viernes, 19 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 15

La  presencia  del  nuevo  médico  parecía  haber  despertado  mucho  interés  entre  los  pacientes.

—Me  han  dicho  que  hay  un  médico  nuevo  en  urgencias  —le  dijo  la  señora  Turner  por la tarde.

 —Es cierto.

—Espero que este se quede más tiempo que el anterior.

Paula se  obligó  a  sí  misma  a  sonreír.  Esperaba  que  no.  Con  un  poco  de  suerte,  Pedro  se  marcharía  unos  meses  más  tarde  y  ella  podría  volver  a  respirar  tranquilamente.

—El  doctor  Alfonso está  aquí  sólo  de  forma  temporal. ¿Qué  le  ocurre,  señora Turner?

—Pues... nada, es que...

—¿Y para qué ha venido a la consulta?

—Ah, claro, es verdad. Me duelen los oídos.

Paula examinó los oídos de la mujer, sonriendo.

—No le pasa nada en los oídos, señora Turner. Sólo tiene un tapón de cera. Pida cita con la enfermera para que se lo quiten.

—¿Sólo es un tapón de cera? —preguntó la mujer, sorprendida—. ¿Me ha examinado bien?

—Un tapón puede ser doloroso  —sonrió  Paula—. Si  cuando  se  lo  hayan  quitado  no  mejora, vuelva a verme.

Cuando la paciente salió de su consulta, Paula la observó, distraída. Seguía pensando en  Pedro y  en  cómo  iba  a  tratar  con  él.  Una  cosa  era  cierta,  no  era  un  hombre fácil. Cuando quería algo, lo conseguía. ¿La querría a ella?, se preguntó. Pero tenía que seguir atendiendo pacientes y lo mejor era concentrarse en el trabajo.


Baetríz Thompson  era  una  mujer  de  cincuenta  años  que  llevaba  un  par  de  meses  acudiendo a la clínica con problemas sin importancia. Paula sospechaba que le ocurría algo de lo que no quería hablar.

—Hola, señora Thompson. ¿Cómo está?

La mujer se sentó frente a ella, nerviosa.

—Siento mucho molestarla, doctora Chaves, pero es que tengo mucha tos.

—No me molesta en absoluto. ¿Desde cuándo la tiene? —preguntó Paula, tomando su estetoscopio.

—Desde hace un par de semanas. No me deja dormir.

Un  par  de semanas.  Una  rápida  mirada  a  su  ordenador  le  confirmó  que,  un  par  de  semanas  antes,  Beatríz había  ido  a  la  consulta para que le curasen una  indigestión. ¿Por qué no había mencionado la tos entonces?

—Desabróchese  la  blusa,  por  favor  —dijo,  sonriendo.  Los  pulmones  de  la  mujer  estaban perfectamente sanos, como había supuesto—. ¿Usted fuma?

—No. Pero mi marido sí.

Su marido. Paula recordaba que era un hombre grueso de mucho carácter.

—Sus  pulmones  parecen  sanos, pero  si  sigue  tosiendo  me  gustaría  volver  a  echarle  un vistazo dentro de una semana. ¿Alguna cosa más?

—No —dijo la mujer.

 —¿Seguro que no hay nada más que quiera contarme?

La señora Thompson apretó el bolso con fuerza.

—Claro que no. Sólo es la tos.

—Tome esto dos veces al día y vuelva la semana que viene —dijo Paula, extendiendo una receta.

Beatríz Thompson se levantó con expresión triste.

—Muchas gracias, doctora Chaves.

Paula observó  salir  a  su  paciente.  Si  Beatríz no  le  decía  lo  que  le  pasaba,  no  podría  ayudarla.

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