jueves, 17 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 56

Pedro no se molestó en mirar a los periodistas. Sabía que en aquel momento estaban ya tecleando furiosamente en sus ordenadores.
—Probablemente, pero no me importa.
—En ese caso, tampoco a mí —posó la mano en su brazo—. Espero que todo vaya bien.
Era preciosa. El equilibrio entre sus ojos y su boca era perfecto. Aquel día iba vestida con un traje con el que podría haberse hecho pasar perfectamente por abogada. Aunque seguramente, en el caso de que se lo dijera, ni siquiera lo consideraría un cumplido.
Quería estar con ella. Y no sólo en la cama, aunque si Paula se lo pedía, no tendría ningún inconveniente en complacerla. Le apetecía hablar con ella. Pasar tiempo a su lado. Durante la semana anterior, la había echado de menos. Se había acostumbrado ya a tenerla cerca.
Le presentó a Pablo y, segundos después, el abogado y Pedro fueron a sentarse al banquillo. Pedro  tomó asiento y esperó al juez.
Treinta minutos después, su destino estaba sellado, pero no de la forma que esperaba. El ayudante del fiscal del distrito dijo que, debido a la falta de pruebas, le retiraban los cargos. El juez desestimó el caso y abandonó la sala.
—No podría habernos ido mejor —dijo Pablo, estrechándole la mano—. Felicidades.
—Yo no he hecho nada.
—Aun así, esto resuelve muchos problemas. Voy a llamar a tus padres. Estoy seguro de que querrán conocer la noticia.
Pablo salió, Pedro le siguió con la mirada y, al volverse, vió que Paula se acercaba.
—¡Qué bien! —exclamó Paula feliz—. Eres libre. No sabes lo contenta que estoy. Me preocupaba que ese periodista tan repugnante pudiera arruinarte la vida —se interrumpió y le miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué no estás contento?
Pedro tenía ganas de dar un puñetazo a algo. A pesar de haber crecido en un entorno privilegiado, jamás había querido nada que realmente no se mereciera. Se enorgullecía de trabajar con tesón para conseguir lo que quería. Pero sabía que, si había salido sin cargos de aquella audiencia, era porque su padre había hecho algunas llamadas.
—Esto no tiene que ver con la falta de pruebas —dijo sombrío—. Mi padre es el responsable del resultado de este juicio.
—¿Qué quieres decir? ¿Crees que habló con el fiscal?
—Habló con alguien, de eso estoy seguro. No sé con quién, pero lo averiguaré.
Paula suspiró.
—No sé qué pensar. Me alegro de que no tengas que responder por ningún cargo, y también de que no te detengan ni nada parecido. Por supuesto, eso es estupendo. Pero no me parece justo que Miguel intervenga en una cosa así.
Pedro se la quedó mirando fijamente. Le había entendido. No había tenido que explicarle por qué no estaba contento. Lo sabía, y lo sabía precisamente por ser ella quien era.
—¿Qué piensas hacer? —le preguntó Paula.
—Ojalá lo supiera. No puedo presentarme ante el fiscal y pedirle que me procese.
—Sería una conversación interesante.
—Tengo que hablar con el senador.
—Otra conversación con interés —contestó Paula.
Pedro posó la mano en su espalda y le empujó suavemente para salir de la sala. Pensaba que la prensa estaría esperándole, pero no había nadie. ¿También se habría ocupado de eso Miguel?
—Lo ha hecho porque eres su hijo —dijo Paula—. Eso también es importante.
—Lo ha hecho porque está en plena campaña.
—Eso no lo sabes.
—Claro que lo sé.
Paula se enfrentó a él.
—Pedro, es tu padre. ¿De verdad quieres tener esa discusión con él?
—Tengo que tenerla.
—Eres un cabezota.
Pedro consiguió sonreír.
—Sí, ésa es una de mis más grandes cualidades.
Paula le miró como si no supiera qué más podía decir. Pedro le acarició la mejilla.
—Siento lo que te dije el otro día.
—Yo también —sacudió la cabeza—. Sé que no eres como Ryan y Martín. Eres un buen hombre. Pero ahora mismo mi vida no es nada fácil. Supongo que por eso reaccioné como lo hice. Estaba reaccionando a lo difícil de mi situación, no a tí.
—Sí, y supongo que yo te presioné demasiado.
—Sí, me presionaste demasiado.
Paula sonrió mientras hablaba.
Pedro la condujo entonces hacia una pequeña habitación y la besó.
Paula le devolvió el beso con la boca suave y anhelante y apoyó las manos en su pecho. Olía a flores y sabía a café y a aquella sensual esencia que Pedro no había olvidado desde que había hecho el amor con ella.
Cuando Paula entreabrió los labios, Pedro deslizó la lengua en su interior. Deseaba acariciarla, pero ignoró aquel deseo. Aquél no era ni el momento ni el lugar. Pero no tardaría en encontrar otro momento para estar con ella. De hecho, pretendía hacerlo muy pronto.
Retrocedieron los dos casi al mismo tiempo.
Paula miró a su alrededor y después alzó la mirada.
—Esto podría ser ilegal.
—No técnicamente, pero no está bien visto —le acarició el labio inferior con el pulgar.
—Quiero volver a verte.
—Me alegro. Porque me estoy abriendo camino en tu mundo. No te va a resultar fácil escapar de mí.
—Y no quiero hacerlo.
Paula tembló ligeramente y contuvo la respiración.
—Eres realmente bueno —musitó—. Y peligroso.
Pedro sonrió.
—Exactamente, ése soy yo. ¿Cómo está tu abuela?
—Bastante bien. Está teniendo mucho cuidado con la medicación, así que no tiene ningún problema —miró el reloj—. Odio decir esto, pero tengo que irme. Supongo que tú también tendrás cosas que hacer.
Pedro asintió. Tenía que enfrentarse a su padre. Aunque, pensó, a lo mejor debería retrasar el encuentro hasta que fuera capaz de hablar con Miguel sin tener ganas de golpear algo… o a alguien.

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