miércoles, 10 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 56

Fue consciente de que se movía.

 -¿Qué le vas a contar a Joaquín? -inquirió desde la puerta.

 -¿Te importa? -vió que apretaba la mandíbula y que la expresión se le ensombrecía-. Le diré que... que tuviste que regresar a Grecia y que probablemente no volvamos a verte... Lo entenderá. Los niños se adaptan. En dos semanas se habrá olvidado de tí -ni notó la sombra que cruzó el rostro de Pedro. Ya estaba saltando a una vida sin él.

-Sí.

 ¡Ni  siquiera  lo  miraba!  Había  entrado  por  esa  puerta  con  champán y disculpas, y se marchaba con un montón de recuerdos. Se  dijo  que  era  lo  mejor.  Paula había  sido  una  distracción  placentera,  pero  nada  más,  y  habría  sido  injusto  para  ella  haber  continuado durante más tiempo con lo que tenían. Al  final,  se  volvió,  recogió  la  chaqueta  y  se  marchó  cerrando  la  puerta casi sin hacer ruido.

 Liberada  de  la  tensión,  Paula sintió  que  se  quedaba  floja  como  una  muñeca  de  trapo.  Al  rato,  oyó  el  ruido  del  motor  del  coche  al  alejarse de ella y de su vida. Entonces, y sólo entonces, aparecieron las lágrimas. Luego,  después  de  que  se  hubieran  secado,  y  sin  haberse  movido del sofá, contempló lo siguiente que debía hacer. Marcharse de Brighton. En ese momento todavía no se le notaba el  embarazo,  pero  no  sería  igual  en  un  par  de  meses,  y  no  podía  correr el riesgo de que la viera accidentalmente en caso de que fuera a  visitar  a  Federico.  Debía  marcharse  de  Brighton  como  una  ladrona  en la noche y enfrentarse sola al embarazo. Otra vez. Apoyó la mano en el estómago y cerró los ojos. No tenía sentido sentir  pena  de  sí  misma.  Debía  continuar  y  lo  haría  como  mejor  pudiera.



-Vuelves a estar melancólica, Pau. Sabes que no te lo puedes permitir. Joaquín lo percibe y lo hace infeliz.

Paula miró a su madre y de alguna parte logró sacar una sonrisa. No sabía desde cuándo ésta llevaba el pelo bien peinado y cortado ni se vestía con un traje pantalón. Las  últimas   cuatro   semanas  habían  sido  una  serie  de  revelaciones  y  actividades  frenéticas,  y  todo  porque  al  día  siguiente  de  que  Pedro se  marchara  de  su  vida  para  siempre,  había  alzado  el  teléfono y llamado a sus padres. Había  esperado  recibir  vagas  muestras  de  simpatía  y  una  invitación  por  compromiso  para  ir  a  Australia  en  cuanto  lograran  asentarse  y  empezaran  a  ahorrar  algo  de  dinero.  Ése  había  sido  siempre su estribillo. Pero había recibido un consejo claro y pragmático de su madre y la decisión inmediata de ir a Inglaterra para poder ayudar a su hija. , Eso había sido hacía tres semanas y media, tiempo durante el cual  había  vendido  su  casa  de  Brighton,  acompañado  a  su  madre  a  una  búsqueda  vigorosa  de  propiedad  en  Cornualles  y  recibido  las  palabras directas y sensatas de consuelo que ni en un millón de años habría esperado.

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