La presencia del nuevo médico parecía haber despertado mucho interés entre los pacientes.
—Me han dicho que hay un médico nuevo en urgencias —le dijo la señora Turner por la tarde.
—Es cierto.
—Espero que este se quede más tiempo que el anterior.
Paula se obligó a sí misma a sonreír. Esperaba que no. Con un poco de suerte, Pedro se marcharía unos meses más tarde y ella podría volver a respirar tranquilamente.
—El doctor Alfonso está aquí sólo de forma temporal. ¿Qué le ocurre, señora Turner?
—Pues... nada, es que...
—¿Y para qué ha venido a la consulta?
—Ah, claro, es verdad. Me duelen los oídos.
Paula examinó los oídos de la mujer, sonriendo.
—No le pasa nada en los oídos, señora Turner. Sólo tiene un tapón de cera. Pida cita con la enfermera para que se lo quiten.
—¿Sólo es un tapón de cera? —preguntó la mujer, sorprendida—. ¿Me ha examinado bien?
—Un tapón puede ser doloroso —sonrió Paula—. Si cuando se lo hayan quitado no mejora, vuelva a verme.
Cuando la paciente salió de su consulta, Paula la observó, distraída. Seguía pensando en Pedro y en cómo iba a tratar con él. Una cosa era cierta, no era un hombre fácil. Cuando quería algo, lo conseguía. ¿La querría a ella?, se preguntó. Pero tenía que seguir atendiendo pacientes y lo mejor era concentrarse en el trabajo.
Baetríz Thompson era una mujer de cincuenta años que llevaba un par de meses acudiendo a la clínica con problemas sin importancia. Paula sospechaba que le ocurría algo de lo que no quería hablar.
—Hola, señora Thompson. ¿Cómo está?
La mujer se sentó frente a ella, nerviosa.
—Siento mucho molestarla, doctora Chaves, pero es que tengo mucha tos.
—No me molesta en absoluto. ¿Desde cuándo la tiene? —preguntó Paula, tomando su estetoscopio.
—Desde hace un par de semanas. No me deja dormir.
Un par de semanas. Una rápida mirada a su ordenador le confirmó que, un par de semanas antes, Beatríz había ido a la consulta para que le curasen una indigestión. ¿Por qué no había mencionado la tos entonces?
—Desabróchese la blusa, por favor —dijo, sonriendo. Los pulmones de la mujer estaban perfectamente sanos, como había supuesto—. ¿Usted fuma?
—No. Pero mi marido sí.
Su marido. Paula recordaba que era un hombre grueso de mucho carácter.
—Sus pulmones parecen sanos, pero si sigue tosiendo me gustaría volver a echarle un vistazo dentro de una semana. ¿Alguna cosa más?
—No —dijo la mujer.
—¿Seguro que no hay nada más que quiera contarme?
La señora Thompson apretó el bolso con fuerza.
—Claro que no. Sólo es la tos.
—Tome esto dos veces al día y vuelva la semana que viene —dijo Paula, extendiendo una receta.
Beatríz Thompson se levantó con expresión triste.
—Muchas gracias, doctora Chaves.
Paula observó salir a su paciente. Si Beatríz no le decía lo que le pasaba, no podría ayudarla.
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