domingo, 20 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 63

A Pedro se le ocurrían otras muchas cosas que hacer infinitamente más divertidas que ir de compras a Bell Square, pero la perspectiva de pasar la tarde con la que era su hermana favorita, aunque no lo admitiría delante de nadie, y con Paula, le había parecido irresistible. Y por lo menos le ayudaría a distraerse durante un rato y a olvidar que tenía que hablar con su padre sobre lo que había pasado en los juzgados, aunque todavía no estaba seguro de lo que le iba a decir.
Su corazón y sus entrañas le decían que se alejara de todo aquello. El mundo de la política no era para él, él no pertenecía a aquel mundo tan complejo. Pero era algo que le debía a Miguel y, desde que era muy niño, desde el momento en el que Carmen le había adoptado, Pedro había aprendido lo importante que era cumplir con las propias obligaciones. Por eso abandonar no era una opción. Si al final Miguel  salía elegido candidato y ganaba la presidencia, ya nada volvería a ser lo mismo.
Después de almorzar por órdenes estrictas de Paula para no quedarse sin fuerzas, se dirigieron a Nordstrom.
—El lugar perfecto para comprar unos zapatos —le informó Paula mientras agarraba a Luisa del brazo y comenzaba a marcar el camino—. Tienen una selección fabulosa y los empleados son extraordinariamente amables. Te encantarán.
Luisa  sonrió de oreja a oreja.
—¿Y podré comprármelos del color que quiera?
—Por supuesto —contestó Paula —. Estos zapatos son tu regalo de cumpleaños. Tienen que ser algo especial. ¿Te gustarían unos de color rojo o violeta? Cuando yo tenía tu edad, me moría por tener unos zapatos de gamuza de color rojo. Mi abuela decía que era un color muy chabacano, pero a mí me siguen gustando. De hecho, a lo mejor me compro unos ahora.
Pedro, que caminaba detrás de las dos mujeres, se recreó por un instante en la imagen de Paula  vestida únicamente con unos zapatos de tacón de color rojo.
Y la imagen tuvo un efecto inmediato.
Entraron en los grandes almacenes y se dirigieron a la zapatería.
Pedro  también solía comprar en Nordstrom, aunque normalmente iba a los almacenes que tenían en el centro de la ciudad. Se dirigía a la sección de caballeros, les pedía el color que quería, se probaba el traje y en menos de treinta minutos estaba fuera. Si necesitaba corbatas o camisas, Frank, el hombre que habitualmente le atendía, siempre tenía hecha una selección previa. Para Pedro, ir a comprar ropa era tan interesante como ir a comprar comida. Al fin y al cabo, la cuestión era comprar lo que se necesitaba y marcharse, ¿no?
Pero las mujeres vivían en su propio mundo, se recordó, un mundo con diferentes expectativas y costumbres.
—Mira a tu alrededor —le aconsejó Paula a Luisa— . Yo también tengo que ir a mirar un par de cosas.
Y se alejó a uno de los mostradores situados en una esquina. Pedro le sonrió a su hermana.
—¿Te estás divirtiendo?
Luisa asintió, pero no sonrió. En cambio, apretó los labios y dejó escapar un trémulo suspiro.
—¿Estás enfadado conmigo? —preguntó en un tono que indicaba que le aterraba oír la respuesta.
—No —contestó Pedro—, ¿por qué iba a estar enfadado contigo?
—Porque… Porque hablé con un hombre y tú le pegaste y te metí en problemas.
—Cariño, no —Pedro se acercó a ella y la abrazó—. Luisa, eso no tuvo nada que ver contigo. Tú no hiciste nada malo. Te quiero.
Luisa le miró con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Estás seguro?
—Te lo prometo.
Luisa no había sido el problema en ningún momento y Pedro odiaba que su hermana hubiera pasado tanto tiempo preocupada por ello.
—Te quiero —le dijo a su hermana.
Luisa sonrió.
—Yo también. Pero tú no eres mi hermano favorito.
El inicio de aquel juego habitual en la familia le indicó a Pedro que su hermana ya estaba bien.
—Claro que sí. ¿Quién va a ser tu hermano favorito si no?
—Ian.
—De ningún modo.
—Claro que sí.
—Estás completamente loca.
Luisa sonrió.
—El loco eres tú.
—Sí, claro, el loco soy yo.
Le pasó el brazo por los hombros. Pedro quería a todos sus hermanos con locura, pero Luisa ocupaba un lugar especial en su corazón. No sabía por qué, pero le gustaba aquella necesidad de tener que cuidar de ella.
De pronto, aquel gesto de abrazar a Luisa en medio de unos grandes almacenes y esa necesidad de protegerla, le hicieron evocar un momento parecido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? ¿Dos, tres años?
Todavía estaba casado con Silvina y habían salido los tres de compras. Luisa había tropezado y se había hecho daño en el brazo. Había comenzado a llorar de dolor y Pedro había corrido a abrazarla. Silvina acababa de ofrecerle un pañuelo de papel cuando una anciana se había detenido a su lado.

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