miércoles, 9 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 30

El silencio fue instantáneo.
Eso era el poder, se dijo Paula divertida. Debería acordarse de utilizarlo a su favor. Paula se aclaró la garganta.
—Éste es un restaurante privado. No es un lugar público. De modo que, si están dispuestos a pedir una cena, preferentemente cara, y a dejar una propina generosa, son más que bienvenidos. En caso contrario, tendrán que marcharse —miró el reloj—. Tienen treinta segundos para decidirse. Después, llamaré a la policía y les detendrán por estar allanando una propiedad privada.
Un par de periodistas se marcharon. Otro caminó hacia ella.
—No puede hacer esto. Usted es noticia.
Paula sacó el teléfono móvil del bolso y lo abrió.
—Veinte, diecinueve, dieciocho…
El hombre soltó una maldición y se marchó. Segundos después, el vestíbulo del restaurante estaba vacío. Paula suspiró aliviada y después se dirigió hacia el pequeño despacho que compartía con Bernardo. Su jefe salió a su encuentro.
—Impresionante —le dijo—. Yo no sabía qué hacer con ellos. Nunca había tenido periodistas en el restaurante.
Paula sacudió la cabeza.
—Lo siento. No pretendía causarte problemas.
—Eh, tranquila. A lo mejor nos mencionan en algún periódico. Eso sería bueno para el restaurante.
Se estaba tomando aquel incidente mucho mejor de lo que Paula se había atrevido a esperar. Aun así, no podía hacerle mucha gracia que hubiera periodistas merodeando alrededor del restaurante.
Paula se puso a trabajar. Hizo varias rondas por el restaurante, estuvo pendiente de los clientes y se aseguró de que no hubiera periodistas molestando a nadie. Poco después de las nueve vio a un hombre solo sentado en una mesa apartada.
Le reconoció inmediatamente y sintió que todo su cuerpo se ponía en alerta. Las hormonas tarareaban algo así como «haz el amor conmigo, haz el amor conmigo».
Paula se acercó a la bodega, sacó una botella de su vino favorito y volvió a la mesa. Pedro se levantó cuando ella se acercó y sacó una silla.
—A no ser que estés esperando a alguien… —dijo Paula.
—No, sólo a ti.
Aquellas palabras no deberían haber significado nada. Pero hubo algo en su tono que le hizo sentir una extraña debilidad en las rodillas. Fue una suerte que para entonces estuviera ya sentada.
—¿Vienes a cenar o sólo de visita? —preguntó Paula.
—La verdad es que estoy hambriento.
—Los ravioli están deliciosos. Te los recomiendo.
—En ese caso, eso es lo que comeré…
¿Eran imaginaciones suyas o su voz tenía un tono más grave, más sexy? Paula tuvo que hacer un serio esfuerzo para no comenzar a abanicarse.
—¿Cómo lo llevas?
—Todavía estoy intentando acostumbrarme. La prensa ha estado aquí esta mañana.
—Sí, me lo ha dicho tu jefe. Y también que la has manejado perfectamente.
—Agradezco el elogio, pero no me lo merezco. Lo único que he hecho ha sido decirles que comieran algo o se marcharan porque iba a llamar a la policía.
—¿Qué tiene eso de malo?
—Nada. Ha funcionado.
—¿De verdad habrías llamado a la policía?
—Por supuesto.
Paula pidió la cena para los dos y le pidió al camarero que la avisara si alguien la necesitaba. El camarero les sirvió el vino y se marchó.
Paula bebió un sorbo de su copa.
—A donde quiera que voy, se organiza un desastre. ¿Crees que debería renunciar a mi trabajo?
—No.
—Pero estoy segura de que volverán. No me dejarán en paz hasta que aparezca algo más interesante.
—Si renuncias a tu trabajo, estarás dejando que ganen ellos. Y tú no eres una mujer que se rinda sin luchar.
—¿Cómo lo sabes?
Pedro se encogió de hombros.
—Lo he oído.
—¿Y qué has oído exactamente?
Pedro parecía incómodo, algo que Paula no se esperaba.
—El primer día que te conocí, hice que te investigaran.
Esperaba que Paula reaccionara con enfado, pero lo único que hubo fue resignación.
—¿Esa es otra de las emocionantes consecuencias de formar parte de la familia Schulz?
—Decías ser la hija del senador, ¿qué otra cosa se suponía que podía hacer?
Paula quería decirle que podía haberle creído, pero sabía que le parecería una ingenuidad. Después de lo que había pasado ella misma aquel día, comprendía que fuera tan precavido.
—¿Y qué información encontraste sobre mí?
—Los datos básicos: el día que naciste, el colegio al que fuiste, cuánto dinero tienes en el banco. Ese tipo de cosas.

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