lunes, 14 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 44

—¿Y qué pasó?
Paula tomó aire.
—Un día entramos en un bonito restaurante de barrio que él conocía y no habíamos llegado a la barra cuando se acercó a nosotros una mujer y le llamó «padre».
Pedro parecía confundido.
—¿Y te enfadaste porque tenía hijos y no te lo había dicho?
—No, me quedé helada porque resulta que había sido sacerdote.
Pedro se echó a reír y Paula le miró con los ojos entrecerrados.
—No tiene ninguna gracia —le advirtió.
—Claro que la tiene. Vamos, ¿un sacerdote? ¿Y eso fue en la primera cita?
—No, habíamos salido antes, pero no estoy segura de si él… bueno, ya sabes. No soy capaz de hablar de eso. Estoy segura de que eso le demostró mi falta de moral. El caso es que, en cuanto lo averigüé, comprendí que Dios me estaba mandando una señal. Se suponía que no debería estar con Marcos, así que le dejé. Salí corriendo como el viento.
Pedro volvió a reír y, en aquella ocasión, Paula se sumó a sus carcajadas.
—Casi lo siento por ese pobre tipo —admitió Pedro.
—¿Casi?
—No me gustaría que estuvieras con él.
Genial, pensó Paula mientras su mente comenzaba a conjurar todas las posibles maneras de terminar aquella frase: ¿porque eso significaría que en ese momento no estaría allí con él? Era a eso a lo que se refería, ¿verdad?
—Así que ésta ha sido mi lamentable vida amorosa durante estos años. Trágica, divertida y en absoluto parecida a lo que esperaba.
—Ha sido interesante —contestó Pedro, alargando la mano hacia su copa—. Y mejor así que aburrida.
—Oh, no sé. Creo que es preferible aburrirse. Ahora ya conoces todos mis secretos, ¿no vas a contarme los tuyos?
La mirada de Pedro se oscureció ligeramente.
—No ha habido nadie después de mi divorcio. Sólo unas cuantas citas que no me llevaron a ninguna parte.
¿Continuaría saliendo de vez en cuando con Silvina? ¿Seguiría viendo a su ex esposa?
—¿Qué terminó su matrimonio? —le preguntó, consciente de que era una pregunta muy personal, pero imaginando que, de la misma manera que él le había preguntado, también tenía derecho a hacerlo ella.
—Me engañó —contestó Pedro llanamente—. Entré en casa y la descubrí con un tipo. Ni siquiera sé quién es. No me molesté en averiguarlo.
Paula se le quedó mirando fijamente. No podía creer que Pedro ella tuvieran eso en común.
—Lo siento. Sé perfectamente lo que se siente. Yo también descubrí a Martín. Fue así como me enteré.
—Lo estaban haciendo encima de la mesa del comedor.
—Martín y su chica estaban en su despacho. Igualmente repugnante —sacudió la cabeza—. No soportaba sentirme traicionada. Si no hubiéramos empezado ya los trámites para el divorcio, le habría dejado.
—Eso fue lo que hice yo. En cuanto perdí la confianza en Silvina, decidí terminar. Ella quería arreglar las cosas, darle a nuestra relación una segunda oportunidad. Al igual que tu Ryan, sospecho que sólo se arrepentía de que la hubiera descubierto.
Paula contuvo la respiración.
—¿Entonces no estás saliendo con ella?
—Por supuesto que no, ¿por qué lo preguntas?
—Hace poco me encontré con ella e insinuó que estaban retomando su relación o, por lo menos, hablando de la posibilidad de hacerlo —también se lo había dicho Carmen, aunque Paula  prefirió no decírselo.
—Ella es una de esas personas de las que te hablé —le dijo—. De esa clase de gente que disfruta estando cerca de los poderosos. Ahora está interesada en mí porque mi padre puede llegar a ser presidente.
—Es bueno saberlo. Gracias por decírmelo.
Apenas había luz en el jardín cubierto. En aquella oscuridad, los ojos de Paula parecían más negros que castaños. Aun así, Pedro podía leer las infinitas emociones que cruzaban sus ojos, y la última era de evidente alivio.
¿Estaría preocupado por Silvina? Sólo el cielo sabía lo que aquella bruja podía haberle dicho. Silvina era capaz de todo para conseguir lo que quería. En otra época, él mismo había admirado su determinación, pero últimamente ya no podía decir lo mismo.
Paula era diferente. Había en ella una honestidad que él apreciaba. Parecía dejarse llevar por el corazón, algo que podía causarle muchos problemas si no tenía cuidado. Por supuesto, no con él; él no tenía ninguna intención de hacerle daño, aunque no le importaría llegar a conocerla mejor. Sobre todo si conocerla mejor implicaba estar los dos desnudos.
Su cuerpo entero se tensó ante las imágenes que recreaba su mente. Después de su ruptura con Silvina, había tenido un par de relaciones esporádicas, pero no habían significado nada para él. Tampoco creía estar buscando nada más estable, pero a lo mejor se equivocaba.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Paula—. Tienes una expresión muy extraña.
—En que has conseguido cambiar muchas cosas en muy poco tiempo.
Paula suspiró.
—Eso no es bueno, ¿verdad?
—¿Por qué no? A lo mejor necesitábamos un cambio.
—Lo que necesita tu madre son unas vacaciones —dijo Paula—. Me duele mucho que todo esto le esté afectando. No debe de ser fácil para ella enfrentarse a todo lo que está pasando. Es una mujer fabulosa. Cuando sea mayor, quiero ser como ella.
—Ya eres mayor.
—No digas eso, porque entonces no podré tenerla como objetivo.
A Pedro le gustó que Paula respetara a Carmen y que fuera consciente de lo dura que era aquella situación para su madre.
Pero no quería pasarse la noche hablando de ella.
—¿Tienes hambre? —le preguntó—. ¿Quieres que empiece a prepararte la cena?
Paula se levantó.
—¿Te refieres a calentarla?
—A lo que haga falta.
—Claro.
Paula  regresó a la cocina, dejó la copa en el mostrador, giró y chocó contra Pedro.
Pedro alzó la mano en la que tenía su propia copa para evitar que se cayera. Paula también alargó la mano hacia ella, pero en vez de en la copa, su mano terminó en el pecho de Pedro.
El deseo le golpeó con la sutileza de una bomba. Era una fuerza que le consumía, que le excitaba y amenazaba la capacidad de autocontrol que había desarrollado durante los últimos treinta años. Paula abrió los ojos como platos y contuvo la respiración con un gesto que le indujo a pensar a Pedro  que estaba sintiendo lo mismo que él.
—Sé lo que estás pensando —dijo mientras colocaba la copa al lado de la de Paula. Le agarró la mano que estaba posando en su pecho—. Crees que te he hecho venir aquí para poder acercarme a tí. Pero ¿sabes? En realidad hay una cena.
Una cena que podían posponer cuanto quisieran.
—Sí, lo de la cena no está mal —farfulló Paula—. Pero tú también me interesas. Eres un hombre atractivo y bueno.
¿Atractivo? ¿Bueno? Pedro dejó caer la mano. Genial. Así que la pasión con la que creía haberla visto reaccionar sólo había sido producto de su imaginación.
Pero ¿y sus besos? Era evidente que estaba excitada. Había sentido su interés. Se negaba a creer que la química fuera sólo por su parte.
—No es que no quiera… acercarme a tí—continuó diciendo Paula—. Por supuesto, la tentación es muy grande. Pero está todo el asunto familiar. El potencial escándalo. Por no hablar de mi pasado. He aprendido a ser cautelosa. No tengo mucha suerte en las relaciones.

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