domingo, 20 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 60

—Tiene sentido. Mi abuela habría convertido su vida en un infierno si se hubiera enterado —Gloria había cambiado, sí, pero Paula estaba segura de que veintiocho años atrás, debía de ser una auténtica bruja.
Pero, pensó al instante, en realidad Gloria lo sabía. O por lo menos lo imaginaba. Durante años, había sabido que ella no era una Chaves. ¿Cómo lo habría averiguado? A lo mejor se lo había dicho alguien… ¿Y cómo era posible que Miguel no hubiera sabido nunca nada?
De pronto, tuvo la absurda sensación de que su padre debería haber sabido de su existencia. De que, de alguna manera, debería haber sentido que estaba viva y a sólo unos kilómetros de él.
Sabía que era absurdo, pero aquella certeza no le impedía seguir pensando en ello.
—Han cambiado tantas cosas —dijo—, para todos nosotros. Y tú eres candidato a la presidencia. Todavía me choca cada vez que lo pienso.
—Y a mí también —contestó Miguel con una sonrisa. Casi inmediatamente, desapareció de su cara todo rastro de humor—. Paula, soy un hombre influyente y tú eres mi hija. Quiero ayudarte en todo lo que pueda. Puedo darte dinero, presentarte a quien necesites, lo que sea. Estoy a tu disposición.
Paula parpadeó varias veces sin estar muy segura de qué podía decir.
—Ah, gracias. Pero no necesito nada.
—Aun así, la oferta sigue en pie. Siempre lo estará para tí.
¿A eso se refería Pedro cuando había dicho que había sido su padre el que había conseguido que le retiraran los cargos? Aunque estaba segura de que Pedro se alegraba de no haberse quedado sin futuro profesional, sabía que habría preferido que Miguel no interviniera de ninguna manera en aquel asunto.
Paula  tampoco quería que Miguel hiciera nada por ella. En vez de un padre influyente, quería un padre con el que poder establecer algún vínculo emocional. E, ironías del destino, tenía la sensación de que eso era lo único que Miguel no era capaz de ofrecerle.
Carmen era el corazón de la familia Schulz. En ese instante, Paula supo que todo habría sido diferente si hubiera sido Carmen la madre con la que se hubiera reencontrado.
Pero era absurdo pensar en algo así. E imposible. Carmen jamás habría abandonado a uno de sus hijos. Tampoco podía decir que Miguel lo hubiera hecho, puesto que, al fin y al cabo, ni siquiera sabía de su existencia. Aun así, con Carmen había conseguido conectar de verdad y estar a su lado le hacía echar de menos a su propia madre.
Paula no recordaba a Alejandra Chaves. Todavía era un bebé cuando su madre había muerto. Había sido Gloria la que les había criado a ella y a sus hermanos. Pero qué diferente habría sido todo si Alejandra hubiera vivido. O quizá no hubiera sido tan distinto. Probablemente, Gloria habría continuado dirigiendo sus vidas.
Las familias podían llegar a representar una gran complicación, pensó Paula. Y ella tenía dos. ¿Qué demonios iba a hacer con ellas?


Matías entró en el despacho de Agustín poco después de las tres de la tarde. Federico ya estaba allí, recostado en uno de los sofás de cuero oscuro que su hermano había comprado. La habitación estaba decorada en tonos tierra, un cambio agradable respecto del antiguo despacho de Gloria, que era completamente blanco.
—¿Qué es eso tan importante que no podías decirme por teléfono? —preguntó Matías mientras se acercaba Federico.
—El director de Chaves se va —dijo Agustín—, necesitamos un sustituto.
—Paula es la mejor opción —respondió Matías—, siempre ha querido dirigir ese restaurante.
—Estoy completamente de acuerdo contigo, pero no va a aceptar el puesto. Pensará que se lo ofrezco porque es mi hermana y no creo que esté dispuesta a dejar el Bella Roma cuando prácticamente la acaban de contratar.
Tenía razón, pero debían encontrar la manera de convencer a Paula de que era allí donde debería estar.
—Le diremos a Gloria que se lo pida —propuso Federico—. Seguro que a ella le hará caso.
Agustín sonrió lentamente.
—Sí, a lo mejor eso podría funcionar.
Paula bebió un sorbo de champán. El sabor era sutil, pero refrescante, con un rastro de… de algo que no acababa de definir.
—¿Cómo lo haces? —le preguntó a Sofía, que estaba sentada en un butacón con Sol en brazos.
Sofía alzó la mirada con expresión de absoluta inocencia.
—No sé a qué te refieres.
—Le has echado algo al champán. Unas gotas de… Maldita sea, no consigo adivinarlo. Es casi imposible mezclar el champán con cualquier otra cosa. Pierde las burbujas. Pero tú has sabido conservarlas…
—Me siento intensamente halagada.
—¿Cómo lo has conseguido?
—No pienso decírtelo. Lo utilizarías en el Bella Roma y es una fórmula secreta.
—Eres odiosa, ¿lo sabes?
Sofía sonrió.
Clara  alzó su copa.
—A mí no me importa cómo lo haya hecho, lo único que quiero es otra copa. Esto está riquísimo.
—Estoy de acuerdo —añadió Malena—. Además, es la primera vez en mi vida que tomo champán a las dos de la tarde. Me gusta tu estilo.
—Gracias —contestó Sofía—, el estilo siempre es importante.
—Te está halagando para que le prepares algo parecido en la cena del día anterior a la boda —dijo Gloria— . Además, quiere que te arrepientas de no haberle insistido en servir tú el banquete.
Paula miró a su abuela. Estaba segura que tenía razón en las dos cosas.
—Por supuesto, me encantaría preparar tu cóctel para la cena —admitió Sofía—, pero en cuanto a lo demás, no sé a qué te refieres.
Clara suspiró.
—No vas a perdonarme nunca, ¿verdad? Aunque lo haya hecho para que puedas disfrutar de la boda.

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