lunes, 7 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 23

—Recuerdo la primera vez que ví a tu madre. Era un día frío y lluvioso —sonrió—. En realidad, en Seattle los inviernos siempre son fríos y lluviosos. Estaba en el centro, en Bon Marche, unos grandes almacenes. Iba con sus tres hijos. Los más pequeños iban en una sillita y el mayor tenía solamente cuatro o cinco años. Estaba intentando abrir la puerta para entrar. Había algo especial en su mirada, en su determinación. Yo corrí a ayudarla, me sonrió y ésa fue mi perdición.
Paula se sentó en una de las sillas.
—¿Eso bastó para que te gustara? —preguntó Paula, atreviéndose por fin a tutearle.
Miguel asintió.
—Estuvimos hablando durante algunos minutos. Yo estaba a punto de marcharme, aunque era lo último que me apetecía hacer, cuando tu hermano mayor…
—¿Matías?
—Sí, Matías. Matías  dijo que necesitaba ir al cuarto de baño y que ya era demasiado mayor para meterse en el cuarto de baño de las chicas con su madre. Por supuesto, tu madre no quería que fuera solo, así que le acompañé. No puede decirse que fuera el más romántico de los comienzos, pero aquella mujer tenía algo muy especial.
Miguel era un hombre que podía encarnar el prototipo de belleza masculina: ojos claros y sonrisa siempre a punto. Paula había visto su rostro infinidad de veces en carteles y en la prensa, y también le había visto en muchas ocasiones en televisión. Hasta ese momento, no se había fijado en él como hombre. Pero mientras le hablaba del pasado de su madre, Miguel comenzó a hacerse real para ella.
El senador sacudió la cabeza.
—Es increíble la nitidez con la que recuerdo todo lo que ocurrió aquel día. Invité a tu madre a almorzar. Cuando la camarera nos condujo hasta una de las mesas de la cafetería, dio por sentado que éramos una familia. Supongo que eso debería haberme molestado, pero recuerdo que me hizo pensar en lo bien que me sentía con Alejandra  y con sus hijos. Estuvimos hablando durante horas —miró a Paula con cierta tristeza—, y ese mismo día me enamoré de ella.
Las preguntas se arremolinaban en la mente de Paula. Estaba a punto de comenzar a formular la primera cuando se abrió la puerta y entraron varias personas, entre ellas, Heidi empujando un carrito con sándwiches y bebidas.
—Oh, estupendo —dijo Miguel mientras se levantaba— . Ya llega el almuerzo. Paula, ¿conoces a alguna de estas personas?
Paula estaba empezando a contestar en el momento en el que Pedro entró. Se puso de pie inmediatamente, como si necesitara alejarse de él… o de lo que recordaba de él.
Hacía un par de días que no se veían; justo desde que Pedro había aparecido en el Bella Roma, había cenado con ella y la había besado.
Lo de la cena se podía justificar, pero Paula todavía no le había encontrado ningún sentido al beso que habían compartido. Por supuesto, su vida sentimental llevaba siendo un desastre de proporciones épicas durante más de un año, de modo que, ¿por qué iba a empezar a cambiar?
Se preparó mentalmente para el impacto sexual que Pedro tenía en ella y le miró a los ojos. A pesar de la naturalidad del «hola» con el que la saludó Pedro, en su interior se desató un torbellino de calor que se detuvo en rincones verdaderamente interesantes antes de continuar.
—Pedro —dijo con aparente calma, ignorando la imagen que se formó en su mente, en la que aparecía el recién llegado haciendo el amor con ella en esa misma mesa.
Miguel le presentó a las otras tres personas. Había dos hombres y una mujer, todos alrededor de los treinta años, todos de aspecto enérgico y profesional. Se sentaron alrededor de la mesa. Paula no se dio cuenta de que aquél no iba a ser un encuentro privado entre padre e hija hasta que Pedro no separó una silla y se quedó mirándola fijamente, indicándole que se sentara. De modo que iba a ser una más entre una multitud.
Sintió el peso de la desilusión en el pecho. ¿Había interpretado mal aquella invitación? Intentó recordar lo que Miguel había dicho y comprendió que en ningún momento había dado a entender que estarían solos. Había sido ella la que lo había dado por sentado.
Bueno, aquello no era lo que esperaba, pero no importaba. Un almuerzo de trabajo también podía ser interesante.
Se sentó al lado de Pedro, enfrente de su padre. Repartieron los sándwiches y las bolsas de patatas fritas y después, uno de los tipos, cuyo nombre no había entendido bien, se inclinó hacia delante.
—Podemos analizar las cifras —dijo—. Hacer una encuesta sencilla sobre el gobernador de Kansas. De momento, la sensibilidad del medio oeste continúa siendo un misterio para nosotros.
—Sí, tener algunos datos nos ayudaría —corroboró la mujer.
—No son cifras lo que necesitamos —replicó Miguel—. Por lo menos todavía. Pedro, ¿qué piensas tú de la encuesta?
—A la larga tendremos que hacerla.
Paula se sentía como si estuviera en medio de una reunión secreta. Cuando Miguel se volvió hacia los otros dos hombres, ella se inclinó hacia Pedro.
—¿De qué están hablando?
—De tí.

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