viernes, 4 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 9

Miguel le tomó la mano y le dijo:
—Vamos, tenemos que hablar.
—¿No quieres saludar a los niños?
—Eso lo dejo para después. Ahora quiero hablar contigo.
Miguel era un hombre típicamente masculino. A pesar de que era capaz de hablar con un donante durante más de dos horas sin sudar una gota, cada vez que ella sugería que tenían que hablar, encontraba otras mil cosas que hacer, de modo que aquel cambio de actitud extrañó a Katherine. ¿De qué querría hablar? Se estremeció ligeramente.
Se dirigieron a su despacho. Miguel cerró la puerta tras ellos y la condujo hasta el sofá. Su expresión era extraña. ¿Estaría enfadado por algo? No, no lo parecía. Parecía más bien resignado. ¿Pero por qué? El miedo comenzó a abrirse paso en el interior de Katherine.
¿Querría dejarla?
Su cerebro le dijo que, incluso en el caso de que Miguel estuviera desesperado por separarse de ella, divorciarse de su esposa cuando estaba planteándose la posibilidad de iniciar la carrera hacia la presidencia no era una buena idea. Su corazón le susurraba que su marido la amaba. Últimamente había estado particularmente ocupado, pero era algo que ella ya esperaba. Tenía que dejar de preocuparse por nada. Aun así, las manos le temblaban cuando las cruzó en el regazo y alzó la mirada hacia él.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Imaginaba que, por fuera, parecía completamente serena y controlada. Que era ésa la imagen que Miguel contemplaría. La única que ella quería que viera.
—Hoy ha venido a verme una joven —le dijo Miguel—. Bueno, a lo mejor no era tan joven. Tiene veintiocho años. Supongo que, si la considero joven, es porque cada vez soy más viejo. ¿Todavía tienes algún interés en continuar casada con un vejestorio? Al fin y al cabo, tú eres la más atractiva de los dos.
Hablaba con ligereza, sonriendo y sosteniéndole la mirada. Aquella actitud debería haberle relajado, pero no lo hizo. La verdad era que Carmen estaba aterrada, aunque no era capaz de decir por qué.
—Tú no eres ningún viejo —contestó, haciendo lo imposible para ocultar su miedo.
—Ya tengo cincuenta y cuatro años.
—Y yo cincuenta y seis —replicó—. ¿Piensas cambiarme por un modelo con menos años?
—No, tú eres la mujer más guapa del mundo —le aseguró Miguel—. Y además, eres mi esposa.
Aquellas palabras parecían destinadas a tranquilizarla, pero consiguieron hacerlo.
—¿Quién era esa mujer?
—Se llama Paula Chaves. Paula, como me dijo Pedro después.
—¿Pedro? ¿Y él que tiene que ver con todo esto?
—En realidad nada. Estaba allí y también la conoció. Intentó echarla. Tu hijo es un auténtico perro guardián.
—Se preocupa por su familia.
—Lo sé —Miguel le acarició la mejilla—. Carmen, ¿te acuerdas de la primera vez que estuvimos comprometidos? ¿Te acuerdas de cómo terminaron las cosas entre nosotros?
Carmen asintió lentamente. Ella era la hija única de una adinerada familia de la Costa Este. Sus padres no aprobaban su relación con Miguel, un joven de Seattle; era un hombre con encanto y energía, pero no pertenecía a una buena familia. Aun así, Carmen le amaba y había conseguido que su familia le aceptara. Miguel le había propuesto matrimonio y ella lo había aceptado. Pero seis semanas después, Carmen había puesto fin a su compromiso. Había sido incapaz de confesarle a Miguel la verdad sobre sí misma. En vez de arriesgarse a que Miguel la compadeciera y después la dejara, había decidido dar por finalizada su relación.
Después de aquello, Miguel había regresado a Seattle.
—Regresé a mi casa para intentar averiguar qué quería hacer con mi vida —le contó—. Mientras estaba allí, conocí a alguien. Yo no estaba buscando nada parecido, pero ocurrió.
Regresó entonces el miedo, un sentimiento frío y afilado que la estaba desgarrando por dentro. El dolor la devoraba, pero Carmen permaneció frente a Miguel, decidida a no demostrarlo.
—¿Y tuviste una relación con esa mujer? —preguntó con calma.
—Sí. Estaba casada. Ninguno de los dos pretendía que ocurriera. Nadie sabía nada, no queríamos que su marido se enterara. Y yo no quería hacerle ningún daño. Un buen día, todo terminó. Yo no había vuelto a pensar en todo aquello hasta hoy. Paula es hija de aquella mujer. Es mi hija.
Carmen se levantó. A lo mejor, si se movía, el dolor no sería tan terrible. A lo mejor conseguía respirar. Pero el despacho no le ofrecía lugar alguno en el que esconderse.
—Evidentemente, yo no lo sabía —dijo Miguel, como si no fuera consciente de que nada de lo que dijera podía mejorar las cosas—. Pedro ha sugerido que se haga una prueba de ADN para poder asegurarnos de que es cierto. A mí me parece una buena idea. Paula parece una gran chica. Se parece mucho a Alejandra, pero también yo me he podido reconocer en ella. Con toda la campaña en marcha, tendremos que ser muy discretos.
Miguel continuó hablando, pero Carmen ya no era capaz de oírle. Miguel tenía una hija. Una hija biológica a la que ya había conocido.
—La he invitado a cenar —dijo Miguel—. Quiero que la conozcas. Todavía no tenemos que decirle a los niños quién es, pero con el tiempo, lo haremos.
Carmen se volvió entonces hacia él. Se había quedado petrificada. De hecho, ni siquiera sabía si iba a ser capaz de hablar.
—¿Va a venir a casa?
—Sí, esta noche —se acercó hasta ella y le tomó las manos—. Sé que te gustará. ¿No dices siempre que te gustaría tener otra hija?
No, no podía estar hablando en serio. Y era imposible que no se diera cuenta de lo que le estaba haciendo. Pero Miguel continuaba hablando como si no ocurriera absolutamente nada. Como si Carmen no estuviera devastada porque acababa de enterarse de que otra mujer le había dado algo que ella no podría darle jamás en su vida.

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