domingo, 13 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 41

—No seas tan derrotista. Tú no tienes nada que ver con las elecciones.
—Eso tú no lo sabes.
—Ni tú tampoco. Yo soy tan proclive a preocuparme como cualquiera, pero creo que tienes que darte un poco de tiempo. Para preocuparse siempre hay tiempo.
—No sé cómo puedes ser tan racional.
En aquel momento, a ella le resultaba imposible mantener una actitud racional. Aun así, su abuela tenía razón. Paula no podía estar segura de que su aparición hubiera perjudicado a su padre. Al fin y al cabo, hasta el momento todo había ido bastante bien. Lo único que tenía que hacer era esperar a ver cómo se desarrollaba todo. ¿Pero qué pasaría si al final ocurría lo peor?
Carmen terminó de echarse crema en la cama. Después, se quitó la cinta con la que se sujetaba el pelo. Alzó la mirada y vio a Miguel desnudándose en el vestidor.
Como siempre, le bastó mirarle para emocionarse y, el hecho de que se estuviera desnudando, avivó las ganas de hacer el amor con él. Comenzaron a aparecer en su mente imágenes de ellos dos desnudos, acariciándose, besándose, con los cuerpos en tensión.
Muchas de sus amigas hablaban del sexo como si fuera un deber, un trámite que cumplir antes de quedarse dormidas, pero para ella nunca había sido así. Continuaba deseando a Mark tanto como cuando se habían conocido. Y tenía la sensación de que tendría ochenta años y él continuaría excitándola.
Se acercó a la puerta del vestidor.
—He estado hablando con Paula sobre nuestra aparición en un acto benéfico. Está un poco nerviosa, pero creo que lo hará bien.
—Estupendo —contestó Miguel  sin mirarla siquiera— . ¿Sabes si mi traje negro de rayas está en la tintorería?
Aquella pregunta tan inocente consiguió llenarle los ojos de lágrimas.
—¿Eso es todo? ¿Lo único que puedes decir es «estupendo»? ¿No tienes idea del daño que me está haciendo todo esto? ¿No comprendes que estoy destrozada por lo que la presencia de esa mujer significa?
Miguel frunció el ceño.
—¿Qué quieres que diga?
Quería que dijera que siempre la amaría. Que ella era lo más importante de su vida. Que jamás había querido a otra mujer. Quería oírle decir palabras que, estaba segura, Miguel nunca pronunciaría.
Se volvió y susurró:
—No importa.
Era consciente de que aquélla era una batalla perdida. De que Miguel  nunca la amaría como ella le amaba a él. Que nunca la desearía como ella le deseaba. Llevaba años intentando asumirlo, pero siempre fracasaba.
—Claro que importa.
Miguel se colocó tras ella y posó la mano en su hombro.
—Claro que importa. No sé qué decir. Carmen, fuiste tú la que decidiste poner fin a nuestro compromiso hace años. Fuiste tú la que me dejaste, la que me pidió que me fuera.
Carmen asintió, porque sabía que era cierto. Continuaba sintiendo en los ojos el escozor de las lágrimas.
—Se suponía que no tenías que enamorarte de nadie más. Se suponía que tenías que echarme de menos.
—Y te eché de menos.
—Pero no tanto como para no tener una aventura con esa mujer. Yo estaba destrozada, Miguel —se volvió para mirarle a la cara—. No soportaba tener que decirte que no podía tener hijos. No quería verte mirándome con compasión, no quería que eso te obligara a abandonarme. Por eso te dejé. Pero jamás dejé de amarte. Ésa es la razón por la que volví a tu lado, por la que volé hasta donde estabas y te pedí una segunda oportunidad. ¿Eres consciente de lo difícil que fue para mí decirte que no podía tener hijos?
Miguel le tomó las manos y la miró confundido.
—Pero a mí no me importó. Te dije que no me importaba y era cierto. Te quería, Carmen. Todavía te quiero.
—Pero también la querías a ella.
—Eso terminó.
¿Pero de verdad era cierto?
Carmen liberó sus manos y se dirigió al dormitorio. Una pregunta la perseguía día y noche: ¿por qué se había casado Miguel con ella? Él era un hombre ambicioso y ella una mujer rica. Hasta que no se había enterado de lo de Alejandra, había dado por sentado que realmente la había echado de menos. Pero después de saber que a los pocos días de haber roto con ella había comenzado a salir con una mujer, había comenzado a dudarlo. La aparición de Paula lo había cambiado todo.
¿Qué habría ocurrido si Alejandra no hubiera puesto fin a su relación? ¿Habría vuelto Miguel con ella en esas circunstancias? La verdad era que nunca lo sabría.
Miguel regresó a su lado y la atrajo hacia él.
—Odio verte sufrir.
—Estoy bien —mintió Carmen.
Miguel la abrazó, posó la mano en su cuello y la besó.
Carmen tuvo la impresión de que estaba intentando distraerla. Intentó ser fuerte, no dejarse arrastrar, pero le resultaba imposible. Con Miguel nunca había sido capaz de resistirse. En el instante en el que rozó sus labios, lo único que deseó fue rendirse. La pasión la envolvió y se entregó por completo a su marido y a lo que le hacía sentir. Sabía que el dolor continuaría en su pecho a la mañana siguiente, pero de momento, le bastaba con aquella pasión compartida.

Pedro supo que aquél iba a ser un día muy largo al ver que el único participante en la reunión que no era abogado era su padre.
Pablo Aaron le mostró una carpeta cargada de documentos.
—Tenemos algún tiempo antes de que presenten cargos contra ti. Si hablamos con el fiscal del distrito, averiguaremos lo que se proponen.
—Lo que ellos quieren es montar un circo mediático —gruñó Miguel—. Todo esto es política. Quieren hacer daño a la campaña. Maldita prensa.
—Tenemos muchas formas de abordar el problema —intervino Pablo—. Necesitamos algunos detalles antes de elaborar un plan. Nuestros socios están muy interesados en el resultado de todo este asunto.
Pedro mantuvo la expresión serena, neutral, pero por dentro le dominaban las ganas de tirar algo. O de golpear a alguien, que era precisamente lo que le había puesto en aquella complicada situación. Normalmente, no era una persona a la que le costara dominar el genio, pero en cuanto había un periodista de por medio, perdía la razón.
Odiaba todo aquello. Odiaba que lo mejor que pudieran conseguir en aquella situación fuera que le retiraran los cargos, y eso era poco probable que sucediera. Sabía que estaba perdido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario