De inmediato le aseguró que tenía todo a mano y le afirmó que su hermano se marcharía a primera hora de la mañana. Lo cual no pareció ser el caso cuando abrió los ojos al sol que entraba débilmente a través de las cortinas y a una llamada delicada a la puerta, entreabierta. Pedro Alfonso no parecía un hombre adecuadamente vestido para regresar a su trabajo en Londres. Paula se incorporó un poco más y miró el reloj. ¡Las diez y media! Gritó.
-Estabas muerta para el mundo -fue hacia ella con dos pequeñas grageas en una mano y un vaso de agua en la otra-. Así que no te desperté y me cercioré de que Joaquín fuera silencioso como un ratón. Le gustó el juego.
-¡No debiste dejarme dormir tanto! -apartó el edredón, pero el simple acto de tratar de sacar las piernas de la cama hizo que gritara de dolor.
-No. ¡Debería haberte sacudido hasta que te despertaras y luego insistido en que bajaras! -le dió las pastillas y mientras se las tragaba, la puso al corriente de lo sucedido. Se había levantado a las seis, se había ocupado de Joaquín, lo había llevado al colegio y de regreso había parado para comprarse algo de ropa y comida. Y, desde luego, los medicamentos recetados-. Y ahora... -se sentó en la cama-... te ayudaré a ir al cuarto de baño. Luego el desayuno. Te bajaré en brazos. ¿O prefieres que te lo suba en una bandeja?
Paula estaba consternada. No parecía un hombre a punto de marcharse de su casa. Sino un hombre que se había tomado demasiado en serio las responsabilidades asumidas. ¿Y por qué tenía que estar tan atractivo? Sintió que los pechos sueltos le rozaban la camiseta y que los pezones se le ponían duros; lo miró ceñuda.
-Lamento haberte estropeado la noche, pero no pienso estropearte el día. ¿No tienes que regresar a Londres? Fede dijo que apenas disponías de unos minutos libres cuando venías aquí.
-De hecho, estoy más bien ocupado en este momento, pero eso es lo bueno de la vida moderna que llevamos. Por suerte, siempre meto el portátil en el coche cuando salgo de Londres, de modo que puedo estar al corriente de lo que sucede desde aquí. He tenido que cancelar algunas reuniones, pero dispongo de gente que puede ocuparse de las cosas siempre que no puedo finalizar algo -le dedicó una sonrisa irónica-. Les pago bastante. De vez en cuando, tienen que justificar sus elevados ingresos.
-Pero...
-Te prepararé un baño.
La dejó debatiéndose en lo que parecían unas súbitas arenas movedizas de mercurio y regresó antes de que pudiera resignarse a lo inevitable.
-Sólo por este día, entonces -dijo mientras la alzaba con suavidad de la cama y la llevaba al cuarto de baño, girándola en la puerta para protegerle el pie.
-Si tú lo dices -murmuró Pedro de buen humor.
Podía sentirla cálida y vulnerable en los brazos, podía oír las maquinaciones de su cerebro mientras aceptaba la presencia de él y era consciente de los latidos rápidos de su corazón. Volvía a sentirse como un joven de dieciocho años, presa de emociones desbordadas...
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