miércoles, 3 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 50

-Lo  que  demuestra  que  vivimos en  planetas  diferentes,  porque  para mí carece de lógica. Me gusta mi independencia, me gusta ganar mi propio dinero y no tener que depender de nadie.

 -Estabas  dispuesta  a  depender  de  mi  hermano  -señaló.

 De  inmediato se dió cuenta de que había sido una mala idea introducir a Federico en la conversación, cuando estaba a punto de irse. Sabía que a veces lo veía durante la semana, que a veces se la llevaba a ella y a Joaquín a  comer  fuera,  o  los  invitaba  a  uno  de  sus  restaurantes  para  poder sentarse con ellos y charlar aunque fuera sólo unos minutos.  Paula lo  miró  y  guardó  un  silencio  tenaz.  Federico y  ella  habían  preservado su secreto, pero sabía que la relación que tenían crispaba a Pedro.

-¿Y bien? -presionó él, sin hacerle caso a la voz que le decía que dejara  el  tema-.  En  todo  caso,  me  encuentro  en  una  posición  financiera  mucho  más  fuerte  para  cuidar  de  tus  necesidades,  por  lo  tanto, ¿Dónde está el problema? -sintió que el fuego lento comenzaba a  cobrar  ímpetu-.  También  considero  que  Joaquín debería  ir  a  una  escuela privada. Es demasiado brillante para una escuela antigua.

Se sintió momentáneamente distraída por la mención de su hijo. Los dos tenían una química especial y Joaquín lo adoraba. Otra  complicación  que iba a  tener  que  encarar en  algún   momento, y pronto. En   un   principio,   había empezado con   todas  sus buenas   intenciones.  Había cedido  a  la  abrumadora  atracción  que  sentían  el  uno  por  el  otro.  Pero  en  algún  punto  del  camino,  las  cosas  habían  empezado a torcerse y ella no había hecho nada para detenerlo.

-La educación de mi hijo no es asunto tuyo, Pedro.

 Él sintió que se ponía tenso y de inmediato se dijo que ella tenía toda la razón, algo que debía agradecer.

 -Sólo expongo un punto de vista.

 -Gracias. Pero, de verdad, no puedo ni siquiera pensar en poder pagar un colegio privado.

 -Tú no tienes que pagar nada -dijo con impaciencia-. Yo lo haría.

-¿Podemos hablar de esto en otra ocasión?

 -¿Dentro de un par  de meses, quieres  decir?  Ya  hemos dispuesto de eso. ¿Esperamos otros dos?

Paula se  sentó  y  lo  miró,  boquiabierta,  a  medida  que  en  su  cabeza cobraba vida un pensamiento súbito.

-¿Qué has dicho? -preguntó con la boca seca.

Pedro la miró con ojos entrecerrados.

 -¿Qué sucede?

-¿Perdón? ¿Qué? -Paula parpadeó, desesperada por que se fuera y poder consultar la agenda que tenía en el bolso.

-Olvídalo. He de irme.

 A  veces, las  despedidas  se   demoraban  porque  un  simple  contacto hacía que él volviera a meterse en la cama. En ese instante, apenas fue consciente de que le alzaba el mentón para poder mirarla y darle un beso.

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