La mujer era un cúmulo de contradicciones. Clavó la vista en la pantalla del ordenador portátil que había colocado en la mesa de la cocina. Sin embargo, su mente no se hallaba centrada en los correos electrónicos que parpadeaban ante él. Con un gruñido impaciente, se puso de pie y se preparó una taza de café mientras se preguntaba qué estaría haciendo ella en el salón. Para alguien que había estado preparada para venderse en un matrimonio sin amor en un intento por conseguir estabilidad financiera, se había mostrado muy puritana cuando llegó el momento de ayudarla con el baño. De hecho, lo había echado y se lo había dado ella sola, aunque tuviera que tardar cinco veces más de lo necesario, algo que él le señaló varias veces a través de la puerta cerrada. Sólo había aceptado solicitar su ayuda cuando tuvo que bajar las escaleras para ir al salón, e incluso entonces, se negó a que la cargara. Esa noche Federico iba a ir a visitarla, sacando tiempo de su apretada agenda para ver a la mujer que lo había dejado. No tenía sentido.
A Pedro nunca lo había dejado una mujer, pero estaba seguro de que si así hubiera sido, lo último que querría hacer sería verla, y menos mantener una visita social y civilizada con una taza de té de por medio. Todo era desconcertante y él odiaba los misterios. Miró el ordenador y, con una decisión súbita, vertió el café en el fregadero, recogió el portátil y se fue al salón. Paula se hallaba en el sofá, con las piernas estiradas, la lesionada apoyada sobre un cojín. El tobillo estaba inmovilizado por una venda elástica. Alzó el rostro del libro que leía.
-¿Sí? -enarcó las cejas con la pregunta-. ¿Quieres algo?
-¿No estás aburrida de leer? ¿Quieres que te dé el mando a distancia del televisor? -dejó el portátil sobre la mesilla junto al sofá y comenzó a caminar inquieto por el salón.
-Me gustaría que dejaras de merodear, Pedro. Me agota.
Él se detuvo y se volvió para mirarla.
-¿Cómo puedes sentirte agotada por alguien?
-Sé que te sientes encerrado aquí y ya te he dicho que dispones de libertad para marcharte. Me arreglo muy bien sola. De hecho, la hinchazón prácticamente ha desaparecido y puedo funcionar. No muy rápidamente, pero no tengo prisa en este momento en particular.
-Me voy a quedar hasta que tu pie haya sanado por completo.
-¿Por completo? -preguntó, boquiabierta por el asombro-. Creía que te marchabas esta noche.
-¿No sería conveniente antes de que llegara mi hermano?
-¿Por qué iba a querer que te fueras antes de que viniera Federico?
-¿Quizá porque temes que le pueda hacer una o dos preguntas afiladas...? -sabía que buscaba una discusión y conocía la causa. ¡Estaba celoso de su hermano! Ya no había compromiso alguno, pero lo irritaba que aún hubiera un trato cálido entre ellos. Quizá la amistad sin sexo había sido la base perfecta para una relación permanente. El sexo, después de todo, era transitorio-. Sea como fuere, eso es irrelevante. Aún no has respondido mi pregunta. ¿Estás aburrida?
-No, claro que no estoy aburrida -miró más allá de la figura imponente y vió que la fina llovizna que caía detrás de la ventana amenazaba con convertirse en un chaparrón-. Es un día perfecto para estar en casa con un pie fastidiado -comentó con melancolía-. Quizá si brillara el sol, tendría ganas de estar al aire libre, haciendo algo útil en el jardín; pero con este tiempo, es maravilloso estar bajo techo.
Era la frase más larga que le había dicho en toda la mañana. Pedro abandonó todo pensamiento de trabajo. Se retiró de la ventana y se sentó en el sillón frente a ella con las piernas estiradas.
-Bajo techo sin hacer nada.
-Estoy leyendo -alzó el libro para que viera el título de la novela de misterio-. No dispongo de tiempo suficiente para hacerlo. Llevo casi seis meses con este libro y apenas voy por la mitad. Por si no lo has notado, el tiempo va a un ritmo frenético cuando hay niños de por medio.
-Sí, de hecho, lo he notado -respondió.
-Joaquín no ha sido mucho problema, ¿Verdad?
-Se portó muy bien. De hecho, creo que disfrutó teniéndome cerca.
-Disfrutó teniendo cerca un hombre -lo corrigió con celeridad-. Está llegando a una edad en la que le interesan los coches y el fútbol y envidia a sus amiguitos, que tienen padres que comparten esos intereses con ellos.
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