domingo, 6 de septiembre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 15

Pedro  tomó las llaves del coche. Paula se había marchado unos minutos antes, así que ya podía regresar a su casa. No había querido salir antes que ella; quería estar presente por si surgía algún problema.
—Estás de mal humor —le dijo Ian mientras le acompañaba a la puerta—. Has estado frunciendo el ceño durante toda la cena.
—Soy un hombre precavido.
—Me gusta. Creo que es muy divertida.
—Está siendo educada.
Ian sonrió. La mayor parte de la gente no era capaz de distinguir una sonrisa en aquel rostro, pero Pedro advirtió la sonrisa que Ian intentaba sin ningún éxito disimular.
—Ya sé que no quieres que nadie lo sepa, pero creo que a ti también te gusta —dijo Ian.
—No siento nada por ella —y era absolutamente cierto.
—Es muy guapa.
Pedro negó con la cabeza.
—Tienes diecisiete años. A los diecisiete años todas las mujeres nos parecen guapas.
—Las hormonas son mías y puedo utilizarlas como me plazca —cambió de expresión—. En serio. Deberías darle una oportunidad. Es genial.
Paula había reaccionado muy bien cuando había conocido a Ian, pensó Pedro. Seguramente, gracias a su propio pasado.
Había dedicado aquella tarde a investigar a Paula y gracias a Internet, había descubierto suficiente información. Paula Chaves era la más pequeña de los cuatro hermanos Chaves. Cuando estaba en la universidad, su prometido se había lesionado jugando al fútbol. A pesar de que se había quedado parapléjico, Paula había permanecido a su lado durante toda la terapia y después se había casado con él. Sabía lo que era vivir con una persona diferente.
—No confío en ella —insistió Pedro.
—¿Porque es hija de papá?
Pedro se quedó mirando a su hermano de hito en hito.
—¿Por qué dices eso?
Ian elevó los ojos al cielo.
—Puedo ser muy sigiloso cuando quiero. Antes he oído a mamá y a papá hablando. Sé quién es esa chica.
Había miedo y preocupación en su voz. Pedro se agachó al lado de la silla y le tomó la mano.
—Todavía no estamos seguros. Dentro de dos días tendremos los resultados de la prueba de ADN, pero aunque ella sea hija de papá, tú también sigues siendo su hijo. Ésta es tu familia y nadie va a alejarte de nosotros.
—Ella es normal.
—Otra de las razones por las que no me gusta.
Ian volvió a sonreír.
—He visto cómo la mirabas durante la cena. Crees que está muy buena.
Pedro se enderezó.
—No está mal.
—Tienes que intentar relajarte un poco, date una oportunidad.
—Me niego a tener esta conversación con mi hermano de diecisiete años.
—Ya sé que no tienes ni mi aspecto ni me encanto —le dijo Ian—. Pero aun así, tienes la oportunidad de conseguir algo. A no ser que lo haga yo antes. Al fin y al cabo, somos adoptados. No es nuestra hermana biológica. ¿Crees que querrá salir conmigo?
—Es demasiado vieja para ti.
—Ya sabes lo que dicen de las mujeres mayores.
Pedro le apretó el hombro.
—Ve a torturar a otro. Te veré dentro de un par de días.
—¿Pero vas a intentar salir con ella o no? Porque si la respuesta es no, quiero saberlo.
—Buenas noches, Ian.
—Buenas noches.

Paula estacionó delante de casa de Gloria. Salió del coche y alzó la mirada hacia aquel elegante edificio de tres pisos que había sido construido cien años atrás.
Cuando era pequeña, aquella casa le aterraba. De adolescente, había representado una forma de vida que no era capaz de comprender. A los veinte años, se había convertido en un bastión a conquistar. Y con el tiempo, había llegado a considerarla como algo tan solitario e inalcanzable como su propia abuela. Era, sencillamente, el lugar en el que alguien vivía. Alguien que no era en absoluto la persona que ella creía.
Había amado y odiado a Gloria durante tanto tiempo que le resultaba difícil desprenderse de aquellos sentimientos. Continuaba resentida por la dureza con la que le había dicho que no era una verdadera Chaves. Pero también era cierto que, en las últimas semanas, Gloria le había pedido disculpas en varias ocasiones. Había confesado que sabía que tenía que cambiar y, desde la perspectiva de Paula al menos, realmente lo había hecho.
Curiosamente, Paula se había descubierto echando de menos a Gloria. No echaba de menos sus mezquindades ni su frialdad, pero sí la relación que tenía con ella. Gloria había formado parte de su vida desde que era un bebé y en aquel momento no tenían ninguna relación en absoluto. A lo mejor la decisión más inteligente habría sido alejarse para siempre de ella, pero Paula no podía permitírselo.
Subió los escalones de la entrada y llamó al timbre. Federico, el mediano de sus tres hermanos, le abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.
—No estamos interesados, pero gracias por venir.
Paula pasó por delante de él antes de que hubiera podido cerrarle la puerta en las narices.
—Muy gracioso.
—Hola, hermanita —Federico  le pasó el brazo por los hombros—, ¿qué tal te va?
—Estupendamente. Aunque enfrentándome a un montón de cosas.
Federico la condujo al cuarto de estar, donde estaban esperándola Matías, su hermano mayor, y Agustín, el más pequeño de los tres. Los dos se levantaron para saludarla.
—Gloria está a punto de llegar —dijo Agustín mientras se acercaba a su hermana—. ¿Qué tal te encuentras?
Paula miró a sus tres hermanos, los tres hombres que habían estado a su lado cada vez que los había necesitado, y también cuando no los necesitaba, claro.
—Estoy bien, aunque me siento un poco extraña. Es como si me hubiera desconectado de mi vida de siempre.
Se sentaron todos en los sofás del enorme salón.
—Ayer conocí a Miguel Schulz—les dijo.
—¿Y? —preguntó Agustín.
—No sé… Se mostró muy abierto a la posibilidad de que pudiera ser su hija. Admitió que había tenido una aventura con mamá y me dijo que nunca había sabido por qué mamá había decidido poner fin a su relación. Se mostró amable, cariñoso…
—¿Pero? —la interrumpió Matías.
—No sé. No tengo la sensación de que haya una verdadera relación entre nosotros. Supongo que tenía la fantasía de que nos abrazaríamos e inmediatamente sentiríamos el vínculo que nos unía. Pero la verdad es que todavía estoy intentando hacerme a la idea —bebió un sorbo de café que Matías acababa de servirle—. Y por si fueran pocas las emociones, está también su hijo Pedro, el mayor. Pedro parece considerarse el protector de la familia y me ve como una amenaza tanto para su familia como para la carrera política de su padre.
—¿Quieres que Agustín se haga cargo de él? —preguntó Federico alegremente—. Porque seguro que está dispuesto a hacerlo.
—No creo que haga falta llegar tan lejos —respondió Paula.
Era cierto que Pedro había conseguido enfadarle, pero también que le gustaba. Respetaba su lealtad hacia su familia, aunque a ella le estuviera causando tantos problemas.
—Ayer por la noche estuve en su casa —continuó contando—. Conocí a toda la familia. Son ocho hijos, aunque una de ellas estaba en la universidad. Carmen, su mujer, es increíble. Una mujer guapísima y paciente. Casi todos sus hijos tienen algún problema, pero ella no le da ninguna importancia. Es como una santa. Creo que cuando sea mayor quiero ser como ella.

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