lunes, 21 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 65

—Probablemente no. Esos tipos de la zapatería han sido magníficos. Voy a enviarle una carta a su jefe para explicarle lo que han hecho.
Algo brilló en los ojos de Pedro.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Paula—. ¿Te molesta que les haya pedido que fueran especialmente amables con ella?
—¿Por qué iba a molestarme una cosa así?
—No lo sé. Pero has pensado algo. Lo sé porque de pronto has cambiado de expresión.
—Pero es por algo completamente diferente. Por algo que debería dejar pasar.
Paula dejó la pizza en el mostrador y avanzó hacia él.
—¿Quieres que hablemos de ello?
Pedro se encogió de hombros.
—Sigo molesto con Miguel. No me gusta que utilizara su influencia para hacer que me retiraran los cargos. Tengo que hablar con él, pero no sé qué decirle. No quiero dejar la campaña, sé que debo serle leal. Pero lo que hizo no estuvo bien.
—¿Aunque te haya ayudado? —preguntó Paula, a pesar de que conocía de antemano la respuesta.
—Sí, aunque me haya ayudado.
Paula posó las manos en su pecho.
—A lo mejor, hacer algo mal por una buena causa no está mal de vez en cuando.
—¿De verdad crees lo que estás diciendo?
Paula suspiró.
—No, pero suena bien —le miró a los ojos—. Y ya que estamos hablando de temas que nos resultan ligeramente incómodos, yo también tengo uno.
Pedro  cubrió sus manos.
—¿Cuál es?
—Tu madre. Esta tarde le he oído hablando por teléfono con alguien. Estaban hablando de mí, de nosotros. Tu madre decía que estaba encantada con todo lo que estaba pasando, pero parecía… —Paula vaciló un instante. Después, decidió que no iba a decirle a Pedro que su madre estaba llorando—, triste —se limitó a decir— . Le estoy haciendo mucho daño, ¿verdad?
—Mi madre está teniendo que enfrentarse a un montón de cosas, y tú eres una de ellas. Pero tú no has hecho nada malo. Lo único que has hecho es buscar a tu padre. El resto es completamente accidental.
Sin embargo, Paula tenía otra opinión al respecto.
—No quiero hacerle la vida más dura. Admiro todo lo que hace. No quiero sentirme responsable de que su vida cambie para mal.
—Y no lo eres.
Paula no estaba de acuerdo con él.
—Pero si ella hubiera podido tener hijos biológicos, ¿no crees que los habría tenido? Ahora yo me he convertido en el recuerdo constante de que no pudo tenerlos.
—De la misma forma que lo somos todos nosotros.
Pero Paula no lo tenía tan claro.
—No sé cuál es la respuesta —admitió—. A veces me entran ganas de desaparecer.
Pedro tiró suavemente de ella.
—Huir no resolverá el problema.
—Pero puedo intentar ser menos visible.
—¿De verdad es eso lo que quieres hacer?
—No —admitió Paula—. No quiero desaparecer. Pero me duele saber que está sufriendo por culpa mía. Todas las cuestiones familiares son muy complicadas.
—Y las nuestras de forma especial.
Paula se echó a reír.
—Desde luego, es un auténtico enredo. Si alguien se pusiera a escribir un guión para una película sobre nosotros, todos los productores le dirían que es poco realista.
—Pero algo de esto sí que es totalmente real —respondió Pedro antes de inclinarse hacia ella.
Paula cerró los ojos, anticipando el roce delicado y firme de sus labios. El contacto fue tan cálido y dulce como recordaba. Paula alzó los brazos para rodearle con ellos el cuello y hacerle presionarse contra ella.
Estaba excitado. Excitado y deliciosamente sensual. Era todo lo que siempre había querido y era exactamente lo que necesitaba. Un hombre con sentido del deber y dispuesto a cuidar de lo que era suyo. Lo que no tenía muy claro era si en eso estaba incluida ella. Porque la verdad era que no le importaría mucho que la cuidara un poco.
Pedro  le mordisqueó el labio inferior con la lengua y, en aquel instante, desapareció de la mente de Paula cualquier forma de pensamiento coherente. Se entregó por completo a la sensualidad de las manos que recorrían su espalda; se rindió a las perversas caricias de su lengua mientras Pedro deslizaba la lengua entre sus labios.
En el momento en el que Pedro comenzó a desabrocharle los botones de la blusa, Paula se quitó los zapatos y se dedicó a desabrocharle la camisa. Chocaban el uno contra el otro y reían divertidos, pero continuaban trabajando. Después, Pedro le quitó la falda. Y en el momento en el que cayó al suelo, soltó un juramento.

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