viernes, 11 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 31

Paula bebió un sorbo de vino.
—Nada de eso indica que sea una luchadora.
Pedro vaciló un instante y dijo:
—Sé lo de tu primer matrimonio con Martín. Que sufrió una terrible lesión y permaneciste a su lado. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para sacarle adelante. Podrías haberle abandonado, pero no lo hiciste. Incluso sabiendo que iba a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas, te casaste con él.
Una forma educada de decir que, aunque sabía que no iban a poder disfrutar de una vida sexual normal, se había casado con él.
—Le quería —le dijo—. Era una estúpida.
—¿Lo dices porque después se divorciaron? Esas cosas pasan.
Sí, por lo visto también le había pasado a él.
—Por lo que veo, tu búsqueda no ha sido tan exhaustiva como tú crees. Martín me dejó hace un año. Decía que no era una persona suficientemente madura para nuestro matrimonio. No sabes cuánto me fastidió. Seguramente, si no había podido madurar, había sido porque estaba ocupada cuidándole, apoyándole. Pero al final, resultó que todo aquello era una sarta de mentiras. En realidad, Martín estaba teniendo una aventura. Y no era la primera que tenía. Por eso quería acabar con nuestro matrimonio.
La expresión de Pedro no cambió.
—Entonces es que es un estúpido.
—Buena respuesta.
Dos horas y media después, Pedro le estaba acompañando a su coche. Paula sabía lo que iba a suceder en cuanto llegaran allí. Y se sentía como si hubiera vuelto al instituto y tuviera una cita con un chico del que estaba locamente enamorada. Como si todo lo que había ocurrido aquella noche sólo hubiera sido un preludio de lo que ambos querían… el beso.
Aunque como adulta, sabía que había otros placeres más interesantes. Placeres en los que todavía no se atrevía a pensar. No estaba preparada. Pero el del beso le parecía un terreno más seguro.
En cualquier caso, había disfrutado de la cena. La conversación que habían compartido había contribuido a que Pedro le gustara más de lo que debería.
Pedro la rodeó con sus brazos. Ella se dejó abrazar y presionó su cuerpo contra el suyo, disfrutando de la fuerte musculatura de su pecho y de la forma en la que encajaban sus cuerpos. A pesar de su breve aventura con Ryan, todavía no estaba acostumbrada a besar a un hombre que estuviera de pie. Y le gustaba.
Pedro rozó sus labios, ejerciendo la presión suficiente para hacerle saber que quería besarla, pero sin que se sintiera obligada en el caso de que quisiera retroceder.
El besó la excitó. Le rodeó el cuello con los brazos, inclinó la cabeza y entreabrió los labios.
Pedro deslizó la lengua en su interior y comenzó a acariciar todos los rincones de su boca mientras deslizaba las manos a lo largo de su espalda. Ella se estrechaba contra él, esperando intensificar su contacto, pero Pedro no cedió. Era demasiado pronto y estaban en un lugar público. Ya se habían arriesgado demasiado besándole de aquella manera en la calle.
Pero cuando Pedro le mordió el labio inferior, Paula descubrió que en realidad no le importaba que alguien estuviera mirando. El deseo fue más fuerte que la prudencia y le hizo inclinarse contra él. Pedro posó las manos sobre su trasero, haciendo que notara su erección en el vientre.
Estaba muy excitado, pensó Paula, encantada de que le hubiera resultado tan fácil ponerle en ese estado.
Debió de reír, porque Pedro retrocedió ligeramente y la miró a los ojos.
—¿Quieres compartir la broma conmigo?
—Es sólo que…
Bajó la mirada y volvió a mirarle. Afortunadamente, era de noche. De otro modo, Pedro la habría visto sonrojarse.
—¿Paula?
Paula dejó caer la mano suavemente sobre su erección y la rozó ligeramente.
—¿Te sientes ofendida?
Paula sonrió.
—No, estoy impresionada. Después de Martín, hubo otro hombre. Un auténtico desastre. Y antes de que me casara con Martín, también estuve con otro. Pero la mayor parte de mi vida sentimental la he compartido con un parapléjico. Nuestra manera de vivir el sexo era muy diferente. Digamos que me costaba mucho trabajo llegar a cierto estado. Mientras las cosas iban bien entre nosotros, no me importó. Estábamos enamorados y quería que los dos fuéramos felices.
—Pero no fue fácil.
—No.
—Pues te aseguro que puede serlo.
Paula se echó a reír otra vez y le besó.
—Y yo que pensaba que eras un abogado estirado.
—¿Yo? Jamás.
Paula salió del aparcamiento del Bella Roma y se dio cuenta de que no le apetecía ir a su casa. Le aterraba pensar que la prensa podía estar merodeando por los alrededores. De modo que se echó a un lado de la carretera para pensar dónde debería ir.
Todos sus hermanos estarían encantados de recibirla en sus casas, pero no quería comprometerlos. Su lista de amigas era ridículamente pequeña. Entre el trabajo y el cuidado de Martín, apenas había tenido tiempo de hacer vida social. De modo que sólo le quedaba una persona a la que recurrir.
Marcó su número de teléfono y le contestaron al primer timbrazo.
—Hola, ¿has visto el periódico?
—Por supuesto. Pero la cosa podría haber sido peor. Cuando Federico salió en el periódico, dijeron que no era muy bueno en la cama.
—Muy bien, eso me ayuda a tranquilizarme. No quiero volver ahora a mi casa. Hay periodistas por todas partes.
—Entonces ven aquí.
—¿Estás segura?
—¿Adónde podrías ir si no?
Una pregunta interesante, pensó Paula mientras metía el coche en el garaje de su abuela. Cuando salió, presionó el botón para cerrar la puerta y entró en la casa. Gloria le estaba esperando al final de la escalera.
Paula subió rápidamente hasta el primer piso.
—Te lo agradezco mucho —dijo.
O por lo menos eso fue lo que pretendía decir. Porque en cuanto vio a su abuela, se echó a llorar.
Gloria se acercó a ella y le abrazó.
—Ya sé que en este momento te parece imposible, pero conseguiremos arreglar todo esto. Te lo prometo.

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