miércoles, 3 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 47

Paula lo miró con auténtico asombro.

 -¿Cómo podría  tenerle  miedo  alguna  vez  a  tu  hermano?  ¡Es  la  persona más amable que he conocido!

-Entonces, entenderá tu necesidad de reposo -soltó Pedro.

 Cuando  avanzó  unos  pasos  hacia  ella,  el  corazón  comenzó  a  latirle  más  deprisa.  Se  humedeció los  labios  con  nerviosismo  y  fue  incapaz de apartar los ojos de su abrumadora masculinidad.

 -Además... -añadió con un murmullo ronco, intensamente sexual y  desestabilizador-...  quizá  sea  positivo  que  mi  hermano  no  vaya  a  estar  por  aquí  esta  noche.  Puede  ser  el  tipo  estupendo  que  acepta  con  elegancia  la  ruptura  del  compromiso,  pero,  ¿Qué  sentirá  con  la  atmósfera que hay entre nosotros?

 -¿Qué  atmósfera? -una  pequeña  parte  de  ella  deseó  estallar  en  una  carcajada  histérica  ante  la  reacción  que  experimentaría  Federico,  lo  último  que  esperaría  Pedro. 

Pero  casi  todo  su  ser  trataba  de  reconciliarse con lo que sucedía ante ella y el martilleo constante de deseo que se incrementaba por segundos.

-Tú  sabes  qué  atmósfera  -se  hallaba  de  pie  justo  ante  ella,  notando  con  satisfacción  la  aceleración  del  movimiento  de  su  pecho  mientras  respiraba  nerviosa.  Alargó  la  mano  y  con  delicadeza  le  acarició el antebrazo con un dedo. Casi pudo oírla suspirar, algo que lo  excitó  más  allá  de  la  imaginación  más  descabellada-.  Estaba  presente en Grecia -murmuró, sin darle tiempo a recobrarse.

 Se puso de rodillas y se inclinó para besarle la delicada línea de la clavícula. Paula tembló y logró musitar un débil:

 -No.

-Sí.  Me  deseas  de  un  modo  que  nunca  podrías  desear  a  mi  hermano. Te lo demostré una vez y ahora quiero más.

 -No puedes...

-¿Porque tú no quieres? ¿Porque no me deseas? ¿Por qué no me dices  que  he  estado  imaginando  todas  tus  reacciones  conmigo?  Que  Dios  me  ayude,  esto  es  lo  último  que  esperaba,  pero  lo  inesperado  siempre nos sorprende... -con la boca trazó la curva de la mandíbula-.  Dime que no quieres  esto  y  te  dejaré  en  paz  para  siempre.  Sin  condiciones  con  mi  hermano.  Si  decides  casarte  con  él,  sin  importar  cuáles sean tus motivos, no interferiré.

 -No soy la clase de chica que... se acuesta...

Pedro no tardó en señalarle la incongruencia de su declaración.

-Pero eres  la  clase  de  chica  que  se  casaría  con  un  hombre  que  no  la  atrae  físicamente sólo  por  conseguir  seguridad.

 Se  podría  pensar que se trata de una moralidad más dudosa. Paula se separó de él. No tenía respuesta para su afirmación.

-No todo es sexo.

-Te voy a llevar arriba. Éste no es sitio para hacer el amor y no te preocupes, seré muy gentil.

Paula se  estaba  derritiendo.  Con  cada  paso  silencioso  escaleras  arriba,  podía  sentir  los  bramidos  salvajes  de  su  cuerpo,  deseándolo  de  un  modo  que  nunca  había  creído  poder  volver  a  desear  a  un  hombre, más de lo que podía recordar haber deseado jamás a Rodrigo. Pero eso se debía a que hacía años que nadie la tocaba. Abrió  la  puerta  con  el  hombro,  la  cerró  a  su  espalda  y  la  depositó  en  la  cama.  El  silencio  de  ella  era  tan  revelador  como  un  torrente de palabras. Su cerebro le decía que parara, pero el cuerpo no  quería  escuchar.  Pedro  encendió  la  pequeña  lámpara  que  había  sobre la cómoda, con la luz suficiente para mostrar las siluetas de sus figuras.

 -Tu  tiempo  para  la  indignación  y  las  protestas  llega  a  su  fin  -comentó   con   voz   ronca, deteniéndose   al  pie   de  la   cama   y   devorándola hambriento con la vista.

 La  tela  suave  de  la  falda  de  ella  se  había  subido  y  revelaba  la  palidez   de   sus   muslos   y   sus   ojos   estaban   muy   abiertos.   La entrepierna  le palpitaba de deseo.  Despacio,  comenzó  a  desabotonarse  la  camisa,  mirando  cómo  lo  miraba.  Se  la  quitó  y  la  tiró al suelo sin dejar de observarla. Bajó los dedos a la cintura de los pantalones  y  se  detuvo.  Más  allá  de  ese  punto,  no  había  marcha  atrás, pero, por Dios, era difícil, cuando todos los instintos lo instaban a  arrancarle  la  ropa  y  a  tomarla  salvajemente.  Olvidar  el  arte  de  la  seducción y el refinamiento. Sólo quería estar dentro de ella y sentir cómo lo envolvía.

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