miércoles, 3 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 49

Llena  de  pereza,  desde  la  cama  miraba  a  Pedro vestirse.  Le  encantaba  y  lo  detestaba  al  mismo  tiempo,  porque  marcaba  el  final  del fin de semana, y eso la acercaba a perderlo. Todavía le costaba creer que se hallara en la posición en la que se  encontraba  en  ese  momento,  esclava  de  un  amante  que  no  la  amaba,  adicta  a  su  personalidad  con  una  compulsión  que  no  era  recíproca y aterrada por la inevitable pérdida. Ni una sola vez en las últimas semanas le había susurrado una palabra cariñosa. Ni siquiera dominado por la pasión. Disfrutaba con ella y así se lo decía, pero, ¿Amor...? No. Aunque ya  no  la  viera  como  una  cazafortunas,  en  el  fondo  de  su  mente  seguía  siendo  la  mujer  que  había  estado  dispuesta  a  vender  los  principios propios y personales por el bien de la seguridad financiera y  emocional.  Había  utilizado  a  su  hermano,  lo  quisiera  reconocer  o  no, y por ello no tenía dudas en utilizarla a ella. Era la peor de todas las situaciones posibles, pero aun así Paula lo aceptaba, porque no podía evitarlo. Pedro viajaba  para  verla  los  viernes,  a  veces  los  sábados,  y  siempre  se  marchaba  los  domingos  por  la  noche,  después  de  que  Joaquín se  hubiera  ido  a  la  cama.  Ya  estuviera  en  Atenas  o,  con  más  frecuencia, en Londres, realizaba el viaje. Pero todo era por sexo. Al menos para Pedro. Ni siquiera estaba segura de que a él le gustara eso, por la debilidad que representaba. Había  ocasiones  en  las  que  haciendo  el  amor  se  hallaban  ante  el  abismo,  cuando  decía  que  Paula era  su  pequeña  bruja,  y  ella  era  tristemente consciente de que no lo manifestaba como un cumplido. Pero  ahí  estaba, amándolo  más  con  cada  fin  de  semana  que  pasaba,  a  sabiendas  de  que  era  una  tonta.  Puede  que  no  estuviera  casado  como  había  sucedido  con  Rodrigo,  pero  era  igual  de  peligroso  para su salud.

 -Estás  muy  pensativa  -comentó  sin  volverse,  mientras  se  ponía  los pantalones y la camisa-. ¿En qué piensas?

 «En  nosotros  y  hacia  dónde  vamos»,  quiso  responder.  «En  lo  que va a ser de mí cuando te aburras y decidas seguir adelante. ¿Me lo  harás  saber  o,  simplemente,  dejarás  de  aparecer?  Después  de  todo, una mujer carente de ética moral no merece la dignidad de una despedida, ¿Verdad?»

-Oh,  en  nada.  Supongo  que  en  el  trabajo  de  mañana.  Odio  los  lunes.

-Siempre podrías dejarlo -se volvió para mirarla mientras seguía abotonándose la camisa.

 -Oh,  sí.  Qué  buena  idea.  Puedo  dejarlo  y  dedicar  mi  tiempo  esperando que el dinero comience a crecer de los árboles -rió, pero él no  la  imitó-.  Bromeas,  ¿Verdad?  -sintió  que  los  ojos  le  recorrían  el  cuerpo  desnudo.

 Le  gustaba  mirarla  cuando  se  vestía  y  había  descubierto que también a ella le gustaba esa sensación licenciosa de que él estuviera totalmente vestido y ella no llevara puesto nada.

 -Soy rico -se encogió de hombros, pero sus ojos se mantuvieron atentos y penetrantes-. Puedo permitirme el lujo de mantenerte.

Paula trató  de  no  reflejar  que  se  sentía  como  si  acabaran  de  darle una bofetada.

 -Quieres decir que puedes permitirte el lujo de comprarme.

-No necesito comprarte, Paula. Ya eres mía.

 -Dios,  Pedro-se  puso  de  costado  y  se  cubrió  con  la  colcha-.  A  veces me sorprendes -contuvo las lágrimas.

-Sólo expongo un hecho -rodeó la cama y se sentó junto a ella, inmovilizándole  la  cara  cuando  quiso  girarla-.  Al  llegar  el  fin  de  semana, estás agotada. ¿Qué hay de malo en que un hombre quiera hacer  algo  para  aliviar  la  extenuación  de  su  amante?  Para  mí  es  perfectamente lógico.

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