domingo, 6 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 18

Rodeó la esquina y, en cuanto llegó a la mesa, dijo.
—Hola, soy Paula Chaves, ¿en qué puedo ayudarle?
Pero en ese mismo instante reconoció a su cliente. Tanto su traje gris como sus ojos y su gesto decidido eran inconfundibles.
—Qué sorpresa —le dijo a Pedro.
—Había oído decir que la comida era buena.
Paula vio que tenía la carta en la mano.
—Veo que todavía no has pedido. ¿Quieres que te haga alguna sugerencia?
—¿Vas a escupir en mi plato antes de traérmelo?
Paula sonrió.
—Eso depende de los motivos que te hayan traído hasta aquí.
—A lo mejor sólo quiero conocerte mejor.
—Oh, por favor, es posible que no haya estudiado Derecho, pero no soy ninguna estúpida.
—Estudiaste en Cornell, un lugar en el que no es fácil entrar, y jamás he dicho que seas una estúpida.
Mientras bajaba la mirada hacia él, a Paula se le ocurrió pensar que, en realidad, no le importaba que se hubiera presentado en el restaurante. Curioso. También advirtió que, en el fondo, disfrutaba discutiendo con él. Los dos eran rápidos e ingeniosos.
Pero Pedro todavía no había contestado a su pregunta: ¿qué estaba haciendo allí?
—No, pero lo has insinuado.
Pedro señaló la silla que tenía frente a él.
—Podrías sentarte conmigo.
—O podría no hacerlo.
Pedro miró a su alrededor.
—Son más de las nueve. Ya no vas a servirte más cenas. Come algo conmigo, así podremos conocernos mejor. Y hasta dejaré que seas tú la que elijas los temas de conversación.
Paula lo dudaba seriamente. Pedro no había sido en absoluto amable con ella la última vez que habían estado juntos. Le miraba con sentimientos contradictorios. Por una parte, comprendía su necesidad de proteger a su familia, pero, por otra, odiaba que la considerara su enemiga. Aun así, sacó una silla y se sentó.
—Yo pediré la comida —le dijo.
—¿Por qué será que no me sorprende?
—Y el vino.
—¿Y después partirás la comida en pedacitos y me la meterás en la boca?
—Sólo si no sabes comer decentemente.
En ese momento, se acercó Jaime a la mesa.
—El señor Alfonso Schulz y yo vamos a cenar juntos, Jaime—pidió la cena, eligiendo sus platos favoritos y una botella de Sangiovese para acompañarlos.
—Buena elección —le dijo Pedro cuando Jaime se marchó—, aunque el vino es un poco caro.
—Merece la pena. Además, tú eres rico. Puedes permitírtelo.
Pedro arqueó las cejas.
—¿Estás dando por sentado que voy a pagar yo?
—Has sido tú el que me has invitado a cenar contigo.
—Pero tú trabajas aquí.
—Genial, así que lo que quieres es aprovecharte de que a mí me hacen descuento.
Pedro asintió.
—Por supuesto —le tendió el cesto del pan—. ¿Te gusta trabajar aquí?
Al formular aquella pregunta, estaba dándole a entender que sabía que era un trabajo nuevo. Y a Paula no le sorprendió que lo supiera. El guardián del castillo debía de haber investigado todas y cada una de las facetas de su vida.
—Me gusta mucho. Tanto Bernardo como su madre son geniales. Sé que todo el mundo dice que mamá Giuseppe es capaz de volver loco a cualquiera, pero yo la encuentro muy divertida. Los camareros y los cocineros la temen. Me gusta la comida que se prepara aquí, los empleados y los jefes. Espero durar mucho tiempo.
—¿Por qué te dedicas al negocio de la restauración?
—La verdad es que nunca me he imaginado haciendo ninguna otra cosa. Crecí como una Chaves. Podía decir que lo llevo en la sangre, pero no sería cierto. Es lo único que sé hacer. ¿Tú por qué estudiaste Derecho?
—Estaba buscando la mejor manera de ser un canalla despiadado. Sabía que estudiar derecho era la mejor manera de conseguirlo.
Paula le fulminó con la mirada.
—Yo he contestado en serio a tu pregunta.
—Tienes razón. El caso era que quería hacer las cosas bien. Estar en el lado bueno de la ley. Y para eso, necesitaba conocerla.
Aquella respuesta la sorprendió.
—¿Te consideras a ti mismo un idealista?
—¿Por qué no?
—Trabajas para una corporación y ahora mismo estás trabajando en una campaña electoral. ¿Dónde has dejado tu idealismo?
—Lo utilizo para demostrar que la democracia sigue viva y saludable.
—Y también la necesidad de reunir montones de dólares para poder sacar adelante una campaña.
—Creo que todavía estamos en condiciones de cambiar el mundo, ya sea a nivel individual o social.
Estaba hablando en serio, algo que Paula no esperaba.
—Estoy empezando a preocuparme. Lo último que quiero es que me caigas bien.
—Soy un hombre encantador.
—No conmigo.
—Contigo despliego un encanto más sutil.
En ese momento, apareció Jaime con la botella de vino. Después de que la abriera, Paula vaciló, como si no supiera si debía ser ella la que lo probara.
Pedro  la señaló con un gesto.
—Por favor, estás en tu casa.
Paula miró a Jaime y éste le sirvió un poco de vino. Paula lo hizo girar en la copa, aspiró su aroma y después lo probó.
—Gracias.
Jaime sirvió el vino y se marchó.
Pedro probó su copa.
—Muy rico —dijo.
—Me encanta —le dijo Paula.
Le miró con atención. Tenía la sensación de que conocía el motivo de aquella visita. Lo que no sabía era si aquella repentina amabilidad significaba que era hija de Miguel o no.

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