domingo, 20 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 62

Paula  regresó a la casa de los Schulz dispuesta a llevarse a Luisa de compras. La adolescente le había llamado el día anterior emocionada porque su madre había dicho que sí, que podía ir de compras con ella, y tenía una tarjeta regalo de Nordstrom para comprarse con ella los zapatos que quería para su cumpleaños.
Pero la persona que le abrió la puerta no fue Carmen, ni tampoco Luisa, sino un hombre alto y atractivo al que recientemente había visto desnudo.
Pedro le sonrió, miró por encima del hombro, salió al porche y cerró la puerta tras él. La agarró por los hombros y la estrechó contra él.
Paula alzó la cabeza hacia él anticipando su beso y, en el instante en el que Pedro rozó sus labios, sintió el calor y el cosquilleo que esperaba.
Le encantaba que la besara. Adoraba la firme presión de sus labios, su olor, su sabor, lo bien que encajaban con los suyos. Le encantaba sentir su cuerpo fundiéndose con el suyo y ver cómo desaparecían como por arte de magia todas sus preocupaciones. Cuando Pedro la besaba, sólo le importaba él, el deseo y el beso.
Le rodeó el cuello con los brazos. Aquella postura añadía la ventaja de que podía presionar todo su cuerpo contra el de Pedro; sentir su dureza contra su suavidad, una dureza que destacaba en ciertos lugares de especial interés. Paula se restregó contra él. Pedro gimió y retrocedió.
—Eres una fuente constante de problemas —le dijo, acariciándole la mejilla.
—Es la mejor forma de acabar con el aburrimiento.
—Desde luego. Luisa me ha pedido que las acompañe a ese acontecimiento histórico que son las compras de unos zapatos de tacón, ¿te parece bien?
—Claro, ¿pero te apetece pasarte toda una tarde recorriendo zapaterías?
Pedro esbozó una mueca.
—Desde luego, no es la idea que tengo de diversión, pero Luisa quiere que las acompañe y así tendré oportunidad de verte.
—Eso me gusta.
—Estupendo —Pedro le rodeó los hombros con el brazo y la condujo al interior de la casa—. Me cambio en cinco minutos y vengo. Luisa también se está cambiando. Carmen está en su estudio, ¿por qué no pasas a saludarla?
Paula consideró sus opciones.
—Creo que preferiría ayudarte a cambiarte de ropa.
—Ésa es también mi primera opción. ¿Y si digo que sí?
Paula negó con la cabeza.
—Todo es palabrería. El ayudarte a desnudarte en casa de tu madre se acerca a un nivel de perversión en el que no me siento cómoda en absoluto.
Pedro se inclinó hacia ella para volver a besarla.
—En ese caso, te veo dentro de cinco minutos.
Paula lo vió alejarse por las escaleras. Miró alrededor del vestíbulo, pero no vio a ninguno de los niños por allí. Aunque le apetecía acercarse a saludar a Carmen, no quería resultar molesta. Aun así, si sólo se acercaba a decirle hola, no tenía por qué obligarla a interrumpir lo que quisiera que estuviera haciendo.
Recorrió el pasillo que conducía al estudio de Carmen, una habitación situada en la parte sur de la casa y, por lo tanto, rebosante de luz. Paula recordaba el cálido contraste de las paredes amarillas y los muebles de color azul del recorrido por la casa que Carmen la había invitado a hacer la última vez que había estado allí.
La puerta del estudio estaba semiabierta. Paula alargó la mano para llamar, pero la bajó cuando oyó que Carmen estaba hablando de ella.
—Por supuesto que estoy encantada con la aparición de la hija de Miguel —estaba diciendo Carmen.
Paula cambió de postura y vio entonces que Carmen estaba hablando por teléfono. Comenzó a alejarse, pero se detuvo. Quería saber cómo continuaba aquella conversación.
Sabía que no estaba bien. Que era un actitud irrespetuosa e infantil. Pero aun así, no se movió de donde estaba.
—Por supuesto —continuó diciendo Carmen—. Sí, fue toda una sorpresa, pero no una sorpresa desagradable. Miguel está emocionado —se produjo una pausa—. Oh, no. Él conoció a la madre de Paula mucho antes de que nosotros nos comprometiéramos. Las cosas terminaron, yo vine a Seattle y el resto ya es historia. Ajá. Sí, creo que Paula está encantada de haber encontrado a su familia. Sí, era muy pequeña cuando su madre murió.
Carmen se volvió. Paula retrocedió otro paso. Muy bien, había llegado el momento de marcharse. Pero antes de que hubiera empezado la retirada, vió que Carmen se llevaba la mano a la cara y comprendió entonces que estaba llorando.
—Ya conoces a Pedro —continuó diciendo Carmen con una risa forzada—. Siempre ha sido muy poco convencional. En realidad entre ellos no hay ningún lazo de sangre y todos la adoramos, así que, por supuesto, estamos todos muy contentos. De esa forma todo queda dentro de la familia.
Había dolor en el semblante de Carmen. Su expresión y las lágrimas que bañaban sus mejillas contrastaban de manera notable con sus palabras. Paula se preguntó con quién estaría hablando. Evidentemente, con alguien con quien no quería sincerarse.
Regresó de nuevo al vestíbulo, arrepintiéndose de haber escuchado a escondidas. Había sido un gesto maleducado y egoísta. Pero precisamente gracias a él, había conocido una incómoda verdad. Acababa de comprender que, involuntariamente, había herido profundamente a una mujer a la que respetaba. Y lo peor de todo era que no tenía ninguna manera de ayudarle a aliviar a aquel dolor.

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