domingo, 13 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 38

—¿Cómo va todo? —le preguntó.
—Bien, muy bien.
Su hermano la miró a los ojos.
—¿Necesitas algo?
Paula sabía que él estaría dispuesto a proporcionarle cualquier cosa que pudiera necesitar. Todos sus hermanos lo harían. Como los tres se habían encargado de repetirle hasta el infinito, aunque fuera hija de un padre diferente, podía contar con ellos. Gracias a Dios.
—Estoy bien —les dijo—. Pero creo que no habíamos quedado para hablar de mí, sino de las lucecitas y las flores de la boda de Agustín.
Agustín le tendió una botella de vino y una copa.
—Yo no tengo ganas de hablar de lucecitas de colores ni de flores. Eso es cosa de Clara.
Paula se sirvió una copa y miró a Federico.
—He oído decir que te vas a fugar con tu novia y a casarte en secreto, ¿eso es cierto?
Federico estuvo a punto de atragantarse.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Malena.
Matías y Agustín se inclinaron hacia delante.
—¿Cuándo pensabas contárnoslo?
—No hay nada que contar. Todavía no hemos hecho ningún plan.
Paula suspiró pesadamente.
—Me encanta haberme enterado antes que nadie. Creo que es la primera vez en mi vida que me pasa. Éste es un momento digno de recordar.
—Eres una niña malcriada —gruñó Federico.
—Exacto. En cualquier caso, procura no fugarte antes de la boda de Agustín. Eso distraería a todo el mundo y no sería justo para Clara.
—Ya lo sé —replicó Federico—. Precisamente por eso estamos esperando.
Estuvieron hablando de los detalles de la boda hasta que Agustín dijo que ya no podía soportarlo más. Matías se volvió entonces hacia Paula.
—Bueno, ahora tendrás que hablar de tí.  Has salido en los periódicos, ¿cómo estás llevando todo eso?
—Fatal, lo odio. Yo soy una persona normal, y la gente normal no sale en las portadas de los periódicos. ¿Sabéis que la gente que se encarga de la campaña ha hecho preguntas en las encuestas para saber el efecto que ha tenido mi aparición en la campaña?
—¿Pero te está mereciendo la pena? —preguntó Matías—. ¿Estás satisfecha de tu relación con Miguel?
Paula se encogió de hombros.
—No sé qué decirte. Me alegro mucho de haber conocido a mi padre, por supuesto. Pero nada está siendo como me imaginaba. Miguel no es… Bueno, es diferente.
—¿Diferente a qué? —quiso saber Agustín.
—Yo pensaba que se establecería entre nosotros una auténtica conexión. Miguel me gusta, me cae bien, pero no le conozco, y tengo la sensación de que nunca voy a llegar a conocerle. Supongo que me había creado unas expectativas muy poco realistas. La culpa la tiene la televisión. He visto demasiadas series. A lo mejor vería las cosas de otra manera si nos pusieran una banda sonora cuando estamos juntos.
—Estas cosas llevan su tiempo —dijo Federico—. Sólo hace unas cuantas semanas que lo conoces.
Paula le miró a los ojos.
—Vaya, Federico, se me hace muy raro verte tan sensible.
—Así soy yo, hermanita. Un tipo realmente especial.
Matías estuvo a punto de atragantarse y Agustín emitió un sonido burlón. Paula miró sonriente a sus hermanos. Por lo menos podía contar con ellos. De esa parte de su vida estaba completamente segura.
—Hace un rato alguien me ha comentado algo sobre la campaña. Me ha dicho que por mi culpa Miguel  podría perderla.
—Eso es absurdo —respondió Matías—. La capacidad de Miguel  para gobernar no tiene nada que ver con el hecho de que tenga una hija de la que hasta hace poco desconocía su existencia.
—Pero no sé si todo el mundo estaría de acuerdo contigo. No sería el primer candidato a la presidencia que ha tenido que olvidarse de hacer carrera como político por culpa de un escándalo.
—Tú no eres ningún escándalo.
—Todavía no. Pero si llegara a convertirme en escándalo… —Paula odiaba que Silvina  le hubiera metido aquella idea en la cabeza, pero no era capaz de deshacerse de ella.
—Olvídate de todo eso —le dijo Agustín—. Tú preocúpate solamente de lo que puedes controlar.
—Que, en lo que se refiere a Miguel, es exactamente nada —tomó aire—. Hoy me ha llamado Carmen, su esposa. Me ha invitado a ir a verlos para ir conociendo mejor a la familia. Yo tengo ganas de ir, los niños me cayeron muy bien y Carmen es una mujer que me gusta. Podría haber dedicado su vida a disfrutar de su posición privilegiada, pero, en cambio, lo que ha hecho ha sido adoptar a un montón de niños con problemas y a quererlos como si fueran suyos. Para hacer una cosa así se necesita un valor que no mucha gente tiene.
Federico le pasó el brazo por los hombros.
—Tú también eres una persona con grandes cualidades. En este momento no se me ocurre ninguna, pero estoy seguro de que las tienes.
Paula le dio un puñetazo en el brazo.
—Vaya, gracias por hacerme sentir tan especial.
—Lo eres —respondió Matías.
Agustín asintió con la cabeza y alzó su copa mirando hacia ella. Federico le imitó.
Paula sintió la tensión en el pecho, pero era un dolor agradable. Se sentía de pronto como si su corazón estuviera de pronto a punto de explotar de emoción.

La mesa del comedor de la casa de los Schulz parecía tener por lo menos cien años. Era de madera sólida, con las patas elegantemente talladas y en ella cabrían al menos unas veinte personas. Pero en vez de estar cubierta por candelabros o un elegante servicio de mesa, se amontonaban sobre ella diferentes libros de texto.
Ian estaba sentado en uno de los extremos, en una silla normal. Trabajaba lentamente, escribiendo sobre una libreta. Luisa tenía un ficha de matemáticas delante de ella y Tatiana estaba leyendo un cuento. Leandro hacía caligrafía y Gastón se dedicaba a mirar un libro de arte mientras la más pequeña, Ambar, coloreaba.
—Un caos controlado —dijo Carmen mientras les veía trabajar—. Durante el curso escolar, así son todas las tardes.
—Estoy impresionada —dijo Paula, y estaba siendo completamente sincera—. Me admira que estén tan dispuestos a hacer los deberes y que, además, trabajen juntos.
—A veces, cuando necesita concentrarse, Ian prefiere trabajar en su habitación.
—Pero no es algo que suceda a menudo —replicó Ian sin alzar la mirada del papel—. Soy suficientemente inteligente.
Carmen elevó los ojos al cielo.
—Me temo que vas a necesitar otra conversación sobre los buenos modales y la humildad.
Ian alzó la mirada y torció la boca en un gesto que Paula ya había comenzado a reconocer como una sonrisa.
—Eh —contestó—, estamos hablando de mí, ¿no crees que con eso ya es más que suficiente?
Paula sonrió de oreja a oreja. Ian la miró y le guiñó el ojo.
Paula se acercó a Tatiana, que continuaba concentrada en su libro. Cuando alzó la mirada, Paula le preguntó en lenguaje de signos: «¿Te gusta el colegio?». O, por lo menos, eso era lo que esperaba haber preguntado. Porque la verdad era que no estaba del todo segura.
Tatiana se la quedó mirando durante un segundo, después sonrió mientras cerraba el puño de la mano derecha y la movía de arriba abajo.
—Eso significa que sí —le dijo Carmen—. No sabía que conocías el lenguaje de signos.
—Y no lo conozco —contestó Paula precipitadamente—. Por favor, no se te ocurra ponerme a prueba porque seguro que fallo. Pero como Tatiana no puede oír y quiero comunicarme con ella, he aprendido unas cuantas frases. En Internet hay un diccionario con algunos vídeos en los que te muestran los signos que tienes que hacer. La verdad es que tenía muchos problemas para interpretar qué signo tenía que hacer a partir de la descripción.
Paula se encogió de hombros, sintiéndose de pronto ridícula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario