—Entonces, se queda aquí. Si está segura de que no va a perderse, supongo que puede bajar a buscar ayuda.
—¿Perderme? Su opinión sobre las mujeres es ridícula. ¿Por qué piensa de esa forma tan anticuada?
—¿Por qué? Podría darle una lista de razones —sonrió él.
Paula decidió no replicar al tonto comentario. Discutir con aquel hombre era una pérdida de tiempo.
—Sabe que no hay que mover a un herido a menos que sea absolutamente necesario, ¿Verdad? —preguntó, cambiando de tema.
—¿También quiere darme una lección de primeros auxilios?
—Soy médico —suspiró Paula, impaciente.
—¿Médico?
—¿Qué pasa? ¿No cree que las mujeres puedan ser médicos?
—Yo no he dicho eso.
No, era cierto. Y, a juzgar por el brillo de sus ojos, empezaba a pensar que la estaba tomando el pelo.
—¿Lo ayudo con la cuerda?
—No, gracias —sonrió él—. Por cierto, yo también soy médico, así que puede estar tranquila.
¿Tranquila? ¿Cómo iba a estar tranquila con un hombre que, más que un médico, parecía un actor de cine? Paula lo observó atarse la cuerda alrededor de la cintura y sujetarla a unas ramas.
—¿Seguro que puede hacerlo solo?
—Sí. Lo he hecho muchas veces.
—Tenga cuidado. Es una bajada difícil.
—Lo tendré —murmuró el extraño, mirándola a los ojos—. ¿Seguro que puede bajar sola? La verdad es que no me hace mucha gracia...
—Hágame un favor. Baje de una vez —lo interrumpió ella.
¿Por qué lo encontraba tan atractivo? Si se pusiera un taparrabos, sería el perfecto retrato de un cavernícola—. ¿Tiene prejuicios con todas las mujeres o sólo con las rubias?
Él sonrió de tal forma que su indignación se derritió tan rápido como un helado en un microondas.
—No me malinterprete. Siempre me han gustado las rubias. En su sitio, claro.
—No me lo diga. Y su sitio es atadas al fregadero, ¿Verdad?
—Oh, no. Si usted fuera mía, no perdería el tiempo en la cocina —sonrió él, perverso.
Si fuera suya...Paula miró los ojos oscuros, sorprendida. Pero ella no era suya. Y no tenía intención de serlo. Ella tenía a Pablo. La vida no era muy emocionante, pero sí tranquila y apacible.
—Un comentario muy original —replicó, intentando disimular su turbación.
—No se enfade. Enviar a una mujer sola por esta montaña ofende mi sentido de la caballerosidad. Aunque sea una mujer muy valiente.
—Pues la caballerosidad no va a salvar a esos chicos —dijo ella, acariciando la cabeza de su perro—. Esperaré hasta que baje.
Él asintió con la cabeza y Paula intentó no parecer impresionada cuando lo vio bajar como un profesional. Sin duda sabía lo que hacía. Y, sin duda, habría sufrido un infarto si la hubiera visto bajar a ella cuando era pequeña. Unos minutos después, oyó voces en el fondo del barranco.
—¡Ya los tengo! Uno de ellos tiene la clavícula fracturada y el otro, un par de costillas rotas. Vaya a buscar al equipo de rescate, pero tenga cuidado.
—De acuerdo —gritó Paula.
Después empezó a bajar por el camino, intentando ver entre la niebla. ¿Llegarían a tiempo para salvar a esos chicos?
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