—¿Tu perro se llama Héroe? —rió Pedro.
—Pues sí —contestó Paula, irritada.
Era ncreíble que aquel hombre estuviera hablando sobre lo que ella debería o no debería hacer.
—Da igual. Con perro o sin perro, no debería ir sola a la montaña.
—Intenta detenerla —rió Gabriel.
—¿Te importaría dejar de hablar de mí como si yo no estuviera aquí? —se quejó Paula, indignada—. ¿De qué se conocen, por cierto? ¿Y por qué conoces al equipo de rescate?
—Porque crecí aquí —contestó Pedro, muy serio.
—¿Y?
—¿Y qué doctora Chaves?
—¿No vas a contarme nada más? —preguntó ella, sorprendida—. ¿Fuiste al colegio con Matías? ¿Gabriel te trajo al mundo?
Gabriel Carter dejó de sonreír.
—No sabía que estuvieras tan interesada en mí —dijo Pedro, con expresión tensa.
—Sólo intentaba mantener una conversación.
Estaba claro que Pedro Alfonso no quería hablar sobre su pasado.
—Pedro es un pionero en ciertos tratamientos traumatológicos —intervino Gabriel entonces, intentando disipar la tensión.
—Qué bien —murmuró Paula.
—¿Dónde vas a alojarte? —le preguntó Gabriel.
—Aún no lo sé. Tendré que buscar casa este fin de semana.
El director de la clínica se concentró en su filete.
—Paula alquila una habitación.
—¡Gabriel!
El hombre levantó la cabeza, fingiendo sorpresa.
—Tú me dijiste que buscabas un inquilino ahora que Leticia ha vuelto a Londres.
—Sí, pero... Leticia era comadrona y...
—Yo también puedo traer un niño al mundo si es necesario —la interrumpió Pedro.
—No quería decir eso.
No pensaba tener a aquel hombre en su casa aunque le hiciera falta el dinero. Ni loca.
—No quieres que viva en tu casa —dijo Pedro, mirándola con los ojos entrecerrados.
—Claro que quiere —dijo Gabriel—. ¿Por qué no, Paula? Ese establo te está arruinando.
—¿Vives en un establo?
—Sí. No te gustaría nada —dijo ella, lanzando una amenazadora mirada sobre Gabriel.
Pero el hombre no le hizo ni caso. ¡Otra vez! ¡Otra vez intentaba emparejarla con alguien! ¿Por qué no la dejaba en paz?
—Es la solución perfecta. Tú necesitas un inquilino y Pedro necesita una habitación.
Paula abrió la boca para negarse de nuevo, pero no se atrevió. El pobre Gabriel había hecho demasiado por ella. Sin él, no habría podido sobrevivir. Si aceptaba alquilarle una habitación a Pedro, quizá la dejaría tranquila durante unos meses. Y quizá así podría demostrarle que no estaba interesada en ningún hombre. No era justoparaValentina. La niña necesitaba una vida estable, no un montón de hombres que desaparecieran cuando las cosas se pusieran difíciles. No, un inquilino era lo único que Paula podía tener. Además, ni siquiera tendrían que compartir casa porque la habitación que alquilaba estaba en un ala separada.
—¿Te importa dormir en un establo?
—¿El caballo sigue dentro? —sonrió Pedro.
Gabriel se levantó con la bandeja en la mano.
—El establo de Paula es una casa preciosa. Se ha gastado mucho dinero en ella.
—¿Y a tu marido no le importa que tengas inquilinos?
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