sus piernas.

—Déjame hacer, por favor —le pidió al oírla gemir—. Déjame.

Como si pudiera hacer otra cosa. Como si desde aquel momento no fuera el dueño de su cuerpo. Paula se sintió al momento vagamente consciente de que se estaba entregando a él con más abandono del que nunca había sido capaz. Pedro también lo presintió. Tras la maternidad, había esperado cambios en ella, pero no así. No esperaba la confianza absoluta con que se estaba entregando. Nunca antes le había entregado el control de aquella manera, y sentirlo lo enorgulleció, aunque también se dió cuenta de con qué facilidad podía hacerle daño. Luchando por no perder su propio control, le dió todo cuanto pudo, sintiéndose recompensado por sus gemidos y los pequeños movimientos de resistencia que no lo eran en realidad. Pero el tiempo le pasó factura y empezó a sentir que ya no podía esperar más.

—Agárrate a mí —dijo, y pasó una pierna por encima de su cuerpo para penetrarla.

Sintió que el sudor le mojaba la frente por el esfuerzo de contención, pero se obligó a ir tan despacio como le fuera posible, hasta que sus gemidos le confirmaron que estaba preparada. Solo entonces se rindió a su propia necesidad de satisfacción, hundiéndose en ella con toda su energía, llevándola consigo cada vez más y más alto.

—Te quiero —gimió Paula entre dientes, aferrándose a él.

Aun perdido en la pasión, sintió que automáticamente se ponía en guardia, como si sus palabras quisieran enredarlo en una red de compromiso y obligaciones que rechazaba por instinto. Pero era demasiado tarde para detener la ola que los arrastró a ambos y terminó por fin rompiendo en la orilla.

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