domingo, 13 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 37

—Pedro, acompaña a Paula a la salida, ¿quieres?
—Claro.
Paula esperó a que Miguel estuviera fuera para volverse hacia Pedro.
—Creo que soy perfectamente capaz de encontrar el camino hasta mi coche. Además, es de día, de modo que no creo que me vaya a pasar nada.
—No me importa.
—Oh, ahora sí que me voy a enamorar de tí. Qué dulce y seductor. «No me importa». Sí, definitivamente, son las palabras que toda mujer está deseando oír.
Pedro sonrió.
—¿Te he dicho ya que no me pareces una mujer fácil?
—Sí, y gracias por el cumplido.
Pedro posó la mano en su espalda.
—Vamos. Luchemos contra esos francotiradores e intentemos llegar hasta tu coche.
El contacto cálido de su mano en la espalda le hizo desear acercarse a él. Prácticamente habían salido ya del edificio cuando Heidi llamó a Pedro.
—El senador te necesita en la reunión.
Pedro miró a Paula.
—¿Crees que podrás arreglártelas sola?
—Llevo una buena armadura.
—Estupendo.
Le tomó la mano y se la apretó ligeramente. Hubo algo en sus ojos que le hizo pensar a Paula en estar desnuda junto a él. Algo que debía de ser tan placentero como peligroso. Casi inmediatamente, desapareció Pedro de su lado.
Pero la diversión continuó. Al llegar al estacionamiento, estuvo a punto de tropezar con Silvina, la bella. Aquella mujer alta, perfectamente vestida, la miró con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Paula? —le preguntó—. Porque eres Paula, ¿verdad?
—Sí. Hola. Acabo de comer con el senador.
—Estupendo. Me parece muy bien que estén intentando conocerse. La familia es algo fundamental y me alegro mucho de que formes parte de la mía.
Paula se la quedó mirando fijamente. ¿Parte de su familia? ¿Silvina también formaba parte de la familia Schulz? Pero si Pedro y ella estaban divorciados…
—Yo creía que ya no estabas casada con Pedro—dijo con cautela.
Silvina negó con la cabeza,
—Sí, lo sé, hemos pasado un mal momento. ¿Tú has estado casada? Porque si es así, sabrás cómo son estas cosas. Éramos muy jóvenes e imprudentes, pero estábamos enamorados. Desesperadamente enamorados. Ahora estamos empezando a pasar algún tiempo juntos otra vez. Albergo grandes esperanzas —alzó la mano derecha y cruzó los dedos—. Y Pedro también.
—Me parece genial —dijo Paula, sintiendo un nudo en el estómago.
Seguramente Silvina estaba intentando engañarle. Le parecía imposible que Pedro estuviera besándola como la besaba y, al mismo tiempo, saliendo con su ex esposa.
Quería pensar lo mejor de él, pero la verdad era que no podía decir que conociera de verdad a aquel hombre.
—Y no es sólo Pedro —continuó diciendo Silvina—. Es toda la familia al completo. Carmen y yo somos como hermanas. Me encanta trabajar con ella porque estamos intentando hacer algo para cambiar el mundo. Además, yo nunca le he causado problemas a la familia. Porque te aseguro que a los Schulz no les gusta esta clase de notoriedad, por si acaso tienes alguna duda al respecto.
—No tengo ninguna duda —replicó Paula mientras se colocaba el bolso en el hombro.
—No me odies —le dijo Silvina—. Sólo estoy haciendo de mensajera. Supongo que tienes que saber que a todo el mundo le afectaría mucho que fueras tú el motivo por el que Miguel no saliera elegido.
Y, sin más, le sonrió y se dirigió hacia las oficinas.
Paula  permaneció donde estaba, incapaz de dar un paso y agradeciendo no haber almorzado demasiado. Porque eso significaba que tendría menos que vomitar más tarde.


Cuando oyó el teléfono móvil, Paula pensó en la posibilidad de ignorarlo. No necesitaba más problemas en un mismo día. Pero cuando miró el teléfono y vio un número que no reconoció, la curiosidad se impuso a la aprensión.
—¿Diga?
—¿Paula? Soy Carmen, ¿cómo estás?
Carmen era la única persona a la que Paula estaba intentando evitar últimamente y, sin embargo, se alegró de oír su voz.
—Estoy bien, gracias. ¿Cómo están los niños?
—Muy bien, y, en realidad, son ellos la razón por la que te llamo. Ya saben que eres su hermana y la pobre Luisa está muy afectada por todo lo que ha pasado. Cuando pienso en ese periodista, me entran ganas de meterlo en el microondas y conectarlo a la máxima potencia. Pero no te llamo por eso. Creo que sería estupendo que pudieras conocer mejor a los niños.
Paula no sabía qué contestar a eso.
—Me… me encantaría.
—Perfecto. ¿Podrías venir a cenar una de estas noches? Consultaré mi agenda y te llamaré. Creo que Miguel me comentó que tú trabajabas.
—Sí, soy ayudante de dirección en el restaurante Bella Roma. Me encargo sobre todo de coordinar los almuerzos, pero también trabajo un par de noches a la semana.
—Muy bien, déjame ver algunas fechas y seguro que encontramos un momento para que vengas.
—Gracias, Carmen. Estás siendo muy amable conmigo y no sabes lo mucho que te lo agradezco.
—Ahora formas parte de la familia, Paula. No podría tratarte de otro modo. Adiós.
Paula colgó el teléfono y salió del coche. Todo estaba ocurriendo tan rápidamente… Se sentía como si estuviera viviendo dentro de un torbellino emocional.
Esperó un momento, intentando relajarse, con la mirada fija en el restaurante que tenía enfrente de ella.
Chaves's era el asador que formaba parte del emporio de restaurantes de la familia. Tenía ya más años que la propia Paula y ella siempre había soñado con dirigir aquel establecimiento. Le gustaba todo de allí, incluyendo las puertas de madera y cristal que daban la bienvenida a los clientes, invitándoles a disfrutar de toda una experiencia gastronómica.
Miró el reloj y vio que había llegado exactamente a la hora en la que había quedado con sus hermanos.
El interior era moderno y acogedor. Había cubículos separados y todo estaba decorado en madera. El olor, una combinación de cuero, carne asada y buen vino, era un perfume intenso. La luz de la tarde todavía se filtraba por las ventanas, pero todas las velas de las mesas estaban encendidas.
Paula guardaba en su casa una libreta llena de ideas para ese restaurante. Propuestas para mejorar el servicio, los menús y la lista de vinos. Incluso había estado trabajando con unas cuantas recetas y le había pedido a Sofía que probara a elaborarlas.
Todos ellos sueños estúpidos, se dijo a sí misma. Ella ya no era una verdadera Chaves y aquel restaurante jamás sería suyo. Aunque en realidad era la única que parecía pensar de esa manera. Por lo que a sus hermanos concernía, nada había cambiado.
Vió a sus hermanos sentados en uno de los cubículos más apartados. Cuando la vieron acercarse, se levantaron para abrazarla. Matías la retuvo unos instantes entre sus brazos antes de darle un beso en la cabeza.

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