—¿Y por qué ibas a herir sus sentimientos?
Paula se puso colorada.
—Porque él cree que nos está emparejando y no quiero desilusionarlo.
—Ah, ya entiendo —dijo Pedro, guardando las llaves en el bolsillo—. Estás diciendo que vas a tener una apasionada aventura conmigo para no desilusionar a Gabriel.
—Muy gracioso —murmuró ella, con los dientes apretados—. Tú sabes muy bien que no estoy diciendo eso.
—¿No?
—Esto no es una broma, Pedro.
—¿Me estoy riendo?
—Sí. Y no sabes lo que es tener que soportar que todo el mundo quiera buscarme pareja.
—Te equivocas —sonrió él, dejándose caer sobre una silla—. Lo sé muy bien.
—¿Tú? —preguntó Paula, incrédula—. Pero si debes tener mujeres haciendo cola...
Pedro se encogió de hombros.
—Es posible. Pero no pienso casarme con ninguna de ellas para hacerles un favor a mis amigos.
—¿Tus amigos quieren que te cases?
—Especialmente Gabriel. Por eso no vengo a visitarlo tan a menudo como debería.
—Pues en ese caso, no hay ningún problema. Cuando Gabriel se dé cuenta de que no estamos interesados, dejará de interferir.
—Sólo hay un problema... —empezó a decir Pedro, pasándose la mano por la barbilla.
—¿Cuál?
—Que yo no estoy seguro de no querer una aventura contigo.
Durante un segundo, Paula se sintió como hipnotizada por aquellos ojos oscuros, pero enseguida recuperó la compostura.
—No digas tonterías.
—¿Por qué son tonterías? Te encuentro muy atractiva.
—Pues el sentimiento no es mutuo.
—Estás mintiendo —dijo él entonces en voz baja, una voz suave y muy masculina—. Yo esperaba que sugirieses un romance para que Gabriel estuviera contento.
—¡Ni en sueños!
—Lo que he soñado hacer contigo no podría decirse en voz alta, Paula Chaves.
Ella tragó saliva.
—Pedro, por favor...
—¿Por favor qué?
—Déjame sola.
—No.
—¿Cómo que no? Debe de haber cientos de mujeres por ahí que se desmayarían por una sonrisa tuya. ¿Por qué no te vas con alguna de ellas? ¿Por qué yo?
—¿Por qué? —repitió Pedro, levantándose—. Porque tienes coraje, porque eres preciosa y porque eres un reto.
En otras palabras era la única mujer que le había dicho que no.
—¿Algún problema de ego, doctor Alfonso?
Pedro soltó una carcajada.
—Ninguno, doctora Chaves. Mi ego no es tan frágil.
Estaba a sólo un metro de ella y a Paula le costaba trabajo respirar.
—No me interesa lo que me ofreces, Pedro.
Él se apoyó en la pared, pensativo.
—¿Y qué te estoy ofreciendo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario