-Si estás semanas en cama -aportó ella con desesperación-. ¡Pero llevo en cama menos de un día! No creo que mi circulación se vea afectada. ¿Qué haces?
Sabía perfectamente lo que iba a hacer, pero, aun así, su cuerpo reaccionó con conmoción encendida cuando deslizó los dedos por su pie bueno y comenzó a pasarle la crema de forma minuciosa, al tiempo que comentaba los milagros de un buen masaje para eliminar las molestias, los dolores, el estrés y, desde luego, el inexistente problema de circulación que afirmaba que sufría.
-Relájate -le dijo-. Puedo sentir tu tensión.
-¿Qué esperas?
Pero sus manos eran espantosamente relajantes y poco a poco sintió que empezaba a disfrutar el movimiento de sus dedos entre el pie, por los lados, contra el talón. Se reclinó en el sofá y entrecerró los ojos. Lo imaginó pintando las uñas de los dedos de los pies a una mujer, alguna voluptuosa diosa griega. Sintió que se ablandaba por dentro y de pronto abrió los ojos y vio la cabeza oscura aún concentrada en lo que hacía. Y haciéndolo muy bien.
-Ha sido muy agradable -comentó.
-¿Agradable? Jamás me gustó esa palabra.
-Ya estoy preparada para un trabajo duro -soslayó su intento de prolongar una conversación que ella no se sentía capaz de encarar.
Se esforzó por adoptar una postura semierguida y Pedro le acercó la mesa de centro para que pudiera apoyarse en ella. Desde luego, tuvo que permitirle que le acomodara el pie sobre la superficie. Más contacto. «Un contacto inocente», se recordó.
-¿Sabes en qué programa tienes que entrar?
Cuando ella asintió, él continuó ofreciéndole instrucciones concisas sobre lo que tenía que hacer, al tiempo que mantenía una distancia segura. Paula jamás se había sentido tan agradecida por poder disponer del refugio seguro de una pantalla de ordenador. Le dictó con una pronunciación pausada y perfecta, sin la necesidad de reflexionar en lo que tenía que decir. Cuando calló, era la una y media y le dijo que debía comer algo.
-Te llevaré fuera -anunció, frenando su objeción con una mano alzada-. Me aseguraré de que sea un pub y aparcaré justo delante para que tengas que caminar poco apoyada en mí. -No conoces ningún sitio por aquí. De verdad, no es una buena idea...
-¿Por qué no? Soluciona el problema de que tengas que comer lo que te prepare. -Pero... -la asustaba pasar tanto tiempo en su compañía. No quería conocer ninguna faceta de él que no pudiera encuadrar en categorías y que no le desagradara de inmediato-. Pero necesitas volver a tu propia vida en Londres... De verdad, ¡No me debes esta atención! No soy más que una cazafortunas. ¿Lo has olvidado?
-Saqué conclusiones y las revisé -la miró en silencio unos momentos-. ¿Te asusta estar en mi compañía? -inquirió con suavidad. Paula se apresuró a dar una negativa vehemente-. Bien. Entonces, ¿dónde está el problema?
Lo que significó que veinticinco minutos más tarde se encontraban sentados a la mesa en un rincón de un elegante restaurante francés que él había localizado con su agenda informática. Paula hizo preguntas inofensivas que recibieron respuestas divertidas que la mantuvieron animada durante el trayecto y la magnífica comida. La figura unidimensional que había proyectado sobre Pedro al conocerlo, rápidamente se iba convirtiendo en un hombre tridimensional de carne y hueso, agudo, ingenioso, educado y en absoluto parecido al hombre que debería interesarle... o al menos es lo que se decía.
Felíz año nuevo para todos.
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