domingo, 13 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 42

Pablo Aaron era uno de los socios de la firma de abogados de Pedro. Estaba trabajando en ese caso por una única razón: que Miguel optaba a la presidencia. Si Miguel resultaba elegido, entonces Pedro ocuparía un lugar en la Casa Blanca y la firma se vería beneficiada por ello. Si Miguel tenía que abandonar la campaña o no era elegido, Pedro tenía la sensación de que podía ir despidiéndose de su carrera de abogado.
Lo que más le frustraba era que no parecía importar la razón por la que le había dado un puñetazo a aquel tipo. Nadie quería hablar de lo ruin que era utilizar a un niño para tener acceso a una información privada. Por supuesto, aquello también saldría en el juicio, pero en aquel momento era algo completamente secundario.
Los otros dos abogados continuaron hablando, Miguel hizo también algún comentario, pero Pedro  ya no escuchaba. Estaban intentando urdir un plan y a él le correspondería seguirlo a rajatabla. Al fin y al cabo, estaba la presidencia en juego.
Pensó en el dolor que había visto en los ojos de Luisa al darse cuenta de que había hecho algo malo y supo que, si se dieran las mismas circunstancias, volvería a pegar a ese tipo fueran cuales fueran las consecuencias.
Estudió a su padre con atención. Miguel adoraba la arena política. Si ganaban, iban a tener que estar metidos en ella durante mucho, mucho tiempo.

Paula condujo por el camino de la entrada sin estar muy segura de lo que iba a encontrarse al final. ¿Una mansión? ¿Una caravana? Sonrió para sí y contuvo la respiración cuando giró y se descubrió frente a un edificio de dos plantas, todo madera y cristal. Tenía la forma de un castillo de cuento, lo cuál debería haberle resultado extraño, pero, en realidad, le hizo sentirse como si estuviera adentrándose en una de sus fantasías arquitectónicas de la infancia.
Había unos escalones de piedra que conducían a un porche muy amplio y amueblado con sillas y un columpio. Unos árboles de gran altura acariciaban el cielo mientras que la exuberancia del jardín aportaba una calidad de ensueño al lugar.
No era exactamente lo que esperaba, pensó mientras agarraba la botella de vino que había comprado y salía del coche. Pero la verdad era que no sabía qué esperar cuando Pedro le había llamado y le había invitado a cenar. Por lo menos, hacía ya varios días que había dejado de perseguirle la prensa. No había tenido que emplear ningún método de James Bond para conducir hasta allí sin que nadie la siguiera.
Subió los escalones. La puerta se abrió antes de que hubiera tenido tiempo de llamar, y allí estaba Pedro. Muy atractivo, por cierto. Hasta entonces, Paula sólo le había visto vestido con traje, de modo que encontrárselo con los vaqueros y la sudadera fue toda una sorpresa. Aunque ella apreciaba un buen traje tanto como cualquiera, tenía que decir que un hombre capaz de parecer tan atractivo con unos simples vaqueros tenía mucho de especial.
La tela de los vaqueros realzaba la estrechez de sus caderas y la longitud de sus piernas. Llevaba ligeramente arremangada la sudadera, dejando sus muñecas al descubierto, lo que le daba un aspecto increíblemente sexy. Era curioso que jamás se hubiera fijado Paula en aquella parte del cuerpo. Las muñecas no tenían nada de excitantes, excepto en el caso de Pedro. Aunque seguramente el problema era el conjunto, y no solamente las muñecas.
—Hola —la saludó Pedro mientras hacía un gesto con la mano para invitarla a entrar—, gracias por venir.
—Y gracias por pedirme que viniera. Una invitación interesante, aunque tengo que decir que también completamente inesperada.
—He tenido un día infernal. Necesitaba ver un rostro amable.
Unas palabras sencillas y dichas con absoluta naturalidad, pero que la golpearon con tanta fuerza que le dejaron sin respiración y le hicieron experimentar una curiosa debilidad en las rodillas.
¿De verdad era suyo el rostro familiar que quería ver? ¿No el de algún otro amigo o familiar? ¿Y tampoco el de su bellísima e irritante ex esposa?
—Tienes una casa magnífica. ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí?
—Unos cinco meses. La compré cuando terminó todo el proceso del divorcio. Quería silencio y tranquilidad y en este lugar he encontrado las dos cosas.
—Además, es un espacio ideal para traer a las damas.
Estaba decidida a mantener un tono ligero de conversación. Era la única manera de no perder la cordura. Un excelente plan que Pedro hizo añicos en el instante en el que posó los labios sobre los suyos para besarla.
No hubo advertencia previa, ni petición alguna de permiso. Se limitó a apoderarse de su boca con un beso con el que tomaba y ofrecía al mismo tiempo.
Paula sentía su respiración cálida y ligeramente mentolada; su cuerpo duro en aquellas partes de su cuerpo en las que tenía que serlo. Pedro le quitó la botella de la mano, la dejó sobre una mesa y le mordisqueó el labio inferior.
Tenía las manos educadamente posadas sobre su cintura. Cuando se inclinó hacia él, Paula deseó acariciar hasta el último rincón de su cuerpo. Quería gemir y retorcerse de placer, y le deseaba con tanta fuerza que ni siquiera podía pensar. Lo único que podía hacer era sentir.
Al parecer, Pedro no podía leerle el pensamiento, o no estaba interesado en ella, porque retrocedió y la miró sonriente.
—Estás magnífica —le dijo.
—Gracias.
Había ido a casa de Pedro directamente desde el trabajo, pero estaba más que dispuesta a aceptar el cumplido.
—Por cierto, no suelo traer damas a esta casa, como tú has dicho. Al margen de las mujeres de la familia, tú eres la primera a la que invito a cenar en mi casa.
¿De verdad? ¿En cinco meses no había estado con nadie? La idea la emocionó, antes de recordarse que el hecho de que no hubiera llevado a nadie a su casa no quería decir que no hubiera estado desnudo con una mujer en cualquier otro lugar. Le parecía muy poco probable que Pedro hubiera permanecido célibe desde su divorcio.
—¿Cómo encontraste esta casa? —le preguntó.
—Tuve suerte. Me llamaron de la agencia inmobiliaria para que viera la casa el mismo día que la pusieron a la venta. Iba con todas las de ganar y gané.
Exactamente. Al fin y al cabo, era un Schulz. Sus fuentes económicas no se limitaban al dinero que pudiera conseguir como abogado.
Pedro la agarró de la mano y la condujo hacia una enorme habitación con paredes de cristal y unas puertas que conducían a un patio cerrado que debía de tener el mismo tamaño que la casa de Paula. A la derecha había una cocina enorme, a la izquierda, un televisor de tamaño gigante y montones de equipos electrónicos de esos que estaban destinados a hacer un hombre felíz.
La habitación estaba decorada en tonos tierra un tanto apagados, y el conjunto era muy agradable.
—Impresionante —le dijo Paula—. ¿La has decorado tú solo?
Pedro se echó a reír mientras dejaba la botella de vino sobre el mostrador de granito
—No te lo puedes creer, ¿verdad? Lo cierto es que me ayudó mi madre, y también Mar, la hermana que me sigue en edad. Está en la Universidad de Washington, estudiando su segundo año de Psicología, pero tiene un ojo increíble para este tipo de cosas.
—¿Y tú no?
—Soy un hombre.
Desde luego, y un representante excelente del resto del género.

3 comentarios:

  1. Me encanta la novela!!! Muy buenos los capítulos!!

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  2. Excelente la maratón Naty, cada vez más cerca Paula y Pedro. Genial, me encanta esta parte.

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  3. me encantaron besos espero los siguientes

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