lunes, 1 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 42

La mujer era un cúmulo de contradicciones. Clavó la vista en la pantalla  del  ordenador  portátil  que  había  colocado  en  la  mesa  de  la  cocina. Sin embargo, su mente no se hallaba centrada en los correos electrónicos que parpadeaban ante él. Con un  gruñido  impaciente,  se  puso  de  pie  y  se  preparó  una  taza  de  café  mientras  se  preguntaba  qué  estaría  haciendo  ella  en  el  salón. Para alguien que había estado preparada para venderse en un matrimonio sin   amor en un intento por conseguir estabilidad  financiera, se había mostrado muy puritana cuando llegó el momento de  ayudarla  con  el  baño.  De  hecho,  lo  había  echado  y  se  lo  había  dado  ella  sola,  aunque  tuviera  que  tardar  cinco  veces  más  de  lo  necesario,  algo  que  él  le  señaló  varias  veces  a  través  de  la  puerta  cerrada.  Sólo  había  aceptado  solicitar  su  ayuda  cuando  tuvo  que  bajar las escaleras para ir al salón, e incluso entonces, se negó a que la cargara. Esa  noche  Federico iba  a  ir  a  visitarla,  sacando  tiempo  de  su  apretada  agenda  para  ver  a  la  mujer  que  lo  había  dejado.  No tenía sentido.

A Pedro nunca lo había dejado una mujer, pero estaba seguro de que si así hubiera sido, lo último  que  querría  hacer  sería  verla,  y  menos mantener una visita social y civilizada con una taza de té de por medio. Todo era desconcertante y él odiaba los misterios. Miró el ordenador  y,  con  una  decisión  súbita,  vertió  el  café  en  el  fregadero,  recogió el portátil y se fue al salón. Paula se  hallaba  en  el  sofá,  con  las  piernas  estiradas,  la  lesionada  apoyada  sobre  un  cojín.  El tobillo  estaba  inmovilizado  por  una venda elástica. Alzó el rostro del libro que leía.

 -¿Sí? -enarcó las cejas con la pregunta-. ¿Quieres algo?

 -¿No estás  aburrida  de  leer?  ¿Quieres  que  te  dé  el  mando  a  distancia del televisor? -dejó el portátil sobre la mesilla junto al sofá y comenzó a caminar inquieto por el salón.

-Me gustaría que dejaras de merodear, Pedro. Me agota.

 Él se detuvo y se volvió para mirarla.

-¿Cómo puedes sentirte agotada por alguien?

-Sé que te sientes encerrado aquí y ya te he dicho que dispones de  libertad  para  marcharte.  Me arreglo  muy  bien  sola.  De  hecho,  la  hinchazón prácticamente ha desaparecido y puedo funcionar. No muy rápidamente, pero no tengo prisa en este momento en particular.

-Me voy a quedar hasta que tu pie haya sanado por completo.

-¿Por completo? -preguntó, boquiabierta por el asombro-. Creía que te marchabas esta noche.

-¿No sería conveniente antes de que llegara mi hermano?

 -¿Por qué iba a querer que  te  fueras  antes  de  que  viniera  Federico?

 -¿Quizá porque  temes  que  le  pueda  hacer  una  o  dos  preguntas  afiladas...?  -sabía  que  buscaba  una  discusión  y  conocía  la  causa.  ¡Estaba celoso de su hermano! Ya no había compromiso alguno, pero lo  irritaba  que  aún  hubiera  un  trato  cálido  entre  ellos.  Quizá  la  amistad  sin  sexo  había  sido  la  base  perfecta  para  una  relación  permanente.  El  sexo,  después  de  todo,  era  transitorio-.  Sea  como  fuere, eso es irrelevante. Aún no has respondido mi pregunta. ¿Estás aburrida?

 -No, claro que no estoy aburrida -miró más allá de la figura imponente  y  vió  que  la  fina  llovizna  que  caía  detrás  de  la  ventana  amenazaba con convertirse en un chaparrón-. Es un día perfecto para estar en casa con un pie fastidiado -comentó con melancolía-. Quizá si brillara el sol, tendría ganas de estar al aire libre, haciendo algo útil en el jardín; pero con este tiempo, es maravilloso estar bajo techo.

Era  la  frase  más  larga  que  le  había  dicho  en  toda  la  mañana.  Pedro abandonó todo pensamiento de trabajo. Se retiró de la ventana y se sentó en el sillón frente a ella con las piernas estiradas.

 -Bajo techo sin hacer nada.

 -Estoy leyendo -alzó el libro para que viera el título de la novela de  misterio-.  No  dispongo  de  tiempo  suficiente  para  hacerlo.  Llevo  casi seis meses con este libro y apenas voy por la mitad. Por si no lo has  notado,  el  tiempo  va  a  un  ritmo  frenético  cuando  hay  niños  de  por medio.

-Sí, de hecho, lo he notado -respondió.

-Joaquín no ha sido mucho problema, ¿Verdad?

 -Se portó muy bien. De hecho, creo que disfrutó teniéndome cerca.

 -Disfrutó  teniendo  cerca  un  hombre  -lo  corrigió  con  celeridad-.  Está llegando a una edad en la que le interesan los coches y el fútbol y  envidia  a  sus  amiguitos,  que tienen  padres  que  comparten  esos  intereses con ellos.

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