viernes, 19 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 12

Paula se encogió de hombros filosóficamente. Necesitaban a alguien en urgencias y no era una consulta con la que ella tuviera mucha relación.

—Tu experiencia nos vendrá muy bien.

Gabriel asintió, entusiasmado.

—Tendremos  la  consulta  de  urgencias  abierta  todos  los  días  y  así  los  pacientes  no  tendrán que desplazarse hasta el hospital. Pedro es la persona perfecta.

—Es sólo de forma temporal, Gabriel...

—Claro, claro.

 Pedro soltó una carcajada.

—Eres un manipulador.

—Desde luego que sí. Haría lo que fuera para conseguir lo que quiero. Y te quiero a tí en mi clínica —rió el hombre.

—Yo diría  que  una  consulta de urgencias  en  un  pueblo  pequeño  es  poca  cosa  para  alguien que ha llevado un departamento de traumatología —intervino Paula.

Pedro se encogió de hombros.

—Yo  también lo  pensaba  antes  del  rescate  del  otro  día.  Pero  ahora  creo  que  hay  muchas posibilidades.

Temporalmente, claro. Afortunadamente, Pedro Alfonso no pensaba quedarse allí mucho tiempo.

—He llamado al hospital y me han dicho que Franco está muy bien.

—Mejor de lo que merece. Es un insensato —dijo él.

Paula pensó en Franco y en todos los problemas con los que el pobre chico había tenido que enfrentarse.

—No lo juzgues hasta que lo conozcas mejor. Puede que se arriesgase por una buena razón. Como probarle a todo el mundo que podía hacerlo, que era un chico como los demás.

 Pedro negó con la cabeza.

—Podrían haberse matado.

Y, de hecho,  si  no  hubiera  sido  por  la  habilidad  de  Pedro,  Franco habría  muerto,  pero Paula no podía soportar que hiciera juicios sobre alguien a quien no conocía.

—Tuvo mala suerte.

—Fue un inconsciente —corrigió él—. No debería haber subido a la montaña en esas condiciones. Y tú tampoco.

—¿Va a decirme lo que debo hacer, doctor Alfonso? —preguntó ella, irónica.

—Alguien debería hacerlo. Una mujer tan frágil como tú, paseando sola en medio de la niebla...

—¿Frágil? —lo interrumpió ella, sonriendo.  Gabriel parecía encantado con la discusión, algo que no le pasó desapercibido—. El  tamaño  no  tiene  nada  que  ver,  lo  que  importa  en  la  montaña  es  la  experiencia. Además,  llevaba  a  mi  perro  y  un  equipo  adecuado.

Pedro la miró con una intensidad que la dejó sorprendida.

—Si fueras mi mujer, no te habría dejado ir.

 El corazón de Paula dió un salto dentro de su pecho.

 —Pero es que no soy  su  mujer,  doctor  Alfonso—replicó,  escondiendo  las  manos  para  que  no  viera  que  estaba  temblando. 

¿Qué  demonios  le  pasaba  con  aquel  hombre?  Ella  no  quería  ser  su  mujer,  no  quería  ser  la  mujer  de  nadie. Todos  los  hombres que había conocido en su vida eran iguales, egoístas y mezquinos. Y Pedro Alfonso no era diferente.

—¿Tú sabías que pasea sola por la montaña? —le preguntó a Gabriel.

—Paula conoce la montaña como la palma de su mano —contestó el hombre.

—¿Y por eso puede salir a dar un paseo sola en una montaña cubierta de niebla?

—Paula es muy sensata, Pedro—sonrió Gabriel—. Y, además, tiene a Héroe.

—¿Héroe?

—Su pastor alemán.

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