Tardaron más de una hora en llegar hasta la ambulancia que los esperaba abajo, donde Pedro supervisó la colocación de las camillas. Paula observó el perfil del hombre, la nariz recta, el mentón cuadrado...
—Guapo, ¿Eh? —bromeó Matías.
Ella sonrió, esperando no haberse delatado.
—Si te gustan los anuncios de colonia masculina...
—¿Cómo?
—Ya sabes, esos modelos que se tiran al agua, saltan de un avión y escalan montañas para llegar hasta su amada.
—Ah, claro. Sí, ese es Pedro. Las mujeres se vuelven locas por él.
Paula podía creerlo. No habría una sola mujer que no encontrase atractivo a Pedro Alfonso. Como si los hubiera oído él se volvió y después de darle las últimas instrucciones a los enfermeros, se acercó a ella.
—Adiós, Matías.
—Ah, vale. Entiendo la indirecta —rió el hombre.
Paula se envolvió en la chaqueta, no sabía si para protegerse del frío o de Pedro.
—¿De qué conoces a Matías?
La sonrisa se borró del rostro masculino.
—No quiero hablar de eso.
—¿No?
—No.
—¿Y de qué prefiere hablar, doctor Alfonso?
—De nosotros —contestó él, quitándole el gorro de lana. Como había supuesto, una cascada de rizos dorados cayó sobre sus hombros—. Tenía razón... a medias. Rubia, pero no tonta.
Paula respiró profundamente.
—Mire...
—Quiero volver a verte, Paula—dijo él, tuteándola por primera vez.
Los ojos del hombre atraparon los suyos y el corazón de Paula dió un vuelco. Pedro Alfonso no perdía el tiempo.
—¿Por qué? —preguntó, aparentando indiferencia—. ¿Necesita lecciones de escalada o de primeros auxilios?
Pedro soltó una carcajada.
—No. La necesito a usted, doctora Chaves.
—¿Y qué pasa con lo que yo quiero, doctor Alfonso?
Sean la miró de arriba abajo, en un gesto de masculina apreciación que la dejó muda.
—Tú quieres exactamente lo mismo que yo. Pero no tienes el valor de admitirlo.
No era verdad. Ella no lo necesitaba. Sólo necesitaba a Nicolás. Algo seguro y estable, sin la sensación de peligro que transmitía aquel hombre.
—Estás asumiendo que no tengo ninguna relación.
—¿La tienes?
—Sí.
—¿Y te deja pasear sola por la montaña? Lo que debería hacer es protegerte.
—Muchas gracias, pero no necesito que me protejan —replicó ella.
—Yo no opino lo mismo.
—¡Pedro, nos vamos! —gritó Matías.
—Terminaremos esta conversación en otro momento —dijo entonces Pedro, antes de volverse hacia la ambulancia.
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