jueves, 17 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 54

No era que la escuela de Gastón no quisiera darle a éste la mejor educación posible. Sabía que querían lo mejor para él. Pero los niños con necesidades educativas especiales eran una carga económica para la escuela pública. A pesar de que el estado aumentaba los fondos por cada uno de estos niños, el distrito tenía que proporcionar más recursos quitándolos de otros programas. Se trataba siempre de mantener un equilibrio en la balanza.
Tres horas después, Carmen salió del colegio y fue a reunirse con Silvina para almorzar con ella. Su ex nuera le había llamado el día anterior para pedirle que quedaran y, aunque Carmen no tenía ni ganas ni energía para tratar con ella, comprendía que debía de estar pasando un mal momento. Carmen  pensó por un instante si alguien se pararía alguna vez a pensar en el mal momento que estaba pasando ella, pero inmediatamente apartó aquel pensamiento de su mente, por egoísta e improductivo. La habían educado en la creencia de que tenía la obligación de darse a los demás, se sintiera como se sintiera. Junto a la riqueza le habían legado la responsabilidad. Pero, aunque sólo fuera por una vez, le gustaría ceder a lo que le pedían sus propios sentimientos y pasarse el día acurrucada leyendo una novela y comiendo helado.
Se encontró con Silvina en el restaurante del que había sido el hotel Four Seasons hasta que lo habían vendido. La comida era excelente, al igual que el servicio. Como era un restaurante frecuentado principalmente por hombres de negocios, era poco probable que se encontraran allí con ningún conocido, algo que convenía tener muy en cuenta, pensó Carmen mientras le dejaba las llaves del coche al mozo de la puerta. Probablemente, Pedro sería el tema de conversación
Silvina estaba esperándola en el vestíbulo. Esbelta y elegantemente vestida, como siempre. Aquella mujer se arreglaba de tal forma que cada vez que la veía Carmen se sentía como si tuviera que revisar su maquillaje.
—¿Llevas mucho tiempo esperando? —preguntó Carmen—. Estaba en el colegio, tenía una reunión con los profesores de Gastón. Hemos tardado más de lo que esperaba.
Silvina sonrió, se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Siempre os pasa lo mismo.
—Tienes razón. Siempre termino peleando hasta el final. Espero estar haciendo las cosas bien. Pero ahora será mejor que vayamos a comer algo. Estoy hambrienta.
Se agarraron del brazo mientras caminaban. Silvina le habló de una blusa que se había comprado en Nordstrom y le comentó que deberían ir pronto de compras.
La mera idea le produjo a Carmen un inmenso cansancio. Miguel le decía en muchas ocasiones que debería contratar a alguien que la ayudara, y seguramente tenía razón. Pero ¿qué se suponía que debía dejar en manos de una desconocida? ¿Las tardes que pasaba con sus hijos? ¿Las veladas con Miguel? ¿Su trabajo benéfico? Lo que ella necesitaba era un clon. Sonrió al pensar en ello.
—Estás de buen humor —dijo Silvina—. Parece que la reunión ha ido bien.
—Ha ido todo lo bien que puede ir. Yo quiero la luna y ellos no pueden dármela si, al mismo tiempo, no pueden ofrecérsela también a otros padres. Es una cuestión de recursos.
—No sé cómo lo haces —admitió Silvina—. No sé cómo consigues criar a tantos niños. Estás siempre tan ocupada. Tener uno o dos niños con problemas tendría sentido… pero tantos. Por supuesto, no me refiero a Pedro. Por lo menos él es normal.
Carmen se la quedó mirando de hito en hito. Eran tantas las ideas que de pronto se le agolpaban en la cabeza que no sabía a cuál enfrentarse primero.
¿Normal? ¿Silvina estaba definiendo lo que era normal? ¿Cómo se atrevía? Sí, algunos de los hijos de Carmen tenían problemas, pero sabían cómo tratar con ellos. En cuanto a Pedro, ¿no le había contado nunca lo difícil que había sido todo para él cuando había comenzado a vivir con ellos? Pedro había estado tan lejos de la supuesta normalidad como todos sus hermanos.
—No estoy segura de que pudiera renunciar a ninguno de ellos —contestó Carmen. Intentó no dar importancia al comentario de Silvina. Seguramente no lo había dicho con mala intención.
—Por supuesto que no —contestó Silvina riendo—. Son todos encantadores.
¿De verdad? ¿De verdad lo eran para Silvina? Carmen no estaba tan segura. Había algo en su tono y en el lenguaje de su cuerpo que señalaba algo diferente.
Apareció entonces el camarero. Las dos pidieron sin molestarse en mirar la carta. Silvina pidió una copa de chardonnay y Carmen un té frío. Estaba tan cansada que, si bebía una sola gota de alcohol, se desmayaría en cuanto le llegara la ensalada.
A lo mejor fue el agotamiento o el estrés, o quizá sólo fue una ligera perversión, pero el caso fue que se descubrió diciendo:
—Pedro y Mar siempre discutían sobre quién se haría cargo de los niños cuando Miguel y yo envejeciéramos. Recuerdo las discusiones tan acaloradas que tenían sobre cómo se los dividirían para que cada uno de ellos pudiera quedarse por lo menos con dos. Oírles discutir por sus hermanos me hacía sentirme muy orgullosa.
Silvina la miró con cierta tensión.
—Sí, lo recuerdo bien. Al ser mujer, supongo que a Mar le resultaba más fácil pensar en un futuro junto a sus hermanos.
—No estoy segura. Pedro tiene auténtica debilidad por sus hermanos, sobre todo por Luisa, Gastón y Leandro. Ian, Ambar y Tatiana probablemente llegarán a ser completamente independientes.
Silvina apretó los labios. Carmen no estaba segura de si para evitar decir algo o para reprimir un estremecimiento. Era evidente que no quería tener nada que ver con los hermanos «no normales» de Pedro. ¿Sería consciente Pedro de aquella actitud? ¿Sería ésa una de las razones de su divorcio?

Pedro  siempre había hablado mucho con ella y, sin embargo, siempre se había negado a contarle los motivos de su divorcio. Carmen sabía que su hijo jamás hablaría mal de la mujer con la que se había casado. Hasta entonces, había pensado que no había querido entrar en detalles porque, realmente, tampoco había mucho que contar. Pero a lo mejor su hijo tenía sus razones para no querer estar con Silvina.

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