lunes, 29 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 16

En ese momento, alguien llamó a la puerta. Era Pedro.

—He terminado por hoy. Si no te importa, iré a ver tu casa más tarde.

Paula asintió  con  la  cabeza.  Necesitaba el dinero  del  alquiler  porque,  a  pesar  de  su  sueldo como médico, tenía muchos gastos.

—Vivo en Ambleside, pasado el cruce de Kirkstone —dijo, anotando su dirección—. Estaré en casa a las cinco y media.

 —Estupendo. ¿Va todo bien? Pareces preocupada.

—No. Es una paciente...

Para su consternación, Pedro se sentó en la silla que había frente a su escritorio.

—¿Quieres hablar de ello?

¿Hablar de ello? ¿Con él?

—No hay nada que decir —contestó. Pero después  lo  pensó  mejor.  Quizá  una  segunda  opinión  la  ayudaría—. Bueno,  la  verdad  es  que  tengo  la  sensación  de  que  quiere  decirme  algo,  pero no se atreve. Lleva  un par de meses  viniendo  con  tos, indigestiones, cosas así, pero estoy segura de que hay algo más.

 —Podría ser depresión —murmuró Pedro.

 —No lo creo.

—¿Tiene problemas familiares?

—Es posible... No lo sé. Quizá lo estoy imaginando y no le pasa nada en absoluto.

—En mi  experiencia,  lo  mejor  es  fiarse  del  instinto.  Si  tu  instinto  te  dice  que  pasa  algo, seguramente pasa algo. ¿Por qué no lo averiguas?

—¿Cómo? No puedo obligarla a que me cuente nada.

—Desde luego, pero podrías sugerirle que fuera al psicólogo.

—Beatríz podría tomarse esa sugerencia como un insulto. No todo el mundo entiende que el psicólogo es un médico como los demás.

Pedro la miró a los ojos y su corazón se aceleró.

—Tienes razón. Nos veremos más tarde —dijo, levantándose.

Paula lo observó salir de su consulta, nerviosa. Quizá no había hecho bien aceptándolo como  inquilino.  Llevaba demasiado tiempo alejada de los hombres  y se le  había  olvidado  lo que era estar cerca de uno.  ¿Cómo  iba  a relacionarse con  él?  ¿Podría hacer su vida como si Pedro no estuviera viviendo a su lado?Apenas se verían, pensó. Ni siquiera sabría que estaba en su casa.   Un nuevo  paciente  llamó a la puerta  y  ella hizo  un  esfuerzo  para olvidarse  de aquellos ojos, de la sonrisa indolente...La  tarde pasó  rápidamente  y  cuando  miró  su  reloj,  comprobó  que  eran las cinco  y cuarto.

—¿Algún paciente esperando, Carla? —preguntó a la enfermera.

—No. Puedes irte con tu niña —sonrió la joven.

Mientras conducía hacia su  casa,  observando las  montañas recortadas  en  el  horizonte, se preguntó si Pedro habría encontrado el camino. Lo había hecho. Las  luces  del  establo  iluminaban  la  moto  y  la  figura  que  había  a  su  lado.  Por supuesto, Pedro Alfonso tenía que conducir una moto. Paula observó  la  chaqueta de cuero  negro  que  parecía  abrazar  sus  anchos  hombros. ¿Por qué tenía que ser tan masculino? ¿Por qué no era una birria de hombre?

—Hola —la  saludó  Pedro con  una  sonrisa.

 Ella tuvo que  hacer  un  esfuerzo  para  disimular  su  agitación.  El  negro  lo  hacía  parecer  un  bandido,  alto,  moreno  y  muy, muy  peligroso. Por  la  mañana  estaba  recién  afeitado,  pero  en  aquel  momento  tenía  sombra de barba. Demasiadas hormonas masculinas.

—Siento llegar tarde. Es que he tenido muchos pacientes.

 —No me importa esperarte —dijo él, colocándose el casco bajo el brazo.

Paula sacó las llaves para abrir la puerta, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Estupendo.  Disimulaba  de  maravilla.  Maldiciendo  en  voz  baja,  se  inclinó  para  tomarlas y vio con el rabillo del ojo el brillo irónico en los ojos del hombre.

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