lunes, 1 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 44

-No sabes cuál es mi nivel de exigencia -señaló Pedro, situándose detrás  de  ella  al  tiempo  que  se  inclinaba  para  poder  manipular  el  teclado  desde  atrás-.  ¿Está  bien?  Dime  si  la  presión  sobre  tu  pie  es  excesiva  -debía  haberse  lavado  el  pelo. 

Olía  a  menta  y  a  eucalipto.  Fresco  y  limpio.  Como  todas  las  rubias  verdaderas,  hasta  las  raíces  de su pelo eran claras. Escuchó que ella le preguntaba algo acerca de los ficheros a los que debía acceder. Pedro musitó  algo  y  movió  el  cursor  a  la  carpeta  en  cuestión.  Tuvo una imagen poderosa de esos dedos largos y finos acariciándolo y sintió que se ponía duro en reacción inmediata a la imagen mental.

 -¿Lo echarás de menos? -murmuró.

Paula inclinó la cabeza con un ligero sobresalto ante la pregunta irrelevante.  Sintió  que  el  corazón  le  daba  un  vuelco,  para  luego  latir  con demasiada fuerza.

-¿Echar de menos a quién?

 -A mi hermano. Sin compromiso, no hay Federico. ¿Lo echarás de menos?  -le  gustaba  estar inclinado  sobre  ella  de  esa  manera,  aspirando su fragancia mientras esperaba una respuesta. Podía sentir su  tensión.  Se  notaba en  la  quietud  de  su  cuerpo.  Ya  no  movía  los  dedos.

-Fede y  yo  siempre  nos  veremos  -carraspeó  y  se  afanó  en  fingir que el hombre grande que tenía detrás no le electrizaba todo el cuerpo. ¿Por qué se hallaba tan cerca, respirando sobre ella? Era todo un  logro  que  hubiera  podido  hablar,  ya que  sus  cuerdas  vocales  parecían  estar  sometidas  a  un  extraño  proceso  de  sequedad-.  So...  mos amigos -tartamudeó-, y uno no deja a los amigos en una cuneta cuando ya no se adaptan a tí.

Pedro se  retiró,  pero  en  vez  de  alejarse,  se  situó  en  cuclillas  junto a ella.

-Pero no se trata sólo de una amistad, ¿Verdad? Era algo más... aunque nunca se consumara la relación

-Quizá  deberíamos  dejar  esta  conversación  y  continuar  con  el  trabajo  -musitó,  enrojeciendo-.  No  soy  una  experta.  Sé  algo  sobre  ordenadores...  -esos  ojos  fabulosos  que  la  miraban  hacían  que  se  sintiera  incómoda.  Casi se  retorció-.  Además,  no  sé  cuánto  tiempo  puedo permanecer aquí sin moverme. Empiezo a sentir el pie un poco rígido...

-¿Sí?  -de  inmediato  mostró  su  preocupación-.  Quizá  una  bolsa  con  hielo  te  ayude  -se  puso  de  pie  y  fue  a  la  cocina.  Tres  minutos  más tarde, regresaba con una bolsa de plástico fuerte llena de hielo y con  gentileza  procedió  a  apoyarla  sobre  su  pie-.  Te  ayudará  -manifestó para justificar lo fría que estaba-. Te pintas las uñas de los pies.

 -Muchas mujeres lo hacen.

-Y  también  algunos  hombres  -alzó  la  cabeza  y  le  dedicó  una  sonrisa perversa-. Me refiero a pintar las uñas de sus mujeres. ¿Te lo ha hecho un hombre alguna vez?

 -¡No, claro que  no!  -se  hallaba  completamente  a  su  merced  mientras movía la bolsa de hielo alrededor del tobillo.

-Suenas horrorizada. ¿Por qué? Es algo muy sensual.

-Siento el pie mucho mejor, gracias -graznó.

-Parece  mucho  mejor  -retiró  la  bolsa  con  hielo  y  la  estudió-.  Bien,  vuelvo en  un  minuto.  ¡No te vayas!  -se puso  de  pie  y  desapareció  con  el  hielo,  regresando  un  momento  más  tarde con un  bote-. Crema -lo alzó-. Noté que tenías algunos botes en el cuarto de baño.  La  inmovilidad  es  muy  mala  para  la  circulación  -continuó,  abriendo el tapón-. ¿Lo sabías?

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