Paula lo miró con auténtico asombro.
-¿Cómo podría tenerle miedo alguna vez a tu hermano? ¡Es la persona más amable que he conocido!
-Entonces, entenderá tu necesidad de reposo -soltó Pedro.
Cuando avanzó unos pasos hacia ella, el corazón comenzó a latirle más deprisa. Se humedeció los labios con nerviosismo y fue incapaz de apartar los ojos de su abrumadora masculinidad.
-Además... -añadió con un murmullo ronco, intensamente sexual y desestabilizador-... quizá sea positivo que mi hermano no vaya a estar por aquí esta noche. Puede ser el tipo estupendo que acepta con elegancia la ruptura del compromiso, pero, ¿Qué sentirá con la atmósfera que hay entre nosotros?
-¿Qué atmósfera? -una pequeña parte de ella deseó estallar en una carcajada histérica ante la reacción que experimentaría Federico, lo último que esperaría Pedro.
Pero casi todo su ser trataba de reconciliarse con lo que sucedía ante ella y el martilleo constante de deseo que se incrementaba por segundos.
-Tú sabes qué atmósfera -se hallaba de pie justo ante ella, notando con satisfacción la aceleración del movimiento de su pecho mientras respiraba nerviosa. Alargó la mano y con delicadeza le acarició el antebrazo con un dedo. Casi pudo oírla suspirar, algo que lo excitó más allá de la imaginación más descabellada-. Estaba presente en Grecia -murmuró, sin darle tiempo a recobrarse.
Se puso de rodillas y se inclinó para besarle la delicada línea de la clavícula. Paula tembló y logró musitar un débil:
-No.
-Sí. Me deseas de un modo que nunca podrías desear a mi hermano. Te lo demostré una vez y ahora quiero más.
-No puedes...
-¿Porque tú no quieres? ¿Porque no me deseas? ¿Por qué no me dices que he estado imaginando todas tus reacciones conmigo? Que Dios me ayude, esto es lo último que esperaba, pero lo inesperado siempre nos sorprende... -con la boca trazó la curva de la mandíbula-. Dime que no quieres esto y te dejaré en paz para siempre. Sin condiciones con mi hermano. Si decides casarte con él, sin importar cuáles sean tus motivos, no interferiré.
-No soy la clase de chica que... se acuesta...
Pedro no tardó en señalarle la incongruencia de su declaración.
-Pero eres la clase de chica que se casaría con un hombre que no la atrae físicamente sólo por conseguir seguridad.
Se podría pensar que se trata de una moralidad más dudosa. Paula se separó de él. No tenía respuesta para su afirmación.
-No todo es sexo.
-Te voy a llevar arriba. Éste no es sitio para hacer el amor y no te preocupes, seré muy gentil.
Paula se estaba derritiendo. Con cada paso silencioso escaleras arriba, podía sentir los bramidos salvajes de su cuerpo, deseándolo de un modo que nunca había creído poder volver a desear a un hombre, más de lo que podía recordar haber deseado jamás a Rodrigo. Pero eso se debía a que hacía años que nadie la tocaba. Abrió la puerta con el hombro, la cerró a su espalda y la depositó en la cama. El silencio de ella era tan revelador como un torrente de palabras. Su cerebro le decía que parara, pero el cuerpo no quería escuchar. Pedro encendió la pequeña lámpara que había sobre la cómoda, con la luz suficiente para mostrar las siluetas de sus figuras.
-Tu tiempo para la indignación y las protestas llega a su fin -comentó con voz ronca, deteniéndose al pie de la cama y devorándola hambriento con la vista.
La tela suave de la falda de ella se había subido y revelaba la palidez de sus muslos y sus ojos estaban muy abiertos. La entrepierna le palpitaba de deseo. Despacio, comenzó a desabotonarse la camisa, mirando cómo lo miraba. Se la quitó y la tiró al suelo sin dejar de observarla. Bajó los dedos a la cintura de los pantalones y se detuvo. Más allá de ese punto, no había marcha atrás, pero, por Dios, era difícil, cuando todos los instintos lo instaban a arrancarle la ropa y a tomarla salvajemente. Olvidar el arte de la seducción y el refinamiento. Sólo quería estar dentro de ella y sentir cómo lo envolvía.
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