miércoles, 9 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 26

Pedro  miró el reloj, se excusó y abandonó la reunión. Había prometido llevar a Luisa a cenar y no quería llegar tarde. Todo aquello que podía suceder o dejar de suceder en el momento en el que la prensa descubriera que Miguel Schulz tenía una hija secreta podía ser manejado por los profesionales que se ganaban la vida solucionando esa clase de problemas. Él prefería enfrentarse a toda una corporación de abogados antes que a un caso así; le parecía infinitamente más fácil.
Paula tampoco estaba preparada para el circo que representaba una campaña electoral, pensó mientras se dirigía hacia la puerta principal del edificio. Alguien debería explicarle lo que le esperaba. Quizá más tarde pudiera…
Empujó las puertas abatibles que conducían a la zona de recepción. Allí encontró a Luisa esperándole, pero también a un hombre al que Pedro  jamás había visto. Tardó medio segundo en comprender que allí estaba pasando algo.
Luisa estaba sentada en el sueldo con un cachorro de labrador en el regazo, y el hombre estaba agachado a su lado.
—Cuéntame algo más de tu hermana nueva —le estaba diciendo el hombre, que tenía una grabadora en la mano.
Luisa sonrió.
—Es guapa y muy buena. A Ian le gusta, y a Ian nunca le gusta nadie.
—Así que es la niñita de tu papá.
Luisa  arrugó la nariz.
—No es una niñita. Es muy grande.
Pedro estaba ardiendo de furia, pero tuvo mucho cuidado de no demostrarlo. Se interpuso entre Luisa y el reportero y le ofreció la mano a su hermana.
—Luisa, ¿te importaría esperarme en mi despacho?
Luisa abrió los ojos como platos.
—¿Te parece bien que haya jugado con el cachorro? —preguntó.
Pedro se obligó a sonreír.
—Claro que sí. Espérame allí un momento y después nos iremos.
—Vale.
Luisa le dio un beso al cachorro, lo dejó en el suelo y se levantó. En cuanto se despidió con la mano y cruzó las puertas abatibles, Pedro se volvió al periodista.
—¿Qué demonios estaba haciendo?
El reportero, que debía andar cerca de los treinta años, era un hombre bajo y delgado. Se levantó y agarró el cachorro con un brazo.
—Trabajar —sonrió—. He oído que tiene una hermana nueva. Felicidades.
Pedro le agarró del brazo.
—¿Quién demonios se cree que es? ¿Cómo se le ocurre utilizar un cachorro para sacarle secretos a mi hermana?
El reportero sonrió entonces de oreja a oreja.
—A los niños les encantan los perros. Sobre todo a los que son como ella, a los tontos.
A Pedro se le nubló la visión. No veía nada, salvo el hombre que tenía frente a él. Aquel insulto fue la gota que colmó el vaso y ya no fue capaz de contener su furia. Sin pensar en lo que debería hacer o dejar de hacer, le dio un puñetazo al periodista en pleno rostro.
El tipo aulló, y también el cacharro. Comenzaba a sangrarle la nariz. La grabadora estaba en el suelo, rota.
Pedro avanzó hacia ella y destrozó con el pie aquel artilugio electrónico, pero ya era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho, y en más de un sentido.

Los periódicos les llegaron poco después de las cuatro de la madrugada. Pedro esperaba lo que se iba a encontrar. Entró en la cocina y lo dejó sobre el mostrador de granito. El mensaje no podía ser más claro.
Había una fotografía del senador y otra un tanto borrosa de Paula. El titular decía: La queridísima hija del senador.
Paula  llegaba tarde, lo que quería decir que no podría parar a tomar un café. Probablemente Sofía tenía algo en el fuego, pero ella era más de comer que de líquidos, lo que significaba que las posibilidades de tomarse un buen café con leche con espuma eran prácticamente nulas.
—Directa al trabajo —musitó mientras abría la puerta de entrada y bajaba los escalones del porche de su casa, una vivienda alquilada—. Directa al trabajo y…
La mañana explotó de pronto en una serie interminable de flashes y preguntas.
—¿Desde cuándo sabe que el senador es su padre? ¿Alguno de sus hermanos también es hijo suyo?
—¿Le va a pedir algún dinero?
—¿Espera conseguir algún puesto en el gabinete del senador en el caso de que gane las elecciones?
Paula se quedó helada al ver al menos a una docena de personas en su jardín. Su incapacidad para contestar no impidió que continuaran bombardeándole a preguntas.
Le llamaban por su nombre, le hacían fotografías y parecían estar esperando algo. ¿Una reacción, quizá? Pues iban a tener que quedarse con su inmenso asombro, porque era lo único que realmente sentía.
—Váyanse de aquí —consiguió decir al final, y comenzó a avanzar hacia su coche.
Los periodistas la rodeaban, le colocaban las grabadoras en la cara y continuaban haciéndole preguntas.
—¿Qué piensa la señora Schulz del hecho de que su marido tuviera una hija con otra mujer?
—¿Piensa cambiarse el apellido?
Paula se abrió paso hasta el coche. Puso el motor en marcha y giró el volante, pero los periodistas continuaban rodeándola. Sin saber qué hacer, levantó el pie del freno y el coche comenzó a moverse. Por lo menos consiguió que los periodistas se apartaran.
Pero el alivio de Paula tuvo corta vida. Cuando comenzó a avanzar por la calle, algunos la siguieron en sus coches. Paula pestañeó asombrada. No pensarían seguirla a todas partes, ¿verdad?
Era como una escena salida de una película. El problema era que se trataba de una escena real y no sabía cómo enfrentarse a ella.
En lo primero que pensó fue en que no podía ir al restaurante de Sofía con un séquito de periodistas tras ella. Agarró el teléfono móvil y llamó rápidamente a Agustín. Seguramente su hermano sabría qué hacer.
Pero le contestó el buzón de voz.
Paula soltó una maldición. Continuó conduciendo por su tranquilo barrio, escoltada por seis coches. Consiguió perder a dos en el primer semáforo y a otros tres en el segundo. Animada por aquella victoria, se dirigió a una intersección casi siempre congestionada por el tráfico, giró a la izquierda cuando estaba el semáforo en amarillo y aceleró hasta la siguiente esquina. En cuanto estuvo segura de que había perdido a todo el mundo, se acercó a la acera y llamó a sus hermanos. Pero no consiguió hablar con ninguno de ellos. Al parecer, todos estaban muy ocupados con sus propias vidas. Llamó a información.
—Por favor, ¿podría darme el número de las oficinas de la campaña del senador Miguel Schulz?

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