lunes, 8 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 55

-¿Cómo  imaginas  que  puedo  considerar  una  relación  a  largo  plazo contigo, cuando en el fondo de mi mente soy consciente de que estabas  preparada  para  ofrecerte  a  mi  hermano  por  los  motivos  equivocados?  No  soy  un  monstruo,  pero  me  gusta  pensar  que  soy  inteligente -expuso con voz distante y fría.

Paula no  dijo  nada.  Apartó  la  vista  con  los  ojos  brillantes  y  se  mordió una uña.

-¿Quién puede afirmar que no has cambiado de alianza conmigo porque soy una mejor apuesta financiera que mi hermano?

 -¡Eso es cruel e injusto!

-Es la implacabilidad de la lógica.

 -Y en tu vida no hay espacio para nada que no tenga la implacabilidad de la  lógica,  ¿Verdad,  Pedro?  Una  relación  lógica  y  comprometida  requiere  a  la  chica  adecuada  con  las  credenciales  adecuadas,  y,  bueno,  en  tu  vida  no  hay  espacio  para  lo  ilógico,  ¿Verdad? ¡No, ése sería un delito en el mundo de Pedro Alfonso!

-Es una conversación ridícula.

-Es una conversación necesaria. Cualquier chica, incluso una con las  credenciales  inadecuadas,  tarde  o  temprano  quiere  saber  hacia  dónde está yendo.

 -¿Y dónde crees que terminaríamos, Paula? ¿En el pasillo de una iglesia? Creía que los dos disfrutábamos dónde estábamos -suspiró-. ¿Por qué estropear las cosas?

-Creo que es hora de que te marches.

 -¡Esto  es  una  locura!  -se  puso  de  pie  y  comenzó  a  recorrer  la  estancia.  Dió un  puñetazo  en  la  pared,  y  lo  satisfizo  ver  que  ella  giraba  la  cabeza  para  mirarlo.  Sus  manos  anhelaban  tocarle  el  cabello,  tocarla  a  ella  otra  vez,  y  esa  debilidad  lo  estaba  volviendo  loco.  Se  detuvo  delante  de  ella  y  se  inclinó  con  cara  lúgubremente  furiosa-. ¿Por qué formular preguntas sobre el futuro cuando puedes destruir el presente en el proceso?

 Paula pensó en la vida que crecía en su interior.

 -Ni  siquiera  suenas  como  si  yo  te  gustara,  Pedro-comentó  con  voz vacía.

 -¡Por el amor de Dios! ¡Claro que me gustas! -se apartó-. ¿Qué clase de comentario autocompasivo es ése?

 No lo miró.  Clavó  la  vista  en  la  puerta  del  salón,  casi  cerrada.  Necesitaba  que  se  marchara.  Ya.  Tenerlo  allí,  compartiendo  su  espacio, la estaba destrozando.

 -¿Y bien?  -demandó  él  con  aspereza-.  ¿Crees  que  alguna  vez  podría acostarme con una mujer que no me gustara?

Paula se encogió de hombros.

-Dímelo  tú,  Pedro.  ¿Lo  harías?  No  es  mucho  peor  que  acostarte  con una mujer en la que no confías, ¿No?

-Estás  decidida  a  empujar  esto  a  una  conclusión,  ¿Cierto?  -interpretó  el  silencio  que  obtuvo  como  una  confirmación-.  ¿Cómo  puedes esperar que alguna vez confíe en tí?

-Porque...

-¿Porque formamos un buen equipo entre las sábanas?

Eso dolió. Empezaba a costarle controlarse. ¿Era lo único  que  veía?  La  risa,  los  momentos  que habían  compartido  con  Joaquín,  la  conversación...  ¿Para  él  todo  se  reducía  a  una  parte  necesaria  con  el  fin  de  llevarla  entre  las  sábanas  para  poder pasarlo bien? No podía creerlo, pero era lo que estaba diciendo. Se serenó el tiempo suficiente para señalar la puerta del salón.

 -Fuera.

 -Cuando  salga  por  esa  puerta,  no  volveré  -afirmó  con  voz  sombría-. Jamás he suplicado por una mujer y bajo ningún concepto pretendo empezar ahora.

Paula, que no soportaba mirarlo, apretó los dientes. Prolongar la conversación  era  una  pérdida  de  tiempo.  Jamás  podría  convencerlo  de  que  podía  confiar  en  ella,  y  aunque  pudiera,  daría  igual.  No  la  amaba y nunca lo haría.

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