—Vale. Ah, por cierto... ¿Comemos juntos? Tenemos que hablar sobre ciertos asuntos que conciernen al trabajo en la clínica.
¿Qué asuntos serían esos?, se preguntó Paula, sorprendida. Antes de entrar en su consulta, pasó por la sala de enfermeras para hablar con Catalina.
—Me han dicho que Martina Watson está teniendo problemas.
—Me temo que sí. Dicen que van a aumentar la dosis de corticoides, pero yo no creo que esa sea la solución. ¿No te parece?
Paula frunció el ceño, pensativa.
—¿Hemos comprobado si sabe inhalar bien?
—Sí. Lo comprobé durante el último ataque.
—Entonces... ¿Tú qué crees? —preguntó Paula.
—Yo diría que es algo que tiene que ver con su madre.
—¿Con su madre? ¿Qué quieres decir?
La enfermera empezó a golpear el escritorio con el bolígrafo.
—No estoy segura, pero la madre de Martina no quiere que le aumenten la dosis de corticoides.
—Bueno, eso es relativamente normal. A nadie le gusta que sus hijos tomen tantas medicinas.
—No es eso... —empezó a decir Catalina. Pero no terminó la frase—. En fin, no sé. Habrá que esperar.
—Muy bien. Nos veremos más tarde.
Paula fue a su consulta y pasó la mañana viendo pacientes con catarro, infecciones de oído, dolores de cabeza... Pero, entre paciente y paciente, encontró tiempo para llamar al hospital y preguntar por Franco. El chico se encontraba mejor, afortunadamente.
La paciente que entró entonces era una mujer de treinta años que había tenido mellizos un par de meses atrás.
—Hola, Patricia, ¿Cómo están los niños?
—Dando mucha guerra —sonrió la joven—. No puedo dejarlos solos ni un minuto.
—Te creo —dijo Paula, recordando sus primeros meses con Valentina. Había sido maravilloso, pero también una pesadilla. Tantos traumas, tanto miedo...
—Ahora están con mi madre —dijo Patricia—. He venido porque me ha salido un lunar en la pierna y como dicen que hay tanto cáncer de piel...
Patricia se bajó los pantalones y Paula examinó el lunar con expresión seria. Era más grande de lo normal y tenía los bordes irregulares, signos que sugerían un posible melanoma.
—¿Tomas mucho el sol, Patricia?
—No demasiado, doctora Chaves—contestó la joven—. Pero me gusta estar morena.
—¿Cuándo fue la última vez que tomaste el sol?
—Hace un año, cuando Daniel y yo fuimos de vacaciones a la playa. Volvimos morenísimos... ¿Para qué lo mide?
—Has hecho bien acudiendo a la consulta. Es mejor examinar estos lunares que aparecen de repente.
—¿Es malo?
—No lo sé, pero hay que extirparlo.
Patricia tragó saliva.
—¿Cree que es un cáncer?
—Es imposible saberlo antes de hacer una biopsia.
—¿Pero cree que podría serlo?
—Es posible —admitió Paula.
—¿Y si lo es?
—Patricia, no pasa nada. ¿Por qué no esperas a ver los resultados del laboratorio antes de preocuparte?
La joven respiró profundamente.
—Muy bien. ¿Cuándo podrán quitármelo? No voy a pegar ojo hasta entonces...
—Llamaré al doctor Gordon y te darán hora para esta misma semana.
—¿Tendré que quedarme ingresada?
—No. Este tipo de lunar se extirpa con anestesia local.
Patricia se levantó de la camilla.
—Muchas gracias, doctora Chaves.
Paula la observó salir de la consulta, sintiéndose repentinamente deprimida. Patricia era una chica joven con dos niños recién nacidos...
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