Paula se encogió de hombros filosóficamente. Necesitaban a alguien en urgencias y no era una consulta con la que ella tuviera mucha relación.
—Tu experiencia nos vendrá muy bien.
Gabriel asintió, entusiasmado.
—Tendremos la consulta de urgencias abierta todos los días y así los pacientes no tendrán que desplazarse hasta el hospital. Pedro es la persona perfecta.
—Es sólo de forma temporal, Gabriel...
—Claro, claro.
Pedro soltó una carcajada.
—Eres un manipulador.
—Desde luego que sí. Haría lo que fuera para conseguir lo que quiero. Y te quiero a tí en mi clínica —rió el hombre.
—Yo diría que una consulta de urgencias en un pueblo pequeño es poca cosa para alguien que ha llevado un departamento de traumatología —intervino Paula.
Pedro se encogió de hombros.
—Yo también lo pensaba antes del rescate del otro día. Pero ahora creo que hay muchas posibilidades.
Temporalmente, claro. Afortunadamente, Pedro Alfonso no pensaba quedarse allí mucho tiempo.
—He llamado al hospital y me han dicho que Franco está muy bien.
—Mejor de lo que merece. Es un insensato —dijo él.
Paula pensó en Franco y en todos los problemas con los que el pobre chico había tenido que enfrentarse.
—No lo juzgues hasta que lo conozcas mejor. Puede que se arriesgase por una buena razón. Como probarle a todo el mundo que podía hacerlo, que era un chico como los demás.
Pedro negó con la cabeza.
—Podrían haberse matado.
Y, de hecho, si no hubiera sido por la habilidad de Pedro, Franco habría muerto, pero Paula no podía soportar que hiciera juicios sobre alguien a quien no conocía.
—Tuvo mala suerte.
—Fue un inconsciente —corrigió él—. No debería haber subido a la montaña en esas condiciones. Y tú tampoco.
—¿Va a decirme lo que debo hacer, doctor Alfonso? —preguntó ella, irónica.
—Alguien debería hacerlo. Una mujer tan frágil como tú, paseando sola en medio de la niebla...
—¿Frágil? —lo interrumpió ella, sonriendo. Gabriel parecía encantado con la discusión, algo que no le pasó desapercibido—. El tamaño no tiene nada que ver, lo que importa en la montaña es la experiencia. Además, llevaba a mi perro y un equipo adecuado.
Pedro la miró con una intensidad que la dejó sorprendida.
—Si fueras mi mujer, no te habría dejado ir.
El corazón de Paula dió un salto dentro de su pecho.
—Pero es que no soy su mujer, doctor Alfonso—replicó, escondiendo las manos para que no viera que estaba temblando.
¿Qué demonios le pasaba con aquel hombre? Ella no quería ser su mujer, no quería ser la mujer de nadie. Todos los hombres que había conocido en su vida eran iguales, egoístas y mezquinos. Y Pedro Alfonso no era diferente.
—¿Tú sabías que pasea sola por la montaña? —le preguntó a Gabriel.
—Paula conoce la montaña como la palma de su mano —contestó el hombre.
—¿Y por eso puede salir a dar un paseo sola en una montaña cubierta de niebla?
—Paula es muy sensata, Pedro—sonrió Gabriel—. Y, además, tiene a Héroe.
—¿Héroe?
—Su pastor alemán.
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