viernes, 11 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 32

Carmen hundió el tenedor en la ensalada de pasta que pretendía cenar, pero no fue capaz de probarla. No podía. Llevaba todo el día con el estómago revuelto. Sabía que la causa era una desagradable combinación de dolor y estrés, pero conocer la razón no la ayudaba a sentirse mejor.
Se sentía como si le hubiera atropellado un coche y la hubieran dejado a un lado en la cuneta. Todo el cuerpo le dolía. Sobrevivir durante todo un día, sonreír a sus hijos, fingir que todo iba perfectamente, le había dejado sin fuerzas.
Los periódicos continuaban donde los había dejado; los titulares eran perfectamente visibles desde la butaca de cuero. Ella sabía que la noticia saldría en algún momento; siempre ocurría. ¿Pero tan pronto? ¿Y de aquella manera?
Algunos amigos habían llamado para asegurarse de que era cierta. Habían sido muy amables con ella. Había creído reconocer la duda que se ocultaba tras sus palabras, pero ninguno se había atrevido a preguntarle directamente si había sido algún problema de ella el motivo de que todos sus hijos fueran adoptados. Quizá ni siquiera tenían que preguntárselo. Seguramente ya lo sabían.
No debería importarle, se dijo a sí misma. No poder tener hijos no era nada malo. Y le ocurría a miles de mujeres que eran capaces de continuar viviendo plenamente sus vidas. Como lo había hecho ella. Adoraba a su familia, no la cambiaría por nada del mundo, excepto, quizá, por poder darle a Miguel lo que otra mujer había sido capaz de ofrecerle.
Oyó pasos en el parqué. Miguel entró en aquel momento en el estudio y se sentó también en el sofá.
—Menudo día —comenzó a decir después de darle un beso en la boca y acariciarle la mejilla—. Ha sido un auténtico infierno. Han conseguido adelantársenos. La prensa está contando la historia de una manera que no nos conviene, pero conseguiremos darle la vuelta. Todavía no hemos hecho ninguna encuesta, pero estamos de acuerdo en que esto no nos hará mucho daño. De hecho, si conseguimos darle la orientación adecuada, incluso podrá jugar a nuestro favor.
—Eso es importante —contestó Carmen.
Pero en el fondo, lo que le habría gustado hacer era ponerse a chillar. ¿Cómo era posible que Miguel no se diera cuenta de que todo aquello le estaba haciendo un daño terrible? ¿No era consciente de que estaba desolada?
Seguramente, se dijo Carmen, todavía no había tenido tiempo de pensar en ello. Estaba demasiado concentrado en su campaña.
—¿Has hablado con Pedro? —le preguntó Miguel—. Le dio un puñetazo a un periodista y van a denunciarle. La verdad es que es un problema que preferiría haberme ahorrado.
—Estaba defendiendo a Luisa. Siento que vaya a tener que sufrir las consecuencias, pero no lamento que lo hiciera. Creo, de hecho, que es lo mejor que pudo hacer.
Miguel se la quedó mirando fijamente.
—Tienes razón. Filtraremos a la prensa lo ocurrido. Nadie tiene derecho a aprovecharse de una niña —sonrió—. Eres brillante. Debería contratarte y tenerte en la oficina.
Era un comentario habitual entre ellos. Normalmente, Carmen contestaba que preferiría estar en su cama. Pero aquella noche no fue capaz de seguirle la broma.
—Ha estado llamando gente durante todo el día. Amigos, conocidos…
—Tú sabrás cómo manejarlos —dijo Miguel con un bostezo—. Como has hecho siempre.
Una furia inesperada se desató dentro de ella.
—¿Y si resulta que esta vez no quiero manejarlo? Yo no he pedido nada de esto, Miguel.
Miguel la miró y frunció el ceño.
—No es algo que te haya estado ocultando. Para mí, lo de Paula también ha sido una sorpresa.
Pero Carmen no estaba del todo segura. Al fin y al cabo, Miguel sabía que había tenido una aventura con Alejandra Chaves.
—Supongo que la conociste al poco tiempo de regresar a Seattle —aventuró Carmen—. Seguramente fue sólo cuestión de semanas.
Miguel fue suficientemente inteligente como para mostrarse cauteloso.
—Sí. Estaba muy enfadado por nuestra ruptura y, desde luego, no tenía ganas de salir con nadie. Pero ocurrió.
—Te enamoraste de ella.
Carmen hablaba sin perder la calma. No quería que Miguel supiera lo importante que era esa información para ella.
Miguel se encogió de hombros.
—Eso ahora no importa. Todo fue hace mucho tiempo. Carmen, esa actitud no nos va a ayudar.
Carmen se inclinó hacia el borde del sofá, pero no se levantó.
—Nada de esto nos va a ayudar. Todo el mundo se enterará de que yo soy la razón de que no podamos tener hijos. Todo el mundo hablará de mí, me compadecerá. Todo el mundo sabrá que soy yo la que no funciona. Y todo el trabajo que he hecho hasta ahora no significará nada.
Miguel se acercó a su esposa y le pasó el brazo por los hombros.
—Por supuesto que significa algo. ¿Crees que a la gente le importa que puedas tener hijos o dejar de tenerlos? Y, por cierto, tú funcionas perfectamente. Además, eres la más dura de los dos.
Carmen se separó de él. Por primera vez en su vida, no quería que Miguel la tocara.
Se levantó.
—Ya tienes lo que siempre has querido: un hijo propio.
Miguel también se levantó.
—Eso no es justo. Siempre he estado de acuerdo en adoptar. Nunca me he quejado de nuestra situación.
El enfado de Carmen era cada vez mayor.
—Oh, qué generoso por tu parte. A lo mejor deberías mencionarlo durante la campaña. «Mi mujer no podía tener hijos, pero yo nunca me quejé. ¿No creen que eso me convertirá en un gran presidente?». ¿Todavía estás enamorado de ella? —le preguntó bruscamente?
—¿Qué? No, todo eso fue hace treinta años. Apenas me acuerdo de su aspecto.
Carmen deseaba creerle desesperadamente. Quería que Miguel le convenciera de que ella había sido la única mujer de su vida.
—¿Todavía estabas con ella cuando fui a buscarte?
—No, ya habíamos roto.
—¿Y quién dio por terminada la relación? ¿Tú o ella?
Miguel desvió la mirada.
—¿De verdad importa?
Por supuesto que importaba. Pero Carmen ya sabía la respuesta. Había sido ella la que le había dejado.
—¿Por qué te casaste conmigo? —le preguntó con dureza—. ¿Fue por dinero?
Miguel la miró a sus ojos. Su mirada reflejaba sentimientos que Carmen no era capaz de interpretar.
—¿Es eso lo que piensas de mí?
—No intentes distraerme, Miguel. Sólo quiero saber la verdad.
—Esta noche no vas a creer nada de lo que diga. Has decidido convertirme en el malo de la película. Siento que Paula haya irrumpido de esta manera en nuestras vidas, pero no lamento que esté viva. Hace treinta años, fuiste tú la que pusiste fin a nuestra relación. Yo regresé a Seattle y sí, me enamoré de otra mujer. Desde entonces han pasado muchos años, jamás había vuelto a pensar en ella. Eres mi esposa, Carmen, te quiero. Tenemos una vida juntos, una familia. ¿Eso no significa nada para tí?
Significaba mucho más de lo que jamás podría explicar con palabras. ¿Pero qué significaba para él?
Le amaba con locura. Le amaba más allá de la razón. ¿Qué habría pasado si Alejandra no hubiera roto con él? ¿O si Carmen le hubiera pedido que eligiera? ¿Con quién de las dos se habría quedado?
Miguel tenía razón; dijera lo que dijera, no le creería. Entre otras cosas, porque ya sabía la respuesta.

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