domingo, 6 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 20

—Me cuesta pensar que de verdad creas una cosa así —dijo Pedro cuando Jaime les retiró los platos.
—¿Por qué no? —preguntó Paula. La diversión brillaba en sus ojos castaños—. Los ricos pueden permitírselo todo. Me parece que tendría mucho sentido que todos aquéllos que ganan más de quinientos mil dólares al año apoyaran a algún niño con problemas económicos.
Estaba diciendo tonterías, pensó Pedro frustrado y divertido al mismo tiempo. Era una mujer rápida e inteligente, pero estaba decidida a sacarle de sus casillas.
—Voy a cambiar de tema. Estoy convencido de que no hablas en serio.
—¿Y es obligatorio hablar en serio?
—Digamos que ayuda a la conversación.
—Eres demasiado estirado. Supongo que es por culpa de tu profesión. Deberíamos… —miró el reloj—. Vaya, por mi culpa mis empleados van a salir más tarde de lo normal. Eso no está nada bien.
Pedro  miró el reloj y vio que eran más de las once. ¿Cómo era posible? Él tenía la sensación de llevar allí una hora como mucho.
Paula se levantó.
—Siento echarte de esta manera, pero como no salgan ahora mismo los empleados del restaurante, me odiarán para siempre. La cena corre de mi cuenta.
Pedro  también se levantó.
—No, por supuesto que no.
—No insistas, Pedro. Lo digo en serio. Estoy segura de que Bernardo ni siquiera me dejará pagar, así que no te preocupes. Te agradezco mucho que te hayas pasado por aquí. Y ahora, vete.
—Siempre tan amable. ¿A qué hora te irás tú a casa?
—Dentro de unos quince minutos.
—En ese caso, esperaré.
Paula le miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué?
—Para acompañarte al coche. Es muy tarde. No deberías ir sola hasta tu coche.
Paula elevó los ojos al cielo.
—Lo hago todos los días y hasta ahora he conseguido sobrevivir. Te agradezco el ofrecimiento, pero sé arreglármelas sola.
Pedro  se encogió de hombros.
—De todas formas, pienso esperar.
Paula suspiró al oírle.
—Muy bien, como tú quieras. Puedes esperar al lado de la puerta.
—Vivo para servirte.
—Ojalá fuera cierto.
Pedro aprovechó aquellos minutos para ver si tenía llamadas en el móvil. Tenía una de su madre.
Inmediatamente, la llamó a su línea privada, al teléfono de su estudio. Si se había acostado ya, no la molestaría. Pero su madre no tardó en contestar el teléfono.
—Te has quedado a trabajar hasta muy tarde —le dijo Pedro.
—Y tú también.
—Acabo de terminar de cenar.
—Supongo que ha sido una de esas cenas de la campaña. Estás trabajando demasiado.
Pedro  vaciló un instante, pero al final decidió que era mejor no decirle con quién había cenado.
—Lo mismo podría decir de tí.
—En ese caso, los dos tenemos que cambiar de actitud. Me comentaste que a lo mejor pasabas por casa.
—No podría llegar hasta las doce.
—Estaré otra hora levantada por lo menos.
—En ese caso, me pasaré por allí.
Colgó el teléfono justo en el momento en el que Paula se dirigía hacia él con el bolso al hombro. Llevaba un traje de color rojo que realzaba sus curvas, pero la cubría completamente. Era una combinación que habría hecho enloquecer a cualquier hombre.
Pedro  había hecho todo lo posible por permanecer inmune a sus encantos, pero no podía evitar fijarse en ellos: en sus curvas, en aquellos ojos enormes y en su sonrisa.
—¿Vas armado? —le preguntó Paula—. ¿Crees que vamos a tener que luchar para poder abrirnos paso hasta mi coche? ¿Y qué me dices de los francotiradores? Es posible que estén rodeando todo el perímetro del edificio. Aunque, por supuesto, con un hombre tan alto y tan fuerte como tú, no creo que tenga que preocuparme de nada.
Se estaba riendo de él. Debería haberle molestado, pero en cambio, se descubrió a sí mismo deseando inclinarse hacia ella para darle un beso.
¿Para darle un beso? ¿Cómo diablos se la había ocurrido aquella idea? Evidentemente, Paula era una mujer sexy y divertida, pero ¿y qué? No tenía ningún interés en ella. Aquella mujer era su enemiga o, por lo menos, un enorme problema. Sin embargo, una vez había aparecido aquella idea en su cabeza, le resultó imposible ignorarla.
—Nos arriesgaremos —contestó mientras abría la puerta.
—Oh, eres tan valiente… —canturreó Paula—. Voy hacia allí.
Señaló un coche y se dirigió hacia él. Pedro la siguió y esperó mientras sacaba las llaves del bolso. Después, cuando Paula las hizo tintinear delante de su rostro, comenzó a retroceder.
O, por lo menos, ése era el plan. Pero en vez de alejarse, se descubrió a sí mismo acercándose a ella hasta que estuvieron muy, muy cerca.
—Eres un auténtico fastidio.
—Lo mismo digo.
—Deberías tenerme miedo.
Paula fingió un bostezo.
—Lo siento. ¿De qué estábamos hablando? No he oído nada de lo que has dicho.
Aquella mujer le estaba volviendo loco. Así que la besó. Posó la mano en su cuello, inclinó la cabeza y buscó su boca.
Paula  se quedó completamente paralizada. Su respuesta no fue inmediata, sino que posó una mano en su pecho y suavizó los labios contra su boca.
El calor explotó entre ellos como si acabaran de lanzarles una bola de fuego.
El deseo durante tanto tiempo olvidado emergió para hacer que cada célula del cuerpo de Pedro estuviera excitada y dispuesta para la acción. Fue un deseo tan inmediato como poderoso. De pronto, hasta el capó de su coche le parecía un lecho invitador.
Acarició con la lengua su labio inferior y ella abrió la boca para él. Pedro  hundió entonces la lengua, deseando excitarla hasta la desesperación, deseando que fuera capaz de igualar su deseo.
Posó la mano en su cintura y la atrajo hacia él. Paula  pareció derretirse contra él mientras su cuerpo tocaba todos aquellos rincones de Pedro que estaban en tensión.
Sabía a vino y a nata montada, y lo mejor de todo era que sus gemidos parecían responder a la urgente necesidad de Pedro.
Fue el beso desesperado de dos amantes; un beso que le dejó estremecido, que le hizo experimentar una pasión como jamás había sentido. Y todo había ocurrido en menos de un minuto y con una mujer con la que jamás debería haber estado.
La realidad regresó en la forma de una risa masculina procedente de la parte de atrás del restaurante. Pedro  retrocedió al mismo tiempo que Paula se separaba bruscamente de él.
Se miraron fijamente bajo la luz de las farolas del estacionamiento. Paula parecía desconcertada, que era exactamente como se sentía él.
Paula  tragó saliva.
—No puede ser bueno… que nos besemos… de esta manera.
Tenía la respiración entrecortada. Pedro agradeció saber que no era el único que se encontraba en aquel estado de excitación.
—Estoy completamente de acuerdo.
Paula exhaló lentamente.
—Citar a Julia Roberts en Pretty Woman. Gran error.
—Épico.
—Sí, épico.
Paula  tenía los ojos oscurecidos por el deseo y la boca hinchada. Y Pedro la deseaba otra vez. Quería tenerla desnuda entre sus brazos y besar su cuerpo entero. Quería oírle gritar y ver cómo se estremecía de placer.
Maldita fuera.
—Tú eres el hombre equivocado; yo no podría ser peor elección para tí. Bueno, soy consciente de que no suena muy bien lo que acabo de decir, pero ya sabes a lo que me refiero.
Pedro asintió.
—De modo que como si nunca hubiera sucedido.
Paula soltó una risa estrangulada.
—Exacto. Como si fuera fácil olvidarlo.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! se me hace que no les va a ser muy fácil olvidar ese BESO!

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  2. Wowwwwwwwww, qué ES PEC TA CU LA RES los caps de hoy!!!!!!!! Mmmmmmmmmmmm, no creo que se olviden de ese momento jaja-.

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