-Lo que demuestra que vivimos en planetas diferentes, porque para mí carece de lógica. Me gusta mi independencia, me gusta ganar mi propio dinero y no tener que depender de nadie.
-Estabas dispuesta a depender de mi hermano -señaló.
De inmediato se dió cuenta de que había sido una mala idea introducir a Federico en la conversación, cuando estaba a punto de irse. Sabía que a veces lo veía durante la semana, que a veces se la llevaba a ella y a Joaquín a comer fuera, o los invitaba a uno de sus restaurantes para poder sentarse con ellos y charlar aunque fuera sólo unos minutos. Paula lo miró y guardó un silencio tenaz. Federico y ella habían preservado su secreto, pero sabía que la relación que tenían crispaba a Pedro.
-¿Y bien? -presionó él, sin hacerle caso a la voz que le decía que dejara el tema-. En todo caso, me encuentro en una posición financiera mucho más fuerte para cuidar de tus necesidades, por lo tanto, ¿Dónde está el problema? -sintió que el fuego lento comenzaba a cobrar ímpetu-. También considero que Joaquín debería ir a una escuela privada. Es demasiado brillante para una escuela antigua.
Se sintió momentáneamente distraída por la mención de su hijo. Los dos tenían una química especial y Joaquín lo adoraba. Otra complicación que iba a tener que encarar en algún momento, y pronto. En un principio, había empezado con todas sus buenas intenciones. Había cedido a la abrumadora atracción que sentían el uno por el otro. Pero en algún punto del camino, las cosas habían empezado a torcerse y ella no había hecho nada para detenerlo.
-La educación de mi hijo no es asunto tuyo, Pedro.
Él sintió que se ponía tenso y de inmediato se dijo que ella tenía toda la razón, algo que debía agradecer.
-Sólo expongo un punto de vista.
-Gracias. Pero, de verdad, no puedo ni siquiera pensar en poder pagar un colegio privado.
-Tú no tienes que pagar nada -dijo con impaciencia-. Yo lo haría.
-¿Podemos hablar de esto en otra ocasión?
-¿Dentro de un par de meses, quieres decir? Ya hemos dispuesto de eso. ¿Esperamos otros dos?
Paula se sentó y lo miró, boquiabierta, a medida que en su cabeza cobraba vida un pensamiento súbito.
-¿Qué has dicho? -preguntó con la boca seca.
Pedro la miró con ojos entrecerrados.
-¿Qué sucede?
-¿Perdón? ¿Qué? -Paula parpadeó, desesperada por que se fuera y poder consultar la agenda que tenía en el bolso.
-Olvídalo. He de irme.
A veces, las despedidas se demoraban porque un simple contacto hacía que él volviera a meterse en la cama. En ese instante, apenas fue consciente de que le alzaba el mentón para poder mirarla y darle un beso.
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