lunes, 14 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 45

—¿Me estás comparando con dos canallas y un sacerdote?
—Ex sacerdote, y no los estoy comparando contigo. Es sólo que no quiero volver a cometer un error. Sé que es injusto y que estás pagando tú por mis errores, pero ésa es la situación. Estoy empezando a pensar que la única manera en la que podría llegar a sentirme a salvo con un tipo otra vez sería teniendo yo el control absoluto de la situación. Y probablemente tendría que atarle primero.
Pedro se inclinó contra el mostrador y asintió lentamente.
—Nunca lo he hecho, pero estoy abierto a esa posibilidad.

La cena estaba deliciosa. Un pollo bien especiado con puré de patatas y verduras. Paula no sabía de dónde lo había sacado Pedro, pero quería el teléfono del restaurante. Aunque la verdad era que no había podido comer mucho. Continuaba en estado de shock. Primero por la condición que ella misma había puesto para acostarse con Pedro y segundo porque Pedro no había salido corriendo ante aquella posibilidad.
Paula sabía que aquel hombre podía ser peligroso para ella. Pero tenía la sensación de que le iba a resultar muy difícil quitárselo de la cabeza.
Después de cenar, fueron a sentarse al sofá del salón. La luz era tenue, la música seductora y el hombre irresistible. Humm, podría llegar a tener un serio problema en aquel ambiente, pensó Paula. Así que, ¿qué pensaba hacer al respecto?
Antes de que hubiera podido tomar una decisión, madura o no, Pedro posó la mano en su cuello. Fue un contacto muy ligero, apenas le rozó la piel. Pero se le puso toda la carne de gallina y se descubrió deseando cambiar de postura para poder restregarse contra él.
Se volvió hacia Pedro y vió que estaba más cerca de lo que pensaba. Suficientemente cerca como para que inclinarse hacia él y besarle tuviera todo el sentido del mundo.
Su boca era una combinación imposible de suavidad y firmeza. Era una boca perfecta para ser besada, y quizá para otras muchas cosas, pensó, imaginando cómo se sentiría al sentir la presión de sus labios en el resto de su cuerpo.
Pedro  posó la mano en su cuello y hundió los dedos en su pelo. Posó la otra mano en su cintura. Una vez más, fue una caricia delicada, en absoluto demandante. Sólo tentadora, muy tentadora.
Paula  se estiró para acercarse a él, consciente de que, seguramente, ésas eran las intenciones de Pedro. Hacerle desear hasta tal punto que pareciera ser ella la que tomaba las riendas de la situación. Definitivamente, era un hombre muy inteligente.
A pesar de la delicadeza del inicio de su beso, Paula retrocedió.
—Pedro, yo… —Pedro la miró a los ojos y vió arder el fuego en ellos. Un fuego ardiente que le hizo desear ser devorado por sus llamas—, en realidad quiero hacerlo.
—Estupendo, porque yo también.
—Pero hay ciertas complicaciones.
—Tengo preservativos.
—¿Qué? No me refería a eso, aunque te agradezco que estés dispuesto a utilizarlos. Me refería a nosotros. A quiénes somos. Al hecho de que nuestras vidas estén interrelacionadas de esta forma. A mi terrible pasado.
Pedro  le sonrió y volvió a besarla otra vez.
—Estoy totalmente abierto a tus condiciones.
Paula tardó varios segundos en comprenderle.
—¿A mis condiciones? —soltó un gritito de sorpresa—. A lo de atarte, ¿estás diciendo que quieres que te ate?
—Has sido tú la que lo ha propuesto.
—Si descubro que tienes unas esposas de terciopelo en tu mesilla de noche, salgo corriendo ahora mismo de aquí.
—Esposas no —contestó Pedro, y volvió a besarla—. Pero tengo unas ataduras preciosas. De seda.
Sus bromas eran casi tan estimulantes como su boca. Paula se entregó a otro beso, dejando que el deseo la envolviera y derritiera en su calor el poco sentido común que le quedaba.
Eran muchas las cosas de Pedro que le gustaban, y no había ninguna que no lo hiciera. Era soltero, divertido, estaba abierto a experiencias nuevas e interesado en ella. Le preocupaba su familia, actuaba de forma correcta, respetaba las promesas que hacía y no había engañado a su esposa. Además, no había sido sacerdote. Todo eran cosas a su favor.
Pedro la envolvió con sus brazos y la estrechó contra él. Ella se dejó abrazar, disfrutando al sentir la dureza de su cuerpo contra el suyo. Le rodeó el cuello con los brazos y le besó, entreabriendo los labios y dejando que lo tomara todo de ella.
Dejó que su cuerpo se rindiera por completo, que se recreara en la diferencia que un hombre llevaba a la mesa… o la cama. Le gustaba sentir su musculatura plana y su creciente excitación. Y le gustaba sentir cómo se ablandaba y se humedecía su propio cuerpo en respuesta. Le gustaba imaginar lo que sería hacer el amor con él.
Pedro  deslizaba la lengua sobre la suya, explorando, presionando, tomando. Después, se alejó de su boca y comenzó a cubrir de besos su barbilla. La mordisqueaba, la lamía, haciéndole jadear de placer. Avanzó después hasta su cuello, deteniéndose unos segundos en el lóbulo de su oreja. Cuando continuó descendiendo a lo largo del escote de su jersey, Paula se descubrió pensando que debería haberse puesto algo mucho más escotado.
Pedro  cambió de postura para poder estirarse en el sofá y colocar a Paula sobre él. Aquella postura le dió  a Paula la sensación de ser ella la que tenía las riendas de la situación, una sensación que le gustaba.
—Hace calor aquí —musitó Pedro mientras comenzaba a tirar de su jersey—, debes de estar muy caliente.
—En más de un sentido —bromeó ella.
Colaboró con él mientras se quitaba el jersey y se inclinó después para besarle mientras Pedro deslizaba las manos por su espalda.
Las caricias de Pedro sobre su piel parecieron encender un fuego en su interior; él las deslizaba desde su trasero hasta su espalda, invitándola a restregarse contra él.
Había demasiadas capas de ropa entre ellos para poder sentir con plenitud, pero la presión de la erección de Pedro contra su sexo húmedo multiplicó la intensidad de su deseo.

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