lunes, 7 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 22

¿Por qué se habrían peleado? ¿Y le importaría a su madre que hubiera tenido una aventura con otra mujer tan rápidamente?
Era una pregunta estúpida, comprendió inmediatamente. Carmen se habría quedado desolada. ¿Habría sabido algo de la existencia de Alejandra antes de que Paula apareciera?
—Lo siento —dijo con voz ronca.
—No pasa nada, no te preocupes por eso.
Pero se preocupaba. Siempre se había preguntado por qué sus padres no habían tenido sus propios hijos. Había dado por sentado que había sido una decisión consciente, una opción. Carmen decía que era una manera de cambiar el mundo o, por lo menos, la vida de un niño. ¿Pero habría alguna otra razón? Era evidente que Miguel era capaz de engendrar hijos. ¿Tendría entonces Carmen el problema?
Se sentía desleal incluso al pensarlo, así que decidió apartar aquella pregunta de su mente. ¿Qué demonios le importaba el porqué? Su madre seguía siendo una mujer increíble.
—Me alegro mucho de que me eligieras a mí. Siempre te estaré agradecido. Tú me has convertido en lo que soy.
Carmen le acarició la cara.
—Te quise desde la primera vez que te vi, Pedro, pero yo no te he convertido en la persona que eres. Has sido tú el que has hecho de ti el hombre que pretendías ser. Estoy muy orgullosa de ti, pero no me atribuyo ningún mérito. Sin embargo, no me importaría que me enviaras unas flores.
Pedro se echó a reír.
—Te enviaré azucenas mañana por la mañana —eran las flores favoritas de su madre.
Pedro no sabía qué sentían otros hijos por sus padres. Si les querían mucho o no. Lo único que sabía él era lo poco que recordaba de su madre biológica y lo mucho que Carmen había hecho por él, aunque no estuviera dispuesta a aceptar que le diera las gracias.
—Siempre quise tener una familia numerosa. Y ahora tendremos una hija más.
Decía las palabras apropiadas para la situación e incluso sonreía, pero su dolor era tangible. Pedro  quería ayudarla, pero no sabía cómo. Carmen le había dado todo lo que necesitaba y, sin embargo, lo único que él era capaz de hacer era verla sufrir.

La segunda excursión de Paula a los cuarteles generales de la campaña del senador fue casi tan aterradora como la primera. Aunque ya no corría el peligro de que le hicieran salir de allí con una patada en el trasero, estaba a punto de comer a solas con su padre biológico por primera vez en su vida.
¿Pero qué pasaría si no encontraban nada que decirse? ¿O si a su padre no le caía bien? A lo mejor la encontraba aburrida y deseaba no haberle conocido nunca.
—No, eso no va a ocurrir —se dijo con falsa vehemencia— . Soy una mujer encantadora.
Pero aquel intento de animarse no sirvió para aplacar los nervios que parecían estar haciendo pilates en su estómago.
Paula  entró en el almacén y le dijo su nombre a la recepcionista. La mujer sonrió.
—El senador está esperándola. Espere aquí y ahora mismo vendrá Heidi a buscarla.
¿Heidi? ¿Qué Heidi?
Intentó hacer memoria y al final se acordó de que era la mano derecha de Miguel Schulz.
Paula se acercó al sofá, pero no se sentó. Estaba demasiado nerviosa. Todo aquel asunto de ese padre recién encontrado le resultaba casi misterioso, más que una parte fundamental de su vida. No conocía a Miguel Schulz y él tampoco la conocía a ella. Hasta ese momento al menos, los lazos de sangre no se habían traducido en ninguna conexión emocional.
Esperaba que la situación cambiara después de aquel almuerzo, después de que compartieran algunas horas a solas.
Heidi se acercó a ella con una sonrisa.
—Hola, Paula, bienvenida. El senador está con una llamada de Washington y no puede atenderte. Si me acompañas…
Heidi le condujo a través de varios pasillos hasta una sala de reuniones. Le hizo un gesto para que pasara y después se marchó. Paula miró alrededor de aquel espacio prácticamente vacío. Aparte de la mesa y de las sillas, no había ni muebles ni ningún elemento decorativo. Desde luego, en aquella campaña no se estaban gastando el dinero en frivolidades.
Segundos después, se abrió la puerta y entró Miguel. Le sonrió.
—Paula, estás aquí. Bien, bien. ¿Ya te ha dado Pedro buena noticia?
Se acercó ella mientras hablaba y le dio un abrazo que Paula no esperaba en absoluto. Cuando la soltó, la miró a los ojos.
—Supe quién eras desde la primera vez que te vi. Te pareces mucho a tu madre. Era una mujer maravillosa. Y tan guapa como tú.
Paula no era una persona particularmente preocupada por su aspecto, pero le gustaba que le dijeran que se parecía a su madre. Apenas podía recordar a aquella mujer.
Era tan pequeña cuando Alejandra había muerto que incluso se preguntaba si sus recuerdos eran reales o sólo una colección de imágenes inventadas a partir de las historias que le habían contado Gloria y sus hermanos.
Miguel se apoyó contra la mesa.

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