miércoles, 16 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 50

Carmen  tomó aire.
—Pedro, no quiero dirigir tu vida, y tampoco pretendo juzgarte. Hace mucho tiempo que eres un hombre adulto. A lo largo de tu vida has ido tomando decisiones buenas y malas. Pensaba que a estas alturas ya habías comprendido la diferencia entre unas y otras.
—Y la he comprendido.
—Pues yo creo que no. ¿Por qué ella? ¿Por que ahora? Hay muchas otras mujeres aparte de Paula. Mujeres como Silvina.
La preocupación y la compasión de Pedro se transformaron en un violento enfado.
—Mi matrimonio con Silvina acabó. Es algo que ya he dejado atrás y me encantaría que tú también fueras capaz de hacerlo. Creo que hace tiempo que he dejado clara mi postura al respecto.
—Sí, claro que lo has dejado claro —le espetó su madre—. Aunque todavía no me has dicho por qué Silvina es una mujer mucho mas apropiada para tí que Paula Chaves. Aunque por supuesto, ése no es un listón muy difícil de superar ¿Sería mucho pedirte que tuvieras una relación que no supusiera destrozar a la familia?
Más culpabilidad, un estilo en absoluto propio de Carmen, pensó Pedro mientras iba disminuyendo su furia.
—¿Destrozar a la familia? Me importas mucho, mamá. Siempre me has importado. No quiero hacerte ningún daño.
—Entonces, no me lo hagas —respondió Carmen en un tono casi suplicante—. No me hagas daño.
Que, en realidad, era una forma de decirle que dejara de salir con Paula, pero ésa era una decisión que no tenía por qué tomar ella.
Durante mucho tiempo, Pedro se había prometido proteger a su familia pasara lo que pasara. Había sido una promesa nacida del miedo que había sufrido al haber visto morir a su madre. Jamás se había encontrado en una situación como aquélla con Carmen. Nunca había tenido la sensación de estar haciendo las cosas mal.
Pero estar con Paula no era nada malo y se negaba a dejar que las circunstancias controlaran su vida personal.
—Ahora tengo que ir a trabajar —dijo. Se levantó y le dió a su madre un beso en la mejilla—. Te llamaré mas tarde.
Carmen asintió, pero no dijo nada. Había tensión entre ellos. Todavía quedaban muchas cuestiones por resolver.

Paula se despertó con dolor de espalda y el brazo dormido. De alguna manera, se las había arreglado para acurrucarse en uno de los sofás de la sala de espera y dar una cabezada. Se estiró y vió a Matías hablando con una doctora. Se levantó y corrió rápidamente hacia allí.
—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Está bien?
La médica, una mujer de aspecto agradable y de unos cuarenta años, sonrió.
—Sí, está bien. Se ha confundido con la medicación, pero ya está todo arreglado y se pondrá bien. Dentro de unas horas le daremos el alta. No tenemos que darles ninguna instrucción en especial, salvo que se aseguren de que está tomando adecuadamente la medicación.
El alivio fue tan inmediato como intenso. Paula volvió hacia Matías y le abrazó.
—Está bien. ¡Está bien!
—Sí, lo sé —la estrechó contra él y le dio un beso en la cabeza—. Ahora tenemos que decírselo a todo el mundo.
Se volvieron hacia el resto de personas que esperaban junto a ellos. Paula miró a sus hermanos y a sus prometidas, preguntándole desde cuándo se había hecho tan numerosa su familia. Durante años, se había sentido como si estuvieran sus hermanos y ella solos contra el mundo. Pero ya no era así. Con Sofía, había incluso una segunda generación a punto de abrirse paso en el mundo.
Era más de lo que Paula era capaz de soportar después de una sola hora de sueño.
—Cuéntaselo tú —le pidió a su hermano—. Yo necesito ir a verla.
Paula se alejó por el pasillo a toda velocidad y entró en la habitación de su abuela.
Gloria permanecía en la cama, con el semblante pálido y los ojos cerrados. Paula se detuvo a su lado y le acarició la mano con delicadeza. Gloria abrió los ojos.
—No estoy muerta —dijo—. Eso ya es algo. Por supuesto, si estabas buscando una excusa para encerrarme en un manicomio por culpa de mi incompetencia mental, ya la tienes. No me puedo creer que haya hecho una cosa así. Hasta un idiota sería capaz de controlar tres o cuatro medicamentos diferentes. Supongo que, aunque odio admitirlo, debo de estar envejeciendo.
A Paula se le hizo un nudo en la garganta. Las emociones fluían de tal forma que no era capaz de hablar. Era su abuela. Por complicada que fuera su relación y aunque no tuvieran ningún lazo de sangre real, Gloria había formado parte de su familia durante toda su vida.
—No quiero que te mueras —dijo Paula, y se sorprendió a sí misma, y posiblemente también a Gloria, echándose a llorar—. No quiero que te mueras.
—Tranquilízate, Paula. Yo tampoco quiero morirme. Tengo cientos de cosas que enmendar antes de morir y eso me va a llevar algún tiempo. Ser una estúpida no es una enfermedad mortal. Aunque claro, podría llegar a serlo si me sigo equivocando de pastillas. Pero a partir de ahora tendré más cuidado. ¿Con eso te basta?
Paula se tapó el rostro con las manos y asintió. Gloria le palmeó el brazo durante algunos segundos y dijo:
—Acércate para que pueda abrazarte. Así te sentirás mejor. Y yo también.
Paula hizo lo que le pedía. Gloria la rodeó con los brazos y apretó suavemente.
—He sido horrible contigo —dijo con voz temblorosa—. He sido terriblemente cruel. No tengo ninguna excusa, aunque me gustaría intentar ofrecerte una. Tú eres como yo. No en las cosas malas, por supuesto, eres mucho mejor. Te pareces mucho a tu madre, una mujer que siempre me gustó. Pero a veces también la odiaba por ser tan fuerte. Mi hijo no fue nunca tan fuerte. Se parecía demasiado a su padre.

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