lunes, 14 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 46

Pedro  llevó las manos a su cintura y las subió después para desabrocharle el sujetador. Paula se lo quitó y se inclinó sobre Pedro, dejando sus senos al descubierto.
—Menuda vista —musitó Pedro mientras posaba las manos sobre sus senos.
Se movía lentamente, descubriendo sus curvas, provocándola, acercándose a sus pezones y rodeándolos sin tocarlos en ningún momento de verdad. Paula gemía de anticipación, pero en vez de acariciarla con los dedos, Pedro se apoderó de uno de los pezones con la boca.
Succionó con delicadeza, sólo lo suficiente como para que Paula sintiera la conexión entre aquella zona erógena y la que se ocultaba entre sus piernas. Continuaba acariciándole el otro seno con la mano, provocando una sensación muy agradable, aunque no tan intensa como la de sus labios. El deseo crecía dentro de Paula y comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás contra su excitación, en un intento de ir aliviando su propia tensión.
Pedro  se dedicó entonces al otro seno, que succionó, lamió y mordisqueó hasta dejar a Paula sin aliento.
Más, pensaba Paula desesperada, necesitaba más.
—Pedro…
Pedro abrió los ojos, la miró y dijo:
—Creo que deberíamos cambiar el escenario de la fiesta.
Paula asintió y se puso de pie. Iba medio desnuda, pero apenas era consciente. Lo único que le importaba era que Pedro parecía incapaz de apartar la mirada de ella.
Los dos se quitaron los zapatos, Pedro le dió la mano y la condujo a lo largo del pasillo. Cuando llegaron al dormitorio, Pedro tomó un mando a distancia y encendió una chimenea de gas.
Las llamas bastaron para iluminar el dormitorio. Los muebles grandes y de líneas muy masculinas y la cama enorme. Pedro estrechó a Paula contra él y, a partir de aquel momento, lo único que le importó a ella fue el placer que sabía iban a darse el uno al otro.
Pedro  se quitó la sudadera y volvió a abrazarla. Piel contra piel, pensó Paula con un suspiro; por fin había llegado el momento de la verdad.
Pedro le desabrochó los pantalones y se los bajó, aprovechando el mismo movimiento para quitarle las bragas. Continuaron besándose después; Paula salió de los pantalones e intentó retroceder, pero las piernas no parecían funcionarle como debían, probablemente porque Pedro  había deslizado la mano entre ellas.
«Tienes que llegar a la cama», se decía Paula. Sabía que allí todo sería mucho mejor. Pero le resultaba extremadamente difícil pensar en nada mientras Pedro continuaba moviendo la mano hacia arriba y hacia abajo sobre el centro de su feminidad.
Pedro continuó explorando su cuerpo y, cuando encontró el rincón mágico del placer, continuó acariciándola con movimientos rítmicos. Paula gimió y le mordisqueó el labio inferior.
—Me estás volviendo loca —susurró.
—Esa era precisamente mi intención.
Pero la soltó durante el tiempo suficiente como para que pudiera apartar las sábanas y sentarse en la cama. Paula se quitó entonces los calcetines y se tumbó sobre las sábanas frías.
Pedro también tuvo que prepararse para el encuentro, pero terminó de desnudarse en unas décimas de segundo y se reunió con ella.
—¿Por dónde íbamos? —le preguntó antes de abrazarla.
Paula se entregó a su abrazo, excitada, pero, al mismo tiempo, infinitamente más tranquila de lo que jamás habría creído posible. Estaba haciendo el amor con Pedro y no tenía miedo, ni aprensión alguna. ¿A qué se debería?
En cualquier caso, era una pregunta estúpida, pensó mientras Pedro le acariciaba los senos. Lo único que importaba en aquel momento era lo que aquel hombre era capaz de hacerle sentir.
Pedro le hizo tumbarse de espaldas y comenzó a besar su cuerpo. Paula cerró los ojos y se dejó acariciar, tensándose y relajándose mientras Pedro deslizaba la lengua por su vientre, sus caderas y sus muslos para abrirse después paso entre los rizos húmedos que ocultaban su sexo.
La caricia de su lengua era cálida, segura, la acariciaba con la presión suficiente como para hacerle quedarse sin respiración. Pedro se movía lentamente, exploraba su cuerpo a conciencia, deteniéndose de vez en cuando hasta hacerle desear gritar de placer, y continuando después a un ritmo más rápido.
Le hacía el amor como un hombre que disfrutaba de lo que estaba haciendo.
El placer la abrasaba. Mientras Pedro continuaba besando y acariciando aquel rincón tan íntimo, Paula alzaba las caderas, urgiéndole a continuar.
Más, pensaba a través del velo de la pasión. Necesitaba más. Pero Pedro no parecía tener ninguna prisa por terminar su tarea. Continuaba tentándola con la lengua, sin aumentar apenas la velocidad de su beso. Paula tensó los músculos anticipando un orgasmo que todavía parecía lejos de llegar. Quería liberarse, llegar al placer final, pero todavía no había llegado el momento.
Pedro continuó y continuó, volviéndola loca en el mejor de los sentidos. Paula sentía la piel tensa y sensible; los pechos los tenía tan henchidos que casi le dolían. Poco a poco iba acercándose al precipicio del orgasmo. Estaba tan cerca que parecía inevitable caer, pero aun así, continuaba allí, al borde mismo del precipicio, desesperada por dar el salto.
—Pedro —susurró. «¡Haz algo», pensó.
Pero no lo dijo. Aquel viaje estaba siendo demasiado exquisito para interrumpirlo.
Pedro cambió ligeramente de postura y Paula le sintió deslizar un dedo en su interior. Al mismo tiempo, succionó el centro de su feminidad y lo acarició con la lengua.
El orgasmo fue como una explosión. En cuestión de segundos, Paula pasó del máximo nivel de expectación al más absoluto de los placeres. Su cuerpo fue arrastrado por unas sensaciones tan intensas que pensó que jamás iba a poder regresar al mundo real.
Gritaba, jadeaba para poder respirar y se retorcía bajo sus caricias mientras él continuaba acariciándola, haciéndole disfrutar de hasta la última gota de placer.
Paula no podía moverse. Seguramente, no podría volver a moverse en toda su vida, lo cual no estaba nada mal. No si eso le permitía experimentar algo parecido por segunda vez.

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