-¿Cómo imaginas que puedo considerar una relación a largo plazo contigo, cuando en el fondo de mi mente soy consciente de que estabas preparada para ofrecerte a mi hermano por los motivos equivocados? No soy un monstruo, pero me gusta pensar que soy inteligente -expuso con voz distante y fría.
Paula no dijo nada. Apartó la vista con los ojos brillantes y se mordió una uña.
-¿Quién puede afirmar que no has cambiado de alianza conmigo porque soy una mejor apuesta financiera que mi hermano?
-¡Eso es cruel e injusto!
-Es la implacabilidad de la lógica.
-Y en tu vida no hay espacio para nada que no tenga la implacabilidad de la lógica, ¿Verdad, Pedro? Una relación lógica y comprometida requiere a la chica adecuada con las credenciales adecuadas, y, bueno, en tu vida no hay espacio para lo ilógico, ¿Verdad? ¡No, ése sería un delito en el mundo de Pedro Alfonso!
-Es una conversación ridícula.
-Es una conversación necesaria. Cualquier chica, incluso una con las credenciales inadecuadas, tarde o temprano quiere saber hacia dónde está yendo.
-¿Y dónde crees que terminaríamos, Paula? ¿En el pasillo de una iglesia? Creía que los dos disfrutábamos dónde estábamos -suspiró-. ¿Por qué estropear las cosas?
-Creo que es hora de que te marches.
-¡Esto es una locura! -se puso de pie y comenzó a recorrer la estancia. Dió un puñetazo en la pared, y lo satisfizo ver que ella giraba la cabeza para mirarlo. Sus manos anhelaban tocarle el cabello, tocarla a ella otra vez, y esa debilidad lo estaba volviendo loco. Se detuvo delante de ella y se inclinó con cara lúgubremente furiosa-. ¿Por qué formular preguntas sobre el futuro cuando puedes destruir el presente en el proceso?
Paula pensó en la vida que crecía en su interior.
-Ni siquiera suenas como si yo te gustara, Pedro-comentó con voz vacía.
-¡Por el amor de Dios! ¡Claro que me gustas! -se apartó-. ¿Qué clase de comentario autocompasivo es ése?
No lo miró. Clavó la vista en la puerta del salón, casi cerrada. Necesitaba que se marchara. Ya. Tenerlo allí, compartiendo su espacio, la estaba destrozando.
-¿Y bien? -demandó él con aspereza-. ¿Crees que alguna vez podría acostarme con una mujer que no me gustara?
Paula se encogió de hombros.
-Dímelo tú, Pedro. ¿Lo harías? No es mucho peor que acostarte con una mujer en la que no confías, ¿No?
-Estás decidida a empujar esto a una conclusión, ¿Cierto? -interpretó el silencio que obtuvo como una confirmación-. ¿Cómo puedes esperar que alguna vez confíe en tí?
-Porque...
-¿Porque formamos un buen equipo entre las sábanas?
Eso dolió. Empezaba a costarle controlarse. ¿Era lo único que veía? La risa, los momentos que habían compartido con Joaquín, la conversación... ¿Para él todo se reducía a una parte necesaria con el fin de llevarla entre las sábanas para poder pasarlo bien? No podía creerlo, pero era lo que estaba diciendo. Se serenó el tiempo suficiente para señalar la puerta del salón.
-Fuera.
-Cuando salga por esa puerta, no volveré -afirmó con voz sombría-. Jamás he suplicado por una mujer y bajo ningún concepto pretendo empezar ahora.
Paula, que no soportaba mirarlo, apretó los dientes. Prolongar la conversación era una pérdida de tiempo. Jamás podría convencerlo de que podía confiar en ella, y aunque pudiera, daría igual. No la amaba y nunca lo haría.
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