-No sabes cuál es mi nivel de exigencia -señaló Pedro, situándose detrás de ella al tiempo que se inclinaba para poder manipular el teclado desde atrás-. ¿Está bien? Dime si la presión sobre tu pie es excesiva -debía haberse lavado el pelo.
Olía a menta y a eucalipto. Fresco y limpio. Como todas las rubias verdaderas, hasta las raíces de su pelo eran claras. Escuchó que ella le preguntaba algo acerca de los ficheros a los que debía acceder. Pedro musitó algo y movió el cursor a la carpeta en cuestión. Tuvo una imagen poderosa de esos dedos largos y finos acariciándolo y sintió que se ponía duro en reacción inmediata a la imagen mental.
-¿Lo echarás de menos? -murmuró.
Paula inclinó la cabeza con un ligero sobresalto ante la pregunta irrelevante. Sintió que el corazón le daba un vuelco, para luego latir con demasiada fuerza.
-¿Echar de menos a quién?
-A mi hermano. Sin compromiso, no hay Federico. ¿Lo echarás de menos? -le gustaba estar inclinado sobre ella de esa manera, aspirando su fragancia mientras esperaba una respuesta. Podía sentir su tensión. Se notaba en la quietud de su cuerpo. Ya no movía los dedos.
-Fede y yo siempre nos veremos -carraspeó y se afanó en fingir que el hombre grande que tenía detrás no le electrizaba todo el cuerpo. ¿Por qué se hallaba tan cerca, respirando sobre ella? Era todo un logro que hubiera podido hablar, ya que sus cuerdas vocales parecían estar sometidas a un extraño proceso de sequedad-. So... mos amigos -tartamudeó-, y uno no deja a los amigos en una cuneta cuando ya no se adaptan a tí.
Pedro se retiró, pero en vez de alejarse, se situó en cuclillas junto a ella.
-Pero no se trata sólo de una amistad, ¿Verdad? Era algo más... aunque nunca se consumara la relación
-Quizá deberíamos dejar esta conversación y continuar con el trabajo -musitó, enrojeciendo-. No soy una experta. Sé algo sobre ordenadores... -esos ojos fabulosos que la miraban hacían que se sintiera incómoda. Casi se retorció-. Además, no sé cuánto tiempo puedo permanecer aquí sin moverme. Empiezo a sentir el pie un poco rígido...
-¿Sí? -de inmediato mostró su preocupación-. Quizá una bolsa con hielo te ayude -se puso de pie y fue a la cocina. Tres minutos más tarde, regresaba con una bolsa de plástico fuerte llena de hielo y con gentileza procedió a apoyarla sobre su pie-. Te ayudará -manifestó para justificar lo fría que estaba-. Te pintas las uñas de los pies.
-Muchas mujeres lo hacen.
-Y también algunos hombres -alzó la cabeza y le dedicó una sonrisa perversa-. Me refiero a pintar las uñas de sus mujeres. ¿Te lo ha hecho un hombre alguna vez?
-¡No, claro que no! -se hallaba completamente a su merced mientras movía la bolsa de hielo alrededor del tobillo.
-Suenas horrorizada. ¿Por qué? Es algo muy sensual.
-Siento el pie mucho mejor, gracias -graznó.
-Parece mucho mejor -retiró la bolsa con hielo y la estudió-. Bien, vuelvo en un minuto. ¡No te vayas! -se puso de pie y desapareció con el hielo, regresando un momento más tarde con un bote-. Crema -lo alzó-. Noté que tenías algunos botes en el cuarto de baño. La inmovilidad es muy mala para la circulación -continuó, abriendo el tapón-. ¿Lo sabías?
No hay comentarios:
Publicar un comentario