viernes, 12 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 2

—¿Y qué va a hacer usted mientras tanto?

—Bajar y hacer lo que pueda por ellos.

—¿Va a bajar solo?

—¿Quiere que me baje alguna oveja conmigo?

Paula apretó los dientes.

—Lo que sugiero es que quizá sea mejor esperar al equipo de rescate.

—Tardarían  demasiado  —dijo  él,  sacando una cuerda de la  mochila—. Esos  chicos  morirán de frío si esperamos más.

Paula se  pasó  una  mano  enguantada  por  las  mejillas.  La  temperatura  estaba  bajando  por segundos.

—No puede bajar solo. Es muy peligroso.

—¿Tiene una idea mejor?

El corazón de Paula se paró un momento cuando el extraño se quitó el gorro de lana. Era  guapísimo.  Tenía el pelo oscuro  y  una  boca  de  labios  firmes  y  masculinos.  Le parecía  tan  guapo  que  no  podía  apartar  la  mirada... pero  ella  nunca  se  quedaba  mirando a los hombres. Especialmente a los hombres guapos.

—Lo que va a hacer es muy arriesgado. ¿Cómo puede estar tan tranquilo?

—¿Preferiría verme muerto de miedo? —sonrió él, poniéndose un casco que sacó de la mochila—. Mientras el viento no sople con más fuerza... Pero no creo que puedan rescatarlos con un helicóptero.

—Esperaré hasta que llegue abajo y así podrá decirme en qué estado se encuentran.

 —Muy bien. ¿Dónde está el resto de su grupo?

—No he venido con ningún grupo. Estoy sola con mi perro.

—¿Sola? —repitió él—. ¿Con este tiempo?

—Sí. —¿Dando un paseo por la montaña con esta niebla? Está usted loca.

—Usted también está solo, si no me equivoco —replicó Paula, irritada—. Y a punto de bajar por el barranco sin ayuda de nadie.

—Eso es diferente.

—¿Por qué usted es un hombre y yo una mujer?

—Algo así  —contestó  él,  sonriendo.  Una sonrisa que,  curiosamente,  calentó  a  Paula por dentro. Si enfadado le había parecido guapo, cuando sonreía era un pecado.

—Es usted un poco machista, ¿No le parece?

—Supongo que sí.   Pero no es  muy  sensato dar  un paseo  por  aquí  con   esta   temperatura. Además, está sola y el mundo está lleno de pervertidos.

—Voy equipada para el frío y mi perro se encarga de los pervertidos —replicó Paula—.  Y  cuando  deje  de  decirme  lo  que  tengo  que  hacer,  quizá  podamos  seguir  adelante  con el plan de rescate.

—¿El plan de  rescate?  Pensé  que  había  venido  con  un  grupo.  Estando  sola  no  me  servirá de nada.

 —¿Ah, no? Muchas gracias.

—Lo siento, pero estando sola es más un problema que una ayuda.

—¿Cómo dice? —exclamó ella, indignada.

—No necesito que una rubia me distraiga cuando me juego la vida. La misma razón por la que no creo que las mujeres deban entrar en el ejército. Los hombres siempre intentan protegerlas y así no pueden hacer su trabajo.

Paula se quedó muda. ¿De dónde había salido aquel bárbaro?

—Mire, no hace falta que me proteja de nada. Yo me protejo solita.

—Pues lo siento, pero no pienso dejar que baje usted sola.

—¿Qué no va a dejarme? Llevo toda mi vida paseando por esta montaña y nunca me ha pasado nada —dijo Paula, pensando que aquella discusión era surrealista. 

—Ha tenido suerte.

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