miércoles, 9 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 27

Treinta minutos después, Paula estaba en uno de los reservados del café Totem Lake Shari. Apenas había tenido tiempo de pedir un café cuando Pedro entró en el establecimiento. Tenía un aspecto magnífico mientras caminaba decidido hacia ella. A pesar de su trauma matutino, Paula pudo apreciar la anchura considerable de sus hombros y la largura de sus piernas. Aunque no fuera para otra cosa, le servía de distracción.
En cuanto se sentó a su lado, Pedro le pasó el periódico de la mañana.
—¿No has visto esto? —le preguntó.
Paula leyó el titular y gimió.
—No. Por la mañana no leo el periódico ni oigo las noticias. Me parecen demasiado deprimentes. Pero supongo que es algo que tendrá que cambiar —leyó rápidamente el artículo—. ¿Cómo es posible que se hayan enterado? Yo no se lo he dicho, te lo prometo.
—Ya sé que no has sido tú —le explicó lo que le había pasado a Luisa y la estrategia que había utilizado el periodista.
Paula se tensó en su asiento. Estaba indignada.
—Pero eso es horrible. ¿Quién ese ése tipo? Uno de mis hermanos fue marine y estoy segura de que estaría encantada de darle una buena paliza.
—Ya le pegué yo —dijo Pedro.
En ese momento llegó la camarera con el café de Paula. Pedro pidió una taza para él. Paula aprovechó aquellos segundos para intentar pensar con claridad y volver al mundo real y racional.
Alzó la mano.
—¿Qué has dicho que hiciste? ¿Le pegaste al periodista?
Pedro se encogió de hombros.
—No soporto que nadie haga daño a mi familia.
—No me malinterpretes, no me estoy quejando por lo que has hecho. Yo también le habría pegado si hubiera podido, pero aun así, me ha sorprendido.
Ella pensaba que Pedro era uno de esos hombres con una capacidad de control total, que nunca se dejaba llevar por los sentimientos.
—Soy un hombre duro.
Estaba bromeando, pero Paula pensó que aquellas palabras encerraban una gran verdad. Pedro era un hombre duro y, básicamente, un buen tipo. Paula no podía quejarse de que hubiera defendido a su hermana. Eso significaba que, además de guapo, era una buena persona.
—¿Y tú puedes hacer eso? —preguntó—. ¿Pegar a un periodista? Bueno, en realidad ya sé que puedes, al fin y al cabo lo has hecho. ¿Pero crees que es una buena idea?
Pedro se tensó.
—Eso depende de si el tipo presenta o no denuncia. Porque si decide denunciarme, me temo que mi futuro va a cambiar de forma muy interesante.
Paula no sabía qué decir. Pedro era abogado. ¿No se suponía que los abogados tenían que ser los primeros en respetar la ley?
Se reclinó en su asiento.
—Todo esto es una locura y todo está pasando demasiado rápido. Empecemos desde el principio. Algún cretino ha intentado engañar a Luisa para que hablara sobre mí, por eso la prensa está al tanto de la historia y, ahora, ¿qué se supone que tenemos que hacer?
—Ahora tendremos que enfrentarnos a una nueva situación. Durante una temporada al menos, te estará siguiendo la prensa.
Paula temía que era eso lo que iba a decir.
—¿Te importaría definir con más precisión lo que significa «perseguir» y «una temporada»? ¿Estamos hablando de días, de semanas, o tengo que irme a vivir definitivamente a Borneo?
—No hace falta que cambies de domicilio, pero el interés por la historia tardará algún tiempo en aplacarse. ¿Vives en una casa?
Paula asintió.
—Sí, en una casa alquilada, y no muy llamativa.
—Creo que no va a ser suficiente protección. Podrías pensar en quedarte en casa de alguna amiga hasta que todo esto haya terminado. Preferiblemente en casa de alguna que viva en un edificio con medidas especiales de seguridad.
Pero Paula no conocía a nadie que encajara en aquella descripción.
—Odio pensar que voy a tener que irme de mi casa porque esa historia haya trascendido a la prensa.
Pedro la miró entonces con firmeza.
—Una cosa son los principios y otra muy distinta la realidad. La prensa puede convertir tu vida en un infierno, por lo menos durante unos meses.
—Y eso que ni siquiera soy Paris Hilton.
—¿Quién?
Paula se echó a reír.
—Eres increíble.
—Mira que eres raro.
—Mejor. De otro modo, sería yo el que habría salido en los periódicos.
—Ese sería un titular interesante: «El hijo mayor del senador se cita en secreto con una mujer». Desde luego, sería una nueva complicación.
Pedro bajó entonces la mirada hacia su boca.
—Sí, en más de un sentido.
¿Era ella, o de pronto se estaba cargando el ambiente? Paula se movió incómoda en su asiento.
—Lo siento —dijo—. No pretendía estropearlo todo. No quería hacer ningún daño a nadie. Sólo quería encontrar a mi padre.
Pedro tomó entonces su mano.
—Esto no es culpa tuya. Tú no has hecho nada malo.
El contacto de su mano era cálido. Paula estaba segura de que él sólo pretendía consolarla con aquel contacto. No podía echarle la culpa de que a ella le entraran ganas de restregarse contra él y ronronear como un gato.
—¿Entonces ya no me odias?
—Nunca te he odiado.
—Pero has estado cerca. Reconoce que me odiabas un poco.
—No confiaba en ti, no es lo mismo.
—¿Y ahora?
—Ahora creo que eres quien dices ser.
—¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión? ¿Mi deslumbrante personalidad?
Pedro le soltó la mano y esbozó una sonrisa.
—¿Qué otra cosa, si no?
Antes de que hubiera podido contestar, Paula miró el reloj y gimió.
—Llego tarde —dejó cinco dólares encima de la mesa y salió del reservado.
—Gracias por venir a hablar conmigo.
Pedro tomó el billete y se lo metió a Paula en el bolsillo de la chaqueta.
—Siempre estoy dispuesto a rescatar a una dama.
Paula abrió la puerta del restaurante de Sofía y entró a toda velocidad.
—Llego tarde, ya lo sé. Lo siento.
Sofía se levantó y la abrazó.
—¿Qué ha pasado? Estábamos empezando a preocuparnos.
Sofía se refería a ella, a Malena, a Federico y a Clara, la prometida de Agustín.
—Tengo la mejor excusa de mi vida —contestó Paula mientras le tendía a Sofía un periódico—. Me ha estado persiguiendo la prensa. He tenido que llamar a Pedro para decirle lo que estaba pasando. Por lo visto, me he convertido en noticia.
Sofía  leyó el titular y después les mostró el periódico a Malena y a Clara.
—Podría haber sido peor. Podrían haberte abducido los extraterrestres —la consoló Malena.
—Tienes razón —bromeó Malena.
—Desde luego —continuó Clara—. Creo que te examinan hasta los dientes.

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