viernes, 12 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 5

Una  hora  después,  estaba  de  vuelta  con  el  equipo  de  rescate.  Cuando  consiguieron subir  al  primero  de  los  chicos  en  una  camilla  sujeta  por  cuerdas,  Paula se  quedó  boquiabierta.

—¡Lucas! ¿Qué ha pasado?

—Lo siento mucho, doctora Chaves...

—Siéntelo por tí, no por mí —suspiró ella.

—¿Quién es el otro chico? —preguntó Matías Morgan, el jefe del equipo.

—Franco  Williams —contestó Lucas.

—¡Franco! —exclamó Paula, acercándose al borde del barranco.

Podía oír por radio que había problemas para subirlo porque tenía varios huesos rotos. Conocía a Franco desde que era niño. Tenía diabetes y parecía querer probarle a todo el mundo que eso no era obstáculo para hacer las mismas cosas que sus compañeros de instituto. Era un habitual de las escayolas, pero en aquel  momento estaba  gravemente herido.

—Va a  ser difícil  subirlo  sin  la  ayuda  de  un  helicóptero,  pero  con  esta  niebla  es  imposible —dijo Matías.

 Quince minutos después, lograban subir la segunda camilla.

—Gracias a Dios —murmuró Paula.

—¿Alfonso?

—Hola, Matías—lo saludó el extraño, quitándose el casco.

—¡Pedro Alfonso! ¡Qué alegría verte!

—¿Se conocen? —preguntó Paula, calándose el gorro sobre las orejas para protegerse del frío.

—Desde luego. Pero  cuando me dijiste que  había un machista insoportable intentando bajar al fondo del barranco, no imaginé que sería Pedro Alfonso.

—Muchas gracias, Matías—murmuró ella, haciendo una mueca.

—¿Cómo estás, Pedro? —preguntó Matías, abrazando a su amigo—. ¿Y qué haces aquí?

—Estoy  en  el  sitio  equivocado, como  siempre  —contestó  él, quitándose  un  guante  para examinar  al  chico—. Este  chico no  está  bien.  Tiene  una  contusión, varias costillas rotas y la tibia fracturada.

—¿Algo más?

—Está al borde  de  la  hipotermia.  Lo hemos  cubierto  con  una  manta,  pero  hay  que  llevarlo  al  hospital  inmediatamente.  Estaba  intentado  escalar  con  zapatillas  de  deporte.

—¿Zapatillas  de  deporte?  ¿Por  qué  no  se  quedan  en  casa  viendo  la  televisión?  —exclamó Matías, irritado.

—Es  miércoles. No  hay nada en la tele  —intervino  Sergio Wilson,  el  más  bromista  del  grupo.

Paula se puso de rodillas, al lado del muchacho.

—Franco... Franco, ¿Me oyes?

El chico no contestó. Su palidez era impresionante.

—¿Lo conoce? —preguntó Pedro.

—Sí. Es uno de mis pacientes.

—¿Chicos  del  pueblo?  —murmuró Matías ,  sacudiendo  la  cabeza—. Increíble.  Ahora, además de los turistas, tenemos que rescatar a los de casa.

Paula hubiera querido decirles que Franco  sólo intentaba probar que era un chico como los demás, pero era más importante reanimarlo.

 —¿Franco? —lo llamó, dándole golpecitos en la cara. El muchacho abrió los ojos poco a poco—. Vamos a llevarte al hospital. No te preocupes.

—Deberías regañarlo, Paula—dijo Matías, tomando la radio para dar órdenes.

—Lo  siento  —murmuró el  chico,  haciendo un gesto de dolor. 

Tenía  los  labios amoratados y respiraba con dificultad.

—¿Algún problema? —preguntó Pedro, arrodillándose a su lado.

—No puedo... —empezó a decir Franco, abriendo la boca para buscar aire. Parecía muy asustado.
—No pasa nada —dijo Paula—. Tranquilízate.

—Tiene varias costillas rotas —murmuró Pedro.

Y  una de esas costillas  podría  haber  perforado  un  pulmón.  No  lo  dijeron,  pero  los  dos pensaban lo mismo.


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