viernes, 4 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 11

—Una acusación terrible y completamente falsa.
—Encantada de conocerte —dijo Paula, y le tendió la mano.
Ian acercó la silla y le estrechó la mano.
—Si quisieras, podrías ser una stripper.
—Qué amable por tu parte. Es un cumplido que jamás olvidaré. Mi madre estaría orgullosa de oírlo.
Ian se echó a reír a carcajadas.
—Muy bien, me gustas. Algo que no sucede a menudo. Intenta no olvidar este momento.
Paula también rió.
—Lo haré. Y, por supuesto, lo escribiré con pelos y señales esta noche en mi diario.
Ian suspiró.
—Siempre el mismo problema. Las mujeres me acosan. Es por culpa del tamaño de esta batería. Les vuelve locas la electricidad.
Y sin más, dio media vuelta y se marchó. En cuanto hubo desaparecido, Paula se volvió hacia Pedro.
—¿Lo ves? A la gente le gusto.
—Mi hermano es todavía muy joven y no sabe quién eres.
—¿Quieres decir que cuando averigüe que soy el demonio en persona dejaré de gustarle?
Pedro se la quedó mirando fijamente. No apartaba en ningún momento la mirada de ella.
—Es raro que a Ian le guste alguien.
—Es un hombre muy perspicaz. A mí también me gusta él.
—¿Crees que voy a dejarme conmover porque muestres compasión por mi hermano?
El buen humor de Paula desapareció y de pronto, deseó ser un tipo alto y musculoso para poder derribar a Pedro de un puñetazo.
—No me insultes a mí y no te atrevas tampoco a insultarle a él —se acercó a él y le clavó el dedo en el pecho—. Estoy dispuesta a aceptar que soy una complicación que no esperabas. Puedes proteger a tu familia todo lo que quieras, puedes pensar lo peor de mí, pero no te atrevas a interpretar que lo que ha sido un momento de complicidad y diversión pueda ser otra cosa completamente repugnante.
—¿Estás dispuesta a enfrentarte a mí? —preguntó Pedro, evidentemente impresionado por su carácter.
—Cuando haga falta.
—¿Y crees que tienes alguna posibilidad de ganar?
—Absolutamente.
Pedro no pudo evitar una sonrisa.
—Ya veremos.
Genial. Ella estaba furiosa y él encontraba la situación divertida. Fuera atractivo o no, Paula estaba comenzando a pensar que podría llegar a odiar realmente a ese hombre.
Pedro hizo entonces un gesto para invitarla a entrar al salón. Al pasar por delante de él, Paula le mostró su bolso.
—He traído un bolso pequeño para no tener que pasar la vergüenza de que me lo registres antes de marcharme. De esta manera me resultará mucho más difícil robar la cubertería de la familia.
—No sé si habrías pasado ninguna vergüenza.
—Realmente, eres un abogado.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Que no tienes miedo de decir lo que piensas, que no te importa insultarme y que estás decidido a tratarme como si fuera tan insignificante como una hormiga. Hace falta mucho entrenamiento para una cosa así.
—O, sencillamente, la motivación adecuada.
La habitación estaba decorada en tonos tierra y con un mobiliario elegante y obviamente caro. Los cuadros de las paredes parecían auténticos y las alfombras eran tan gruesas que se podría dormir sobre ellas, pero había juguetes desparramados por todo el salón. Evidentemente, no era una habitación para enseñar, sino una habitación en la que la gente vivía, y a Paula eso le gustó.
Se volvió y vio entonces que en el sofá estaba sentada una mujer con una bata blanca. La mujer se levantó y caminó inmediatamente hacia ellos.
—Cuando usted quiera —dijo.
¿Cuando quisiera qué? Ah, claro.
—¿La prueba de ADN? Desde luego, no has perdido el tiempo.
—¿Preferirías que lo hubiera perdido? —preguntó Pedro.
En vez de contestar, Paula se volvió hacia la mujer.
—Tómeme la muestra.
Abrió la boca y la técnica del laboratorio metió en ella un palito con un algodón. Segundos después, se dirigió hacia la puerta. Paula la siguió con la mirada.
—A ver si lo adivino —le dijo a Pedro—. Has pagado un dinero extra para que el procedimiento sea más rápido de lo habitual.
—Me ha parecido lo más inteligente.
Paula  estaba agotada por el torbellino de emociones al que había estado sometida durante todo el día. La situación ya era suficientemente estresante sin necesidad de tener que enfrentarse a Pedro.
—Quiero saber la verdad —le dijo—, nada más. Si Miguel Schulz no es mi padre, entonces desapareceré y fingiremos que nada de esto ha pasado.
Pedro no parecía muy convencido.
—Podrías no haber aparecido nunca.
—Quiero conocer a mi padre. Y supongo que hasta tú eres suficientemente humano como para comprenderlo.
—Ya te lo he dicho antes, creo que has aparecido en un momento especialmente inoportuno.
—Yo acabo de enterarme de que puede ser mi padre. Lo único que quiero averiguar es cuál es mi familia.
Pedro no dijo «ésta no», pero el eco de aquellas palabras no dichas quedó flotando en la habitación. Aun así, le indicó con un gesto que se sentara.
—¿No quieres tomar nada?
—No, gracias —por culpa de los nervios, llevaba todo el día con el estómago revuelto.
—No les diremos nada a los niños hasta que no tengamos el resultado. Así que tendrás que esperar varios días antes de proclamar tu victoria.
Paula, que estaba a punto de sentarse, se enderezó.
—Maldita sea, Pedro. Ya está bien. No sé por qué me tratas tan mal. No he cometido ningún crimen. Desde el primer momento, he sido sincera con vosotros. El hecho de que tú no quieras creerme no cambia la verdad. Si no quieres que tengamos problemas, tendrás que cambiar de actitud.
Pedro se cruzó de brazos.
—Ya tenemos problemas. No confío en ti y nada de lo que digas o hagas podrá hacerme cambiar de opinión.
Paula le miró con los ojos entrecerrados. Parte de ella respetaba su firme determinación, su necesidad de proteger lo que era suyo. Pero otra parte habría hecho cualquier cosa en aquel momento para machacarle.
—En ese caso, intentaré decírtelo de otra manera. ¿Qué tal si me dejas acercarme un poco a la familia antes de arrancarme la cabeza?
No sabía si Pedro iba a aceptar aquel ofrecimiento. Se descubrió a sí misma esperando que lo hiciera y no sólo porque quizá fuera hija de su padre. Había algo que le hacía desear gustarle a Pedro. Una sensación peligrosa, pensó, teniendo en cuenta su historial sentimental y la posibilidad de que tuviera una relación familiar con Pedro.

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