martes, 22 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 72

Paula  odiaba haber tenido que pedirle a Gloria que mintiera por ella, pero no estaba preparada para enfrentarse a Pedro. De hecho, continuaba sin estarlo.
—Creo que todavía no estoy en condiciones de enfrentarme a todo esto —admitió.
—¿De enfrentarte a qué? ¿De qué estás hablando? Maldita sea, Paula, ¿por qué me evitas?
—Porque no quiero verte —replicó—. ¿Quieres que te lo diga más claro? No quiero verte.
Pedro se quedó como si acabaran de abofetearle.
—Muy bien, ¿y piensas decirme por qué?
No podía. No podía decirle todo lo que ocurría sin echarse a llorar y se negaba a derrumbarse delante de él. Se volvió.
—Por favor, vete —le dijo suavemente—. Creo que de esa forma será mucho más fácil.
Pero Pedro la agarró del brazo y le hizo volverse hacia él.
—A lo mejor no me interesan las cosas fáciles. A lo mejor lo que quiero es saber la verdad.
—No, lo único que a tí te interesan son las mentiras. Al fin y al cabo, es a lo que estás acostumbrado.
—¿De qué demonios estás hablando?
Sus ojos adquirieron de pronto el color de la media noche. Y Paula odió el ser capaz de fijarse en aquel detalle a pesar de estar dolida y enfadada.
Pedro  soltó una maldición y se cruzó de brazos.
—No me lo puedo creer —le dijo—. Esperaba algo mejor de tí.
—¿Qué?
—Estoy seguro de que viste el programa del domingo. Has estado leyendo los periódicos, sabes que están bajando las encuestas y has decidido huir, como dijiste que harías. Estás optando por la salida fácil. Jamás pensé que te adaptarías tan rápidamente al mundo de la política.
Paula pasó de la más absoluta tristeza a la furia en cuestión de segundos.
—En ese caso, bienvenido al mundo de los decepcionados. Porque a mí me ha pasado lo mismo contigo. Para empezar, no me he convertido de pronto al mundo de la política, pero te agradezco la facilidad con la que has sido capaz de juzgarme. En cuanto a los motivos por los que he estado evitándote, aquí está la razón: estoy cansada de hombres mentirosos, miserables y canallas y, al parecer, tú eres el último de una larga cadena. Te aseguro que eres un gran embaucador. Conseguiste engañarme como el que más. Felicidades, a tu lado, Ryan es sólo un aficionado.
Pedro  dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
—No sé de qué estás hablando.
—Deja de actuar. He hablado con Silvina. Estoy al corriente de la verdad.
—¿Qué verdad? No hay ninguna verdad.
—Por supuesto, olvidaba que eres abogado. Todo es relativo, ¿verdad? Así es como funcionan las cosas para tí. Pero no para mí. Soy tan increíblemente simple que pretendo que el hombre que se acueste conmigo no se acueste con nadie más. Supongo que al respecto podrías argüir que en ningún momento hemos hablado de exclusividad en nuestra relación. Y la verdad es que no sabes cuánto lo lamento. Eres una persona repugnante, Pedro. Siento haberte conocido, siento haberme acostado contigo y no puedo decirte cuánto lamento no poder alejarme para siempre de tí y no volver a verte en mi vida… Es una lástima que formemos parte de la misma familia.
Pedro dió un paso hacia ella.
—¿Crees que estoy saliendo con alguien?
—Sé que estás saliendo con alguien, con Silvina. Ella misma me lo dijo. ¿Estás emocionado con tu futuro bebé?
Pedro la miró absolutamente estupefacto.
—¿Está embarazada?
Paula se le quedó mirando de hito en hito.
—¿No te lo ha dicho? Vaya, siento haberle estropeado la sorpresa. Sí, Pedro, vas a ser papá. Al final vas a tenerlo todo.
—No me estoy acostando con Silvina —negó Pedro, pero sin ninguna firmeza.
—Qué convincente. Mira, no hace falta que sigas disimulando. Silvina me lo ha contado todo. Es evidente que ha estado en tu casa y en tu cama. Estoy cansada de librar esta clase de batallas. Renuncio. No quiero volver a saber nada de hombres. Llegué a creer que tú eras especial, que eras mejor que los demás, pero no lo eres.
—No me merezco esto. Yo no he hecho nada.
—Déjame imaginar… ahora lamentas que me haya enterado de esta forma.
Pedro la miró con los ojos entrecerrados.
—Si de verdad es eso lo que piensas de mí, entonces no tenemos nada más que hablar.
—¿No ha sido precisamente eso lo que te he dicho cuando has entrado?
Durante mucho rato, Pedro continuó mirándola en silencio. Paula se preparó para recibir sus disculpas, sus explicaciones. Esperaba, necesitaba desesperadamente que le demostrara que estaba equivocada. Estaba tan loca por él que quería oírle decir que no le había engañado.
Pero Pedro no pronunció una sola palabra. Dió media vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Seguramente aquél era el peor momento posible para ensayar un discurso que nunca había querido dar, pero Paula no era capaz de inventar una excusa convincente para cambiar su cita con Carmen. Y ya había aparcado y se dirigía andando hacia la casa cuando se dio cuenta de que, sencillamente, podría haber llamado para decir que no se encontraba bien.
Pero por lo visto, además de su corazón, había perdido también parte del cerebro.
Aquel pensamiento entró y salió de su cabeza tan rápidamente que tardó varios segundos en comprender su significado. Cuando lo hizo, se detuvo en seco en medio del camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario