domingo, 6 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 14

Paula se agachó al lado de Ambar.
—Yo también soy la pequeña de mi familia. Tengo tres hermanos mayores. A veces está bien, pero otras no me cuentan nada. Y eso lo odio.
Ambar asintió con gesto vehemente.
—A mí me pasa lo mismo.
Pedro no se dio cuenta de lo tenso que estaba hasta que comenzó a relajarse. Fueran cuales fueran las intenciones de Paula, con los niños lo estaba haciendo maravillosamente. A diferencia de su ex esposa, que jamás había sabido cómo tratar a sus hermanos. Por lo menos había tenido el buen gusto de marcharse. Porque tener a Silvina en la mesa habría supuesto un nuevo elemento de tensión.
Mientras miraba a sus hermanos, se recordó que la vida no siempre trataba bien a todo el mundo. De alguna manera, Ian era el que más fácil lo tenía. Todo el mundo era consciente de que tenía un problema en cuanto lo veía y, a partir de ahí, le aceptaban o le rechazaban al instante. Pero para otros niños, como Tatiana o Ambar, que eran cero positivos, las cosas podían ser mucho más complicadas.
Observó a Luisa, que a su vez contemplaba atentamente a Paula.
Su hermana parecía encantada con aquella invitada. Y no debería extrañarle. Luisa tenía casi quince años, estaba comenzando a crecer.
Gastón se sacó un muñeco del bolsillo y se lo enseñó a Paula. Esta se inclinó para estudiarlo con atención mientras escuchaba atentamente la explicación de Gastón sobre todos los poderes de aquel muñeco.
Miró a Carmen, que hablaba con Tatiana utilizando el lenguaje de signos.
¿Qué pensaría su madre de todo aquello? ¿Era eso lo que esperaba? ¿Estaría siendo sincera o todo aquello no era nada más que una actuación?
Se abrió en ese momento la puerta del despacho de su padre y entró Miguel en el salón. Todos sus hijos corrieron inmediatamente hacia él, reclamando su atención. Miguel les dirigió a Pedro y a Carmen una sonrisa ausente y miró después a Paula. Por un instante, pareció haberse olvidado de dónde estaba. Después sonrió.
—Estás aquí, Paula.
Carmen se levantó.
—¿Por qué no empezamos a cenar? Pedro, ¿puedes acompañar a nuestra invitada?
—Por supuesto.
Pedro  se acercó a Paula y le ofreció el brazo.
—¿Siempre eres tan formal, o ésta es una forma de asegurarte de que no me lleve nada?
Era una mujer de mucho carácter, pensó Pedro. Y, al parecer, no le tenía ningún miedo. Cuando alzó la mirada hacia él, se fijó en que tenía unos ojos enormes, rodeados de largas pestañas. Sonreía con facilidad y tenía la clase de boca que hacía que un hombre…
Pedro detuvo inmediatamente el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué demonios estaba pensando? ¿Que era una mujer atractiva? ¿Que le gustaba?
No, era completamente imposible, se dijo a sí mismo. Aquella mujer era el enemigo incluso en el caso de que no pretendiera serlo. Lo único que iba a llevar a su casa eran problemas y no tenía ninguna intención de involucrarse con ella. De hecho, a esas alturas de su vida, no tenía ganas de mantener una relación con nadie. No estaba dispuesto a tropezar dos veces con la misma piedra.
Después de cenar, Miguel condujo a Paula a su despacho. Ella fue encantada. Aunque había disfrutado de la cena y de lo animado de la conversación, había sido en todo momento consciente de la atención que le prestaba Pedro  y de la forma en la que Carmen estudiaba todos sus gestos. Estaba emocionalmente agotada por la energía que desplegaba aquella familia y por el esfuerzo que estaba haciendo para que todo saliera bien.
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó Miguel, después de sentare en una butaca de cuero negro que, Paula sospechaba, debía de ser su favorita.
Paula se sentó enfrente de él.
—Tiene una familia maravillosa.
—Sí, ¿verdad? —dijo Miguel alegremente—. Carmen es increíble con ellos. Lo de adoptarlos fue idea suya, ¿sabes? Yo nunca habría pensado en ello. Al principio, no estaba seguro de que fuera una buena idea. No sabía que se podía llegar a querer a esos niños como si fueran propios, pero me equivocaba. Todos ellos son muy especiales para mí.
—Y se nota.
Paula le había visto interactuar con todos sus hijos y era evidente que le adoraban.
—Carmen insiste en involucrarse en todos los aspectos de su vida. Tenemos a Marta, que también nos ayuda, pero sólo para que Carmen pueda continuar ocupándose de todas las tareas benéficas en las que participa. Si no fuera por eso, los cuidaría ella sola. Yo viajo mucho, me paso la vida yendo y viniendo. Carmen es prácticamente una madre soltera, pero nunca se queja. Ella es así.
Como a ella misma le había impresionado la personalidad de aquella mujer, no podía menos que estar de acuerdo con aquella alabanza. Pero tenía la sensación de que, a pesar de sus palabras, no era capaz de averiguar lo que Miguel realmente pensaba sobre nada.
Se estaba volviendo loca, se dijo a sí misma. Era evidente que Miguel adoraba a su mujer y a su familia. ¿Quién no lo haría? Sin embargo, no le parecía que de sus palabras emanara ningún sentimiento.
Se recordó a sí misma que no le conocía. Que hasta esa misma mañana, nunca habían hablado. Quizá debería darle una oportunidad.
—Ah, me han tomado ya una muestra para hacer la prueba de ADN. Los resultados estarán dentro de un par de días.
—Estupendo. En realidad, yo ya sé cuál va a ser el resultado, pero no está de más asegurarse.
Paula asintió, sintiéndose un tanto violenta. ¿Cómo podía estar tan seguro? Y si de verdad tenía aquella certeza, ¿aquel momento no debería ser más… más algo? Se dijo a sí misma que en la vida real las cosas no ocurrían como en las películas, pero aun así, echaba de menos un poco más de sentimiento.
—Quiero que nos conozcamos mejor —le dijo Miguel—. ¿Por qué no vienes mañana a comer a mi despacho?
—Me encantaría —contestó Paula.
Probablemente él se sentía tan raro como ella. Lo de almorzar juntos era muy buena idea. Seguramente, después de unos cuantos encuentros comenzarían a conectar. Desaparecería aquella sensación de extrañeza y comenzarían a comprenderse el uno al otro. A tratarse como un padre y una hija.

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